EL PAíS

Entre París y la UIA

 Por Mario Wainfeld

Las negociaciones con el Club de París, evitando la presencia incordiante del Fondo Monetario Internacional, redondean la política de desendeudamiento de los gobiernos kirchneristas. Uno de sus aportes a la previsibilidad y, si bien se mira, a la institucionalidad.

La Argentina produjo dos hechos que la pusieron de punta con el sistema financiero internacional: el default y la primera negociación exitosa del pago de la deuda, con una quita colosal. Por la negativa o por la positiva, son comportamientos que generan antagonismos que cuesta remontar.

Las tratativas recién comienzan, no serán sencillas. La deuda global es poco dinero para los países acreedores, mucho para la Argentina. Aun para Alemania, principal acreedor, lo debido es poco. En otros casos, es irrisorio. Hace años un funcionario francés le explicó a este cronista que el sistema impositivo de su país podía recaudar lo debido por Argentina en 18 minutos. Quizá ahora sean algunos más, crisis mediante, pero siempre serán contados. La dificultad central del lado del selecto Club no estriba tanto en la plata como en la desconfianza.

El objetivo es reinsertar a nuestro país en el sistema económico y crediticio mundial. Es inobjetable desde una concepción capitalista, como la que impulsa el actual gobierno, sí que con un capitalismo regulado con activa presencia estatal. La búsqueda de acuerdo, pues, sólo puede ser cuestionada “por izquierda”.

En cuanto a la pericia en las negociaciones, cabe acotar que los partidos que gobernaron antes están deslegitimados para cuestionarla: sus desempeños los descalifican.

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La presidenta Cristina Fernández de Kirchner eligió un tono amigable en el cónclave de la Unión Industrial Argentina (UIA). En tramos de su discurso, que recorrió datos y cifras de gestión, se dirigió a “Fredi” (Federico) Nicholson. En otros usó el vocativo “Cristiano” para interpelar a Rattazzi, el extrovertido, incompetente y chanta mandamás de la FIAT Argentina, por mérito hereditario.

La mandataria fue cortés y, a su modo, tendió una mano. Horas antes Paolo Rocca había trazado un cuadro funesto sobre la proyección del “modelo”. Rocca es uno de los contados popes patronales que tiene buena formación y lecturas pero su discurso fue paupérrimo, sobre todo en materia de reconocimiento de errores o limitaciones de su sector. Ni hablar de ofrecimientos en medio de una retahíla de demandas exorbitantes.

En ese contexto, que ella matizó, la Presidenta anunció que se reflotará el proyecto del Consejo para el diálogo Económico Social. La propuesta, un ámbito tripartito de discusión, asesoramiento y eventualmente consenso de decisiones, se bosquejó en 2008. Quedó en veremos, en parte por el conflicto con “el campo”, en parte por reticencia empresaria, en parte porque el propio oficialismo lo fue definiendo por la negativa, estipulando cuántas tareas no cumpliría.

Todo ámbito institucional de reconocimiento mutuo, en el que se discurran los problemas, es un avance democrático. El Consejo puede serlo si se superan importantes escollos, entre ellos la conducta contumaz de las corporaciones patronales y las trabas de la cultura política imperante.

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