EL PAíS

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 Por Horacio Verbitsky

Reducido a cinco intendentes del conurbano y 19 senadores bonaerenses y con el fondo de la lata a la vista, Sergio Massa es sometido al vacío sádico y el ninguneo de Maurizio Macrì, quien no sólo rechazó incluirlo en una gran interna opositora, sino incluso aceptarlo como candidato a la gobernación bonaerense. En sintonía con las sugerencias de Elisa Carrió, Macrì se contenta con caranchear los restos del massismo, cuyo abanico de opciones se contrajo en forma dramática, igual que sus recursos. El FpV no lo sometería a las mismas ofensas que los republicanos de la alianza antiperonista PRO-UCR-CCL, pero tampoco le ofrecería mejor trato que a Martín Insaurralde: que intente revalidar títulos para gobernar su propio municipio. El derrumbe de los grandes elegidos es una constante de la democracia argentina. Recién pocas semanas antes de las elecciones de 1983 comenzó a intuirse que el imbatible peronismo enfrentaría una dura competencia con el candidato de la UCR, Raúl Alfonsín. Luego de imponerse en las legislativas de 1985, el ya presidente Alfonsín soñó con deglutir al peronismo, pero arrastrado por la crisis económica, los cortes de luz y de refinanciamiento externo y los alzamientos militares ni siquiera pudo terminar su mandato. Vencedor sobre la conducción justicialista en 1985 y consagrado gobernador de Buenos Aires en 1987, Antonio Cafiero era el gran favorito para 1989. Pero Carlos Menem lo venció en las internas de 1988. En 1993 y 1998 el sucesor cantado de Menem parecía Eduardo Duhalde, quien debió conformarse con entrar por la ventana a la Casa Rosada luego de la crisis de fin de siglo, sólo por unos meses y como encargado interino del gobierno, por un período que ni siquiera pudo completar. En 2009, Francisco de Narváez venció por un par de puntos a la lista del oficialismo encabezada por Kirchner, Daniel Scioli y Massa, pero cuando aspiró a la gobernación la mitad de sus votantes lo abandonaron. Por juventud o arrogancia, Massa ignoró esos antecedentes y luego de su victoria legislativa de 2013 en Buenos Aires creyó que sólo dos años lo separaban de la presidencia. Retirarse antes de las PASO sería un suicidio, pero salvo un batacazo en el que ni su mujer cree, al día siguiente no tendría un peso para encarar la campaña hacia octubre. En esas condiciones, tampoco De Narváez está dispuesto a seguir arrojando millones a un barril sin fondo, pero lo enmascara como un renunciamiento en aras del acuerdo del que logró convencer a Massa pero no a Macrì.

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