ESPECTáCULOS › EL ESPANTA TIBURONES, ANIMACION DE DREAMWORKS

Rappers vs. ítalo-mafiosos

Los productores de Shrek proponen una comedia sobre el choque de estereotipos, con voces de Will Smith y Robert De Niro.

 Por Martín Pérez

“Chan, cha-chan”, tararea orgulloso un tiburón con su voz profunda, mientras nada a sus anchas por las cercanías de un arrecife desierto por su sola presencia. “¿Podés dejar de hacer eso? Me pone los nervios de punta”, le pide su compañero de nado, bastante inquieto, cuando quienes deberían inquietarse serían los demás integrantes de la pirámide alimentaria. Lo que tararea el más seguro de sí mismo de los dos tiburones son los acordes de la canción principal de Tiburón, la película de Spielberg que hizo de su especie una auténtica estrella genérica cinematográfica. El que se queja de semejante alarde es un tiburón llamado Lenny, protagonista junto a un pescado llamado Oscar de El espanta tiburones, la nueva película animada con la que Dreamworks ha salido rápidamente a explotar el éxito arrollador de un estilo de animación descubierto gracias a Shrek, un personaje que a estas alturas es al estudio de Spielberg, Geffen y Katzemberg lo que el Ratón Mi- ckey fue para Disney.
La mención a un estilo de animación no hace referencia a la animación por computadora sino a lo que parece ser el estilo Dreamworks post-Shrek. Ese que, según postuló Katzemberg, le habla al adulto que lleva dentro cada niño, en vez de ese niño que llevaba dentro cada adulto al que aseguraba el Disney más clásico que se dirigía con sus dibujos. Un estilo que mete en la misma bolsa marcas comerciales con referencias televisivas y cinematográficas, hasta terminar creando un interminable universo pop autorreferente, pero carente de personalidad propia y lleno de chistes que se terminan en sí mismos.
Semejante falencia, en el caso de El espanta tiburones busca ser subsanada con la convocatoria de voces famosas, que ponen su celebridad al servicio de su personaje, y no al revés. Así como, allá lejos y hace tiempo, según el acelerado calendario del mundo empresarial hollywoodense, Dreamworks saltó al vagón de Bichos y se apuró a sacar antes un Hormiguitaz que sólo tenía voces para ofrecer a cambio del mundo animado que ofrecería la gente de Pixar en su película, esta vez el mundo marino de El espanta tiburones busca subirse a la creatividad que los creadores de Toy Story nuevamente desparramaron en Buscando a Nemo. Y al éxito también, ya que estamos. Pero no hay mucho más que esa habilidad empresarial en un producto desembozado –y eficaz, por qué no– como el que encabezan las voces (en la versión subtitulada) de Will Smith, Robert De Niro y Martin Scorsese.
Suerte de enfrentamiento cultural y étnico entre dos estereotipos cinematográficos como los negros rappers y los italianos mafiosos, El espanta... pone de un lado a un Smith cercano a sus épocas televisivas haciendo de Oscar, un humilde pez deslumbrado por su ambición de ascenso social, y del otro a un genuino Soprano de la pantalla grande como De Niro haciendo de capotiburón. En el medio está Scorsese, el auténtico capomafia cinematográfico, como jefe de Oscar pero al mismo tiempo respondiendo a Don Lino. Pero ésta no es la única historia en una película tan insegura de sí misma que no puede dejar de sumar tramas y subtramas a una historia básica: la de un tiburón que no quiere serlo, con la voz de Jack Black. También aparecen por allí las voces de Renée Zellweger y Angelina Jolie, en una película tan basada en las voces que tiene muy pocos gags de animación pura. Y en la que vaya uno a saber en qué estaban pensando sus guionistas cuando supusieron que puede resultar gracioso que unas medusas rastas (una de ellas con la voz de ¡Ziggy Marley!) torturen con su electricidad al protagonista, y sigan pretendiendo ser consideradas como unos personajes graciosos hasta el final de la película.
Tal como Susanita –la chica bien de Mafalda– se imaginaba dando grandes banquetes de beneficencia para comprarles a los pobres los fideos “y esas porquerías que comen ellos”, el film de Dreamworks tira sobre el tapete alguna que otra moraleja vacía y una historia sentimentalota de esas que distraen a los chicos, para poder así dedicarse tranquilo a entretener a los adultos con sus referencias a la más reciente cultura de masas.

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Las voces importan más que los gags de animación pura.
 
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