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La lucha sin fin

Por Craig Fagan *

La ruta era larga pero valió la pena. Por primera vez en un mes, dejé mi vida paqueta de la Capital para conocer mejor la verdadera crisis argentina. Dejando los lujosos edificios de Buenos Aires, pasamos por los barrios más humildes del oeste, repletos con los fantasmas de una industria nacional que se quitó la vida hace demasiados años. Nuestro destino era el partido de La Matanza para esperar la llegada de los chicos de “La marcha por la vida” que han venido desde Misiones para “reclamar sus derechos como ciudadanos argentinos”, como ellos me explicaron allí, a la educación, comida y techo.
De esa manera empezaría mi concientización en los complejos problemas de la Argentina de 2002. A lo largo del camino designado para la procesión de la marcha estaban cientos y cientos de chicos de La Matanza y sus alrededores esperándolos para mostrar “su solidaridad con los chicos del norte”.
La mayoría de los estudiantes todavía estaba con sus guardapolvos, acababan de salir de la escuela para “luchar por un país para todos”, como recitaba el grito universal de los integrantes de la marcha. Mezclados entre ellos había nenes de cinco meses cuidados por sus madres hasta jóvenes de 16 años que estaban empezando a vivir. Para todos el reclamo común, mínimo, era exigir derechos básicos como la comida, la educación y la seguridad.
“No debemos buscar en la basura para comer”, reflexionó una de los integrantes de la marcha que no tenía más de 13 años. Las palabras verdaderas de ella, aunque sólo la haya conocido de vista, me resonaron hasta el fondo. Toda esta experiencia dejó una huella permanente en mi mente. En ese momento me choqué con la Argentina que se había escondido dentro de mi torre de marfil, pero decadente, en los confines de Buenos Aires.
Los reclamos de los integrantes de la marcha en La Matanza no fueron solamente para terminar con el hambre, la pobreza y la falta de trabajo, sino para que la mitad de los argentinos que está bajo la línea de pobreza tenga un futuro.
La “enfermedad argentina” es de una pobreza multidimensional que no había existido en esta forma antes ni tanto. Sin soluciones concretas, la solidaridad no alcanzará bajo la presión de la desesperanza.
Para Anabel Ramírez, de 14 años, la visión del porvenir argentino es bastante franca: los políticos están echando al costado del camino a una generación mientras que piensan que están llegando al futuro.
Sale naturalmente la pregunta, ¿a qué futuro? Para los integrantes de la marcha, la respuesta es, “claro, por eso estamos luchando”. Y sus reclamos siguen, el movimiento continúa, la pobreza no termina y mi conciencia crece.

* Periodista estadounidense, ex consultor para el Woodrow Wilson Center en Washington, DC.

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