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“La música es una cosa indomable”

- “Detesto la música y la letra que sobreentiende que uno es chato de pensamiento y de alma. ¿Cómo combatir esa dejadez? Bien: leyendo, escuchando, escribiendo cada vez mejor, redoblando el poder lírico del que uno dispone.”

- “Hay que dejar la actitud rockerita inoperante y salir a ver con claridad para cambiar lo que está mal... si no puedo ni cambiar de tono, ¿cómo voy a poder cambiar lo que afecta la vida de mis semejantes y mi propia vida?”

- “El Luis Almirante Brown de Capusotto es genial. Y muy respetuoso. El personaje no se parece en nada a mí, y sólo utiliza la metáfora, a veces grotescamente desmedida, para referirse a mí. Me muero de risa. A veces, sus temas arrancan muy bien, haciendo alarde de convicciones spinétticas y tonos con vuelo, pero después mira de costado por encima de los lentes y se pudre todo... en casa morimos. Por suerte, yo no caigo en lapsus comerciales, ¡por ahora!”

- “Al lado de mi estudio hay una casa de fiestas. Cuando hay cumpleaños de chicos nosotros bajamos el volumen en el momento de apagar las velitas. Para que nuestra zapada no les invada el cumpleaños feliz. No hay derecho. Nada más lindo que un chico soplando las velitas, viste.”

- “La verdad, no soy tan buen abuelo. O sí, soy un gran abuelo. Mirá, acá pasa esto: ‘Abuelo dame hojas’, y se ponen todos a dibujar. Un regalo de Dios para mí. Les dibujo autos y los colorean, juegan, tocan los instrumentos. Son muy de agarrar la batería, crean, me dedican los dibujitos. Pero no soy de decir ‘el abuelo los lleva acá o allá’, porque yo casi ni salgo. Tengo una vida muy sentada. Ir al cine, al teatro, me cuesta porque todo el mundo te mira... ¡Spinetta, Spinetta!... Es una bendición que la gente te diga que te quiere, pero soy mucho más feliz en casa escuchando a Bill Evans, cocinando... Ahora, si tengo que ir al colegio de Brando, el hijo mayor de Dante, ahí voy con todos los abuelos.”

- “Mi viejo era cantante de tangos. Lo recuerdo ensayando con sus guitarristas. Yo tendría unos cinco años. Abrían esos estuches, brotaba el olor a madera de la guitarra. Y me veo escuchando a mi viejo en una RCA Víctor, tipo catedral, de madera, que había que esperar que se calentara. Hasta que salía la voz de mi viejo cantando por Radio El Mundo.”

- “Cuando empezamos a cantar ‘Muchacha’ con Almendra, veía pibes y pibas llorando cuando la escuchaban. Lo mismo pasaba con ‘Plegaria’. Muchos se flasheaban, lagrimeaban, y uno se ponía a llorar... Ahora veo esos conjuntos de tipos que se golpean y me parece tan horrible eso. La música puede estar fenómena pero la gente que se golpea me parece algo tan poco gentil... Una aberración.”

- “Es un mito eso de que lo mío es difícil. De todos modos, es preferible eso a que sea una cosa de lectura rápida, que no tenga vuelo y carezca de imaginación. Hay un montón de gente que nota la diferencia. Eso es lo más importante. Y para mí es excitante, porque me sitúa fuera del radio de acción del bobero.”

- “Para hacer la tapa de Durazno sangrando compré una pelota Pulpo de goma, la partí al medio y le vacié Poximix para hacer el durazno partido. Después, le hice una cavidad donde alojar un corazón que trabajé con plastilina y pinté con esmalte. Con Dylan (Eduardo Martí) nos tomamos el colectivo 130 a las cuatro de la mañana, en una de las noches más frías que se recuerden en Buenos Aires. Llegamos a los Bosques de Palermo y esperamos que hubiera más luz para fotografiar las ondas del agua simbolizando el durazno caído. En la compañía discográfica querían manejar el arte y me vinieron con un boceto de un durazno con un cuchillo clavado, todo azul con negro. Debería haberlo conservado como testimonio de la locura de algunos ejecutivos de las grabadoras.”

- “La música se parece más a un animal que al hombre. Es como si la música fuera una medusa o una mariposa. Tiene una animalidad, una cosa indomable. Por más que le escribamos o le combinemos lo que sea, siempre abarca mucho más. Y por otro lado despierta sentimientos que no están regidos por ningún rencor.”

- “Cuando veo un milico me da vergüenza, no entiendo cómo una persona se puede haber dedicado a un quehacer tan vil. Tampoco entiendo a los sacerdotes, aunque lucen eróticos al lado de un militar. Cuando me veo a mí mismo veo desfasajes, pero ninguno llega a tener la arbitrariedad de estas figuras. Tampoco voy a decir que lo que veo es un Adonis. Veo un flaco que tiene que bajar la panza de tanta cerveza que toma y a veces es medio tarado. Todas cosas normales.”

Las últimas cuatro citas pertenecen al libro Martropía. Conversaciones con Spinetta, de Juan Carlos Diez.

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