EL PAíS › OPINION

Salir de los silencios

Por Edgardo Esteban *

“Eduardo Estabani” y no Edgardo Esteban es el nombre que tengo en el monumento de homenaje a todos los que fuimos a Malvinas en la unidad en donde hice el servicio militar en Córdoba. Es un castigo por haber tratado de decir mi verdad, sobre el horror de la guerra que tenía adentro, me atormentaba y no me dejaba vivir. Dicen que mi nombre no puede estar escrito en el mármol por haber roto el pacto de silencio que se nos trató de imponer desde los días posteriores a la guerra.

Durante muchos años las historias de Malvinas estaban escondidas, no se podía hablar y era mejor esconder el dolor. Parecía que únicamente debíamos hablar de la gesta, como si lo humano no importara ya que éramos héroes, soldaditos de plomo que resistíamos a todo, hasta la marginación y el olvido. Pero siento que algo cambió, no hay una sola historia oficial y somos muchos los soldados que queremos gritar lo que nos pasó, tratando de rescatar esas parte humana de la gue-rra, mostrando sin vergüenza las secuelas que nos dejó, explorando esas lastimaduras abiertas bajo las bombas, cuando esperábamos ese minuto final, el de la muerte, con 18 o 19 años. Quedamos con una gran cicatriz en el cuerpo y en el alma que perdurará hasta el último día de nuestras vidas.

Al finalizar la guerra, hubo una política inmediata de desmalvinización. Los mi-litares nos hicieron firmar a todos los soldados una declaración jurada. Trataron de ha-cernos callar las atrocidades que padecimos en la guerra. A partir de ese momento, nues-tro futuro se convirtió en confusión y para muchos, no tenía sentido vivir. Ese silencio nos dejó muy solos y en 350 casos derivó en suicidios de los que nadie se hace respon-sable. La crueldad con que nos trataron, hasta estaquear a la propia tropa en el medio de la turba mojada de las islas, se convirtió en parte de una rutina que lamentablemente, aún existe en el código militar, como “ca-labozo de campaña”. Para muchos se convirtió en una pesadilla, en una cruz que los acompaña día a día. Sumado a eso, hubo una sociedad que pasó de la reivindicación y la euforia al olvido y a la discriminación. De ser los héroes pasamos a ser marginales: algo tendrán, son los loquitos de la guerra.

Ni los organismos de derechos humanos se dieron cuenta de que nosotros también fuimos “víctimas” de la dictadura y las estructuras militares intentaron absorber a los soldados para tapar sus culpas. Sumado a eso, no hubo políticas de Estado para nuestra reinserción, ni implementación de tratamientos psicológicos, psiquiátricos y médicos para nosotros y para el grupo fami-liar. Según un trabajo realizado por el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas de La Plata, el 28 por ciento de los soldados que estuvimos en el conflicto bélico tiene la idea recurrente de suicidio, mientras que un 10 por ciento reconoce que tuvo intentos de suicidio en una o en más ocasiones.

La dictadura usó Malvinas para tratar de perpetuarse en el poder. En 1982 el régimen militar estaba en crisis y tocó una fibra muy sensible para los argentinos que hizo posible esa concurrencia a Plaza de Mayo, para apoyar la guerra. Se habían apropiado de una causa nacional muy arraigada entre el pueblo argentino y demostraron no estar preparados para defenderla. Debemos rescatar nuevamente el Informe Rattenbach, que llevó a una investigación confidencial sobre la conducción política de las Fuerzas Armadas en Malvinas, presentando conclusiones contundentes sobre los aspectos estratégico-militares, determinando respon-sabilidades y condenando a los altos mandos, como a Leopoldo Galtieri y al gobernador militar de las islas, Mario Benjamín Menéndez.

Cuando volvimos, los militares nos escondieron por varios días en los cuarteles, en donde recibí muchas cartas diciendo que cuando retornara de la guerra me iban a hacer un gran recibimiento, como a un héroe. Imaginaba que cuando pisara las calles de Haedo iban a estar todos mis amigos, familiares, vecinos, conocidos. Pensé que cortarían la calle y pondrían pasacalles. Pero fue muy distinto y seguramente similar al recibimiento que tuvieron la gran mayoría de los soldados. En la noche fría del 25 de junio de 1982 sólo me esperaba un perro ladrando, una luz blanca y mi mamá, nadie más. Pasó muy rápido la euforia triunfalista de guerra y todos quisieron olvidar la derrota, menos los chicos de la guerra.

Hoy se proyecta Iluminados por el fuego en el Monumento a la Bandera en Rosario y siento que es el final de un camino, una revancha a ese oscuro recibimiento que tuvimos. Nos decían los mismos oficiales que nos humillaban que no existe el frío, no existe el hambre, sólo Dios y la Patria. Siguen negando la verdad, no quieren hacer una autocrítica ni pedir perdón, pero ya no se puede esconder esta parte de nuestra triste historia. El tiempo pasa y las heridas siguen abiertas. Como dice el querido León Gieco, “todo está clavado en la memoria, espina de la vida y de la historia”. Para poder cicatrizar esas heridas, no debemos olvidar los que nos pasó.


* Periodista y escritor del libro y co-guionista del guión de la película Iluminados por el fuego.

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Imagen: Télam
 
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