SOCIEDAD › IRRUPCION DE MILITANTES DE GREENPEACE EN UN RELLENO DE CEAMSE

Una excursión al reino de la basura

Miembros de la organización ecologista llegaron en helicópteros al predio de José León Suárez, para alertar sobre los efectos de los rellenos y reclamar un plan para reducir la producción de residuos. Página/12 fue testigo del operativo.

 Por Pedro Lipcovich

Mediante un concertado operativo que incluyó la utilización de tres helicópteros, militantes de la organización ambientalista Greenpeace ingresaron al “relleno sanitario” del Camino del Buen Ayre –donde se vierten todos los residuos de Capital y conurbano norte– para manifestar su alarma ante la actual política de tratamiento de la basura y reclamar la adopción de un plan de reducción de residuos denominado “Basura Cero”, que viene aplicándose en distintos lugares del mundo. La entidad presentó también los resultados de un análisis de muestras tomadas en el relleno de Villa Dominico (perteneciente, como el anterior, al Ceamse), donde se detectan tóxicos “por encima de los niveles permitidos por la legislación”. La acción de los ambientalistas se ubica en un momento crítico para la política de residuos de la ciudad de Buenos Aires: por una parte, el llamado a licitación para un nuevo maxirrelleno sanitario –que se ubicaría esta vez a 150 kilómetros de la ciudad– fue prorrogado porque la mayoría de los municipios se niega a aceptar la basura; por otra parte, se presentó en la Legislatura porteña un proyecto multipartidario que impulsa un plan integral, de aquí a 15 años, para minimizar la cantidad de basura.
A las 9.35 de ayer, en el aeródromo de Don Torcuato, la cara de uno de los organizadores del operativo de Greenpeace se marcó de preocupación: había datos de que la noticia de la acción podía haberse filtrado prematuramente y que, entonces, la custodia del predio del Ceamse estuviera alerta. La clave del operativo era la utilización de helicópteros, que permitirían descender sorpresivamente en el punto elegido. Los cuatro voluntarios –tres hombres y una chica– ya vestían los mamelucos amarillos, los guantes rojos, las botas, y colgaban de sus cuellos las mascarillas que se calzarían cuando bajaran al basural. A las 9.49 Página/12 despegó en el primer helicóptero: los techos humildes de Don Torcuato, un vasto baldío y, aun antes de que el helicóptero tocara tierra, a través de las ventanillas cerradas, el olor.
Un olor muy distinto al de los basurales comunes; un olor denso, como un cuerpo sólido que ocupa el espacio. Un olor que no venía de las montañas de basura, allí enfrente, sino de abajo, del suelo mismo, es decir: de las toneladas de basura que bajo esa tierra se pudren. “La emanación es de gas metano pero incluye benceno, tolueno y otros compuestos tóxicos”, comentó Verónica Odriozola, especialista de Greenpeace, a través de su mascarilla.
El punto elegido por organización ambientalista, dentro del vasto relleno del Ceamse, es un nudo desde donde se aprecian las distintas fases del procesamiento de la basura: hacia un costado, el pastizal que cubre la tierra ya rellenada; hacia el fondo, empujada por decenas de topadoras y picoteada por centenares de gaviotas, una montaña multicolor de hasta cuatro metros de altura y varias manzanas de extensión. Entre esta basura desnuda y aquel pastizal hay unos amplios piletones cuya base está cubierta de un plástico que se propone impermeable; allí se va trasladando la basura, que se cubre con tierra, y de esta tierra rezuman líquidos negros, marrones: proceden de la basura en descomposición y se llaman “lixiviados”.
Entretanto, los voluntarios de Greenpeace habían trepado a la montaña de basura fresca. Allí desplegaron su pancarta, “Recuperar y reciclar no contamina”, que fue filmada y fotografiada desde otro de los helicópteros. Los custodios del Ceamse, a trescientos metros de distancia, no intervinieron. Finalizado el acto, un policía bonaerense que se presentó como el sargento Roldán pidió documentos, y Página/12 aprovechó para consultarlo sobre la “guerra de la basura”.
El 25 de agosto, un joven de 16 años recibió un balazo en el pulmón, cuando la policía reprimió a un grupo de vecinos que intentaban “cirujear” en la basura. El 15 de marzo, el joven Diego Duarte había desaparecido en el lugar, se supone que enterrado vivo por accidente bajo la basura desplazada por una topadora. Ayer el sargento Roldán sostuvo que “ellos vienen todas las tardes; caminan 40 cuadras y cruzan el río Reconquista para llegar. Tratamos de que no se acerquen a las máquinas, pero a veces vienen tantos que no se puede controlar”.
Greenpeace presentó también los resultados de los análisis que había encargado al Centro de Investigaciones para el Medio Ambiente (CIMA), de la Universidad de La Plata, sobre líquidos obtenidos en el relleno sanitario de Villa Dominico. En muestras obtenidas a 25 metros del arroyo Sarandí, se registraron niveles de cromo, plomo, zinc y PCB por encima de “los límites de descargas a cuerpo de agua superficial permitidos en la provincia de Buenos Aires”. Según la entidad ambientalista, estos datos “reflejan la existencia de lixiviados contaminados, que pueden alcanzar los ríos y arroyos”.

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Los activistas desplegaron su pancarta con la leyenda “Recuperar y reciclar no contamina”.
 
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