EL PAíS

La jefatura de la oposición

 Por Mario Wainfeld

Elisa Carrió se auto ungió como “jefa de la oposición”, una categoría con poca prosapia en la crónica política de los últimos 24 años. El mecanismo bipartidista funcionó en 1983 y 1989 sacrificando a los candidatos peronista y radical que llegaron segundos. La praxis común de compañeros y correligionarios fue cargarse a los “mariscales de la derrota”, transitar una crisis interna y buscar en sus filas los candidatos más dotados para primar en el clásico de los clásicos.

La contingencia más cercana a la actual fue la de 1995, en la que Carlos Menem batió a la fórmula del Frepaso José Octavio Bordón-Carlos “Chacho” Alvarez. El Frepaso perdió por margen generoso, ligeramente menor al que separó a Lilita de Cristina Fernández de Kirchner. Pero, como la Coalición Cívica (CC), era una fuerza nueva, en ascenso. El saldo de la derrota fue traumático, la diarquía Pilo-Chacho se rompió, Alvarez capturó la representatividad de la coalición y la condujo a la Alianza que ganó en 1999.

Las diarquías son endebles y efímeras, Carrió está en mejor posición, en ese aspecto. Esto asumido, es patente que se apuró a autodefinirse porque la jefatura de la oposición no está tan clara ni la tiene tan segura.

Vaticinar cómo evolucionará un escenario político novedoso puede emparentarse peligrosamente con la timba. Un escenario determina tendencias, posiciones relativas. Pero el futuro depende de enorme cantidad de variables: la muñeca de los protagonistas, la coyuntura local e internacional, para empezar. Lo imprevisto sabe meter la cola, lo corroboran ejemplos cercanos. Dos hechos asombrosos y sin precedentes signaron el segundo tramo del gobierno de Néstor Kirchner: la súbita y masiva irrupción de Juan Carlos Blumberg y la tragedia de Cromañón. Sin esos sucesos, ajenos a toda anticipación profética, quizá otra hubiera sido la suerte del Frente Grande, de Mauricio Macri. Por no hablar de la reconciliación entre Kirchner y el peronismo realmente existente.

Señaladas esas precauciones, avancemos tímidamente. Carrió es muy apta para la arena mediática y las denuncias. También se ha mostrado astuta y con dotes para la rosca que no se le reconocían. Puede cambiar de aliados, de perfil, de discurso, transitar de Marta Maffei a Patricia Bullrich, o de Rubén Lo Vuolo a Alfonso Prat Gay. Son dotes valiosas para un político pragmático. Y son envidiables sus artes en campaña.

Claro que el peso institucional de su Coalición es módico (ver nota principal). Su relación con los dos gobernadores que la apoyaron en la elección del domingo es muy tensa, nada sugiere que la considerarán su jefa en el día a día.

Hermes Binner no tiene la menor empatía con ella y tendrá que manejarse con tino en los próximos meses. Su moderación, su necesidad de convalidarse en su provincia, lo empujan a un buen trato con el gobierno nacional. La conducta de sus propios votantes le marca un límite, que deberá modelar con tacto. En cualquier caso, el gobernador santafesino hará su propio camino al andar, sin dejarse conducir por Carrió.

En esta charada es extraño el rol de Mauricio Macri, correlato cabal de sus manejos asombrosos. No le salió bien hacerse el distraído en elecciones presidenciales: era un experimento demasiado ambicioso para un novato. Pero conserva su bastión, la Jefatura de gobierno de la Ciudad. Si elige la contienda permanente con el kirchnerismo, seguramente Carrió le ganará la partida. Si persevera en su estilo “Pro” y no hace papelones en la gestión, puede renacer como la gran esperanza blanca. Otra ventaja potencial sobre la líder de la CC es su posibilidad de articular con dirigentes peronistas. Tuvo muchos traspiés en la conformación de su gabinete entre otras gracias porque es palmaria la carencia de cuadros de su partido. Pero una legitimidad obtenida con el 60 por ciento de los votos no se licua en el precalentamiento competitivo. El 10 de diciembre el presidente de Boca empezará la competencia en serio.

Con toda la relatividad que tienen esas ponderaciones, la foto de hoy retrata cinco presidenciables viables para 2011: los dos Kirchner, Carrió, Macri y Daniel Scioli. La Argentina muta mucho en cuatro años pero, si se usa el espejo retrovisor, se verá que todos ellos estaban en carrera en 2003 y todos crecieron algo. Más allá de las turbulencias y de la entropía de los partidos, da la impresión que se ha recuperado parte de la estabilidad política.

En ese pelotón de presidenciables, Scioli es el único que podría encabezar una fórmula kirchnerista o una opositora. No se habla de sus ambiciones, que el cronista desconoce (si es astuto las diferirá hasta que aclare) sino de sus posibilidades. Sus modos tolerantes, su pasado, lo conectan con todo el espectro del peronismo. Un excalibur de su celular en los últimos días revelaría un abanico de relaciones más amplio que el de cualquier otro dirigente de primer nivel. En el imaginario medio está instalado como nave insignia del triunfo de Cristina lo que, quizá, es más importante que las precisiones numéricas al respecto. Y, aunque no para de hacer autos de fe kirchnerista, tampoco se priva de llamar en público “Mauricio” a la bestia negra del oficialismo. El ex motonauta surfea como pocos, en el camino verá si eso le vale o lo sepulta.

La nueva campaña acaba de empezar, de momento todos son aprontes. Desde 1989 hasta la fecha los presidentes han llegado desde posiciones de gobierno. Los gobernadores Menem, De la Rúa, Duhalde, Rodríguez Sáa y Kirchner. Y la senadora Fernández de Kirchner. Los precedentes son llamativos, pero (por suerte) la historia jamás está sellada de antemano.

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