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El difícil arte de duplicar los votos

Dos legitimidades al precio de una. La magnitud del resultado del domingo. Apuntes sobre la talla de la Coalición Cívica. Las dos facetas del acuerdo social. Los adalides del saber económico, su suerte electoral y su perseverancia ulterior. Los límites del Gobierno, sus bastiones, las presiones.

 Por Mario Wainfeld

En cifras redondas, Cristina Fernández de Kirchner duplicó los votos obtenidos por Elisa Carrió en 2007 y por Néstor Kirchner en 2003. Las dos diferencias dan cuenta de la entidad y naturaleza de la legitimidad con que asumirá. El actual presidente, privado de legitimidad de origen, construyó una sólida legitimación de ejercicio, recorriendo el camino inverso a Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Carlos Menem part II. Consiguió así preservar el gobierno para su fuerza y mejorar su base de apoyo. Desde 1950, sólo dos presidentes consiguieron ser reelectos, Juan Domingo Perón y Carlos Menem. Ningún otro llegó al final de su mandato. Conseguirlo en razonable paz social, doblando el patrimonio electoral, es una referencia única.

Medidas en términos comparativos argentinos, la sustentabilidad política y la previsibilidad económica de la etapa son muy altas. La presidenta electa llegará a la Casa Rosada en condiciones mucho más promisorias que las que acogieron al mandatario saliente. No alcanza, cualquiera lo sabe. No es poco.

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Condicionar a un gobierno entrante es la bolilla uno del Lerú de los contrapoderes fácticos. Esa tarea ya ha comenzado en dos rings. Uno, quizás el más sincero, son los reclamos corporativos: “el campo”, los industriales, las concesionarias de servicios públicos y la CGT sinceran sus pedidos de máxima.

El otro, más capcioso, es desmerecer el veredicto popular, que se fue eslabonando en varios meses y se plasmó hace una semana. La cosecha de la derecha fue patética. Carlos Melconian hizo sapo en Capital, vistiendo la taquillera camiseta amarilla de PRO. Ricardo López Murphy, el campeón de la Vulgata de la City, mostró la real talla de su representatividad en todo el país. No es un presidenciable, como porfiaron en presentarlo muchos medios, sino el fallido aspirante a una banca en diputados (el 4 por mil de los escaños). Es un fenómeno pintoresco de rango testimonial cuando los apoyos se cuentan. Una suerte de Raúl Castells de derecha, con menos peso social. Sus cofrades de pensamiento, arrasados en las urnas, vuelven a la liza y menoscaban los resultados.

La apatía (magnitud inconmensurable sobre la que se puede alegar cualquier cosa), el ausentismo y el voto en blanco son leídos como cuestionamientos al oficialismo. El llamado ausentismo se mensura mal porque no se tabulan todas las personas mayores de 70 años, no obligadas a votar. Y porque, en términos políticos, es una variable de conformismo que funge de apoyo a la fuerza dominante, en este caso el Frente para la Victoria, máxime si todas las estimaciones previas lo dan por ganador. El voto en blanco no fue espectacular, se mantuvo en carriles usuales.

Y es del caso rememorar que cuando el electorado quiso hacer tronar el escarmiento no lo hizo vía ausentismo sino vía voto en blanco (año 1957 o 1963, por caso) o voto bronca (2001). Traducir como opositor al abúlico es una traslación injustificada, interesada.

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Medir la talla: Cuando la ciudadanía vota, no dirime verdad o mentira, pero sí asigna poder, competencias y mandatos. Elisa Carrió, segunda en la brega, transformó retóricamente en victoria una derrota amplia que, de todos modos, supuso un crecimiento de su fuerza y de su figura y que la dota de virtualidades futuras.

La receptividad que tuvo su discurso triunfalista omite indicadores ineludibles. La Coalición Cívica (CC) gobierna una de las 24 provincias del país, o por mejor decir la gobierna el ARI. La gobernadora Fabiana Ríos no tiene la mejor onda con Carrió, a quien no permitió participar en su campaña.

Cinco senadores nacionales sobre 72 son la representación de la CC y, nuevamente, los fueguinos son díscolos con Carrió, también de una línea interna diferente de la de Ríos. Las cuentas de los diputados son difíciles por desgajamientos que se dirimen en estas horas, siendo casi un hecho que el ARI y los socialistas tendrán sus propios bloques. En cualquier caso, pueden ser 35 sobre 256. Se trata de una oposición minoritaria, casi sin posiciones ejecutivas pues son también muy contadas sus intendencias. Esa es, hoy y aquí, su real dimensión (ver asimismo nota aparte).

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Si hay otro horizonte, habrá otro estilo: Cristina Kirchner arrancará su gestión con perspectivas de gobernabilidad, enormes para los parámetros locales, cimentadas a pulso durante la administración de su esposo. Dos promesas, apenas, hizo durante la campaña. La primera, un oxímoron si no se lo explica en detalle: lograr el cambio necesario dentro de la continuidad. La segunda, el acuerdo social. Esa sería la novedad fundante del segundo tramo del kirchnerismo. Por lo pronto, se trataría de un cambio político de magnitud. El Gobierno que se va funcionó como una larga acumulación de medidas concretas, bastante específicas, rara vez precedidas de debate público. El presidente cotiza muy alto el valor de la sorpresa y la posibilidad de trasmutar trances políticos complicados por vía del anuncio. La suya fue una gesta del hecho cotidiano, ajena a (y hasta despectiva de) “los planes” o “los paquetes”. Ese afán germinó bien merced al contexto de emergencia y a la aptitud de Kirchner para acrecentar el poder, la caja y la pertinencia del Estado. El Estado, el Gobierno, el presidente dejaron de ser testigos inertes de la decadencia y del fluir de los poderes económicos para devenir jugadores relevantes.

Nada indica que la presidenta electa quiera resignar poder. Pero su planteo implica ejercitarlo de otro modo: planteándose un horizonte más lejano, concertando acciones estratégicas con terceros, morigerando su (identitario) hábito de irrumpir de sopetón para desconcertar a todos.

Se ganaría previsibilidad, consenso y estabilidad. Se pagaría un precio en orden a la capacidad de iniciativa o, por ser más preciso, de una (hasta ahora redituable) forma de iniciativa.

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Messi, ese neocon: La zapa sobre el resultado llega en yunta con la cartilla acerca del rumbo del gobierno electo. El relato del centroderecha argentino y de su suburbio de derecha dura acepta que las cosas están mejor, gracias a lo que “pasa en el mundo”. El Gobierno, le perdonan la vida, cometió desvaríos ideológicos pero son reparables, a condición de ceñirse a ciertos libretos. “Tata Dios se puso la camiseta de Messi” se extasía Miguel Angel Broda, describiendo así a la coyuntura internacional. Quienes sean escépticos acerca de la naturaleza divina del neo-neo conservadurismo seguramente pensarán que el economista-gurú quiere que Cristina imite a Alfio Basile y deje que los poderes económicos (a) Messi hagan lo que se les cante en el campo de juego. Más de cuatro (este cronista entre ellos) creen que “ese Messi” no patea siempre para el arco de las mayorías argentinas, por decirlo con un impreciso eufemismo. En la cancha, que manden los jugadores. En la economía, si Tata Dios es criollo, que la pelota pase también por los representantes democráticos.

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El compañero Jano: Dos facetas conceptuales puede tener un acuerdo a mediano plazo. La más consensuada, que el Gobierno acentuará al presentarla, es la de un “plan de desarrollo”, etiqueta que place a la mayoría de los políticos provenientes de partidos mayoritarios. Más allá de los vocablos, tampoco incordia a los sectores corporativos en tanto limita las incursiones cotidianas del Gobierno en la economía y otorga “seguridad”.

La otra cara de Jano, la de ser un “plan de estabilización” confeso u oculto, se menea menos porque es más ríspida. Ahí finca la esperanza de variadas vertientes del establishment, aun cultural. Se presupone que es necesario (tache lo que no corresponda) ralentar el crecimiento, achicar el gasto público, desactualizar los salarios. Un ajuste, un sinceramiento, un reacomodamiento. Un proceso contractivo, en fin, que se da como inexorable o sabio (no tache ninguno de los dos términos).

Hay una tensión entre ambas facetas, cuyas proporciones suscitarán una pulseada de fuste. Un paso exploratorio en ese devenir puede acontecer antes del 10 de diciembre: el aumento más o menos simultáneo de retenciones y de tarifas para usuarios de mediano y alto consumo. Si el Gobierno lo plasma, lo describirá como un bypass entre diferentes sectores, máxime si repara su mora en materia de tarifas sociales.

El empresariado local no es un generoso contertulio de concertaciones. Suele sentarse en plan de puro acreedor: continencia del Estado, limitación de las demandas de los asalariados, como mínimo. Cero introspección, cero asunción de responsabilidades gregarias, cero espíritu cooperativo.

Por añadidura, se hace portavoz de reclamos exóticos o ultramarinos. Jamás se explicará para qué quieren los sectores productivos que aumenten los servicios públicos, que aceleran la inflación y enflaquecen los bolsillos de los consumidores nativos.

El acuerdo con el Club de París se transforma en fetiche. El Gobierno deberá hacerlo, tarde o temprano, porque ha cesado la emergencia y debe restaurar sus lazos con “el mundo”. La relación costo-beneficio en el corto plazo (el único que cuenta de veras) es entre problemática e ilusoria. Se trata de recuperar reputación y reconocer el poder de terceros, en una asimétrica relación de fuerzas. No es sentar bases firmes para que afluya la inversión extranjera. Es arrojar una botella al mar (con divisas adentro) en pos de zurcir interlocuciones dañadas.

El oficialismo, parece, cederá en ese tema y hará lo propio en materia de tarifas. En este rubro, argüirá que subas dosificadas tendrán contrapartida en la disminución de los subsidios. A esta altura de la soirée es un arcano saber la magnitud de las concesiones que se harán al sector privado, las contrapartidas que se le exigirán. Tampoco se tiene la mensura de la contención del gasto público, si la hubiere. O de la moderación que se pedirá a los trabajadores organizados, en su caso. Es imposible hacer un juicio a priori acerca del cambio en ciernes, que, si se llega a concretar, tendrá virtudes y carencias. Como en casi todos los órdenes de la vida, será cuestión de proporciones.

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Si se poda el follaje de la anécdota y el color local, reluce lo obvio: el resultado de la semana pasada era el más lógico, acá o en cualquier otra comarca. En sistemas democráticos estables las elecciones las gana o las pierde el gobierno. Los desempeños del actual, que será el futuro, le acreditaron la pole position. Su máximo blasón fue su performance económico-social, no expresada sólo en términos de crecimiento sino también de creación de puestos de trabajo. La redistribución del ingreso (tópico soslayado durante diez años) es una deuda impaga, pero tras la debacle del 2001 era aún más prioritario achicar el universo de desocupados e informales. Claro que es imprescindible mejorar la distribución de la consabida torta. Pero el paso de la desocupación al empleo es un salto de calidad, en parte porque mejora la condición humana del o de la laburante. Y en parte porque la redistribución no es un fenómeno natural, que depende de la lluvia o de, ejem, Tata Dios. El poder o el ingreso (una de sus variables) se reconfiguran merced a la célebre puja distributiva, que depende de correlaciones de fuerzas. Los derechos se conquistan, se arrancan. Muchos argentinos han entrado a la liga donde se disputa esa lid. La traslación de la primacía de los movimientos de desocupados al crecimiento sindical no es banal, unos bregaban por ser incluidos y más bien se apañaban con recibir planes. Los otros tienen, cuando menos, perspectivas de negociar las porciones de la torta.

El desafío para el oficialismo es mantener esos standards, que son los que le dan consenso democrático compatibilizándolo con un marco de mayor previsibilidad y contención de la inflación. Tacaños como son los Kirchner, cuesta suponer que dilapiden así como así su mayor fuente de recursos electorales y simbólicos.

La política económica de este cuatrienio, muy mano de obra intensiva, dejó flancos vacantes pero modificó, para mejor, el cuadro general. He ahí su parentesco lejano con el primer peronismo, que sería bueno no exagerar. Otro es el país, otro el mundo, más plural y sofisticada la sociedad civil. Esas cribas históricas son vetustas y hablan más de las carencias de quienes las expresan que de la realidad en que se vive.

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Tanto hablar de economía... dediquemos unas líneas a oferta y demanda política. Análisis ulteriores del comicio yerran hasta cuando mapean los dos lados del mostrador. Elisa Carrió justifica su magra implantación en la mayoría de las provincias y las regiones caracterizando a millones de argentinos como rehenes o seres enjaulados. Alberto Fernández recrimina a quienes no se percataron de las calidades de sus sucesivas propuestas en Capital. ¿Y si falló la oferta?

Ponderar a ojo la apatía existente es un ejercicio fascinante. Más certero y cuantificable es el rotundo voto popular. Vale la pena dedicarle mucho tiempo a su lectura. Nadie que se diga demócrata debería desoír su primer mensaje, diáfano y racional.

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Imagen: Leandro Teysseire
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