LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Sobra de ágoras modernas

Ricardo Haye debate sobre emergencia de propuestas y emprendimientos periodísticos y lo que éstos significan con apertura al debate conceptual y político.

 Por Ricardo Haye *

Allá por los ’70, casi todas las manifestaciones callejeras de La Plata tenían la misma de-sembocadura. La protesta de estudiantes y/o trabajadores solía terminar frente al edificio del diario El Día, en diagonal 80. Cansados de reponer los cristales de sus amplias vitrinas, sacudidos por alguna pedrada artera, los propietarios tomaron un día la decisión de bajar las persianas metálicas y continuar manufacturando el periódico sin contacto visual con la calle. Todo un símbolo, pletórico de significados. Y las movilizaciones continuaron. Cualquiera que fuese su motivación, la consigna que las uniformaba era el canto de-saforado de “El Día miente”.

Con los años aprendió uno que esa pintura aldeana se había universalizado, a fuerza de repetirse en muchas otras ciudades y ante tantos otros periódicos. Nuestro ecosistema de medios era entonces más chiquito. Más que discernir entre “medios” y “medios poderosos”, en la mayoría de los casos sólo podíamos referirnos a los del segundo tipo, que eran los que había.

Observar aquellos hechos a cuatro décadas de distancia pone en los ojos unas gotas de indulgencia por la rusticidad de la confrontación. Sólo gritos destemplados (y alguna de aquellas piedras ladinas) procuraban ofrecer resistencia al virulento poder de fuego de las letras de molde. No existían las redes sociales capaces de multiplicar mensajes de denuncia como el que hace un mes permitió exponer un caso de censura del diario Río Negro ¡contra uno de sus propios accionistas!

En una manifestación de cierto refinamiento, la sociedad dejó de estampar graffiti en las paredes de las empresas periodísticas para hacer circular mensajes en idéntico sentido a través de las pantallas de miles de ordenadores. Pero sería un error suponer que la actualización epocal se agota en la que hace viable la modernización tecnológica. Existe también un espíritu de época renovado, más abierto a un debate conceptual cuya geografía se dilata y cuyos actores se multiplican.

La emergencia de nuevos emprendimientos periodísticos, como este diario que usted tiene en sus manos, y de otros soportes, como este diario que usted lee a través de Internet, robustecieron el flanco débil de quienes deseaban acceder a otras enunciaciones.

Mucho más nuevos aún, otros diarios y periódicos han venido a sumar su aporte a una diversificación discursiva necesaria y nutriente. Y en radios y canales de televisión también se expande un vocerío que tiende a equilibrar la presencia de discursos.

Tal vez por una curiosa paradoja del mercado, una radio que muchos manifestantes setentistas no vacilarían en calificar de “mentirosa” no ha podido suprimir de su horario central de emisión una de las pocas brechas por las que ingresa oxígeno a su programación. En ese sentido, el espacio que diariamente conduce Víctor Hugo luce con brillo propio una estructura muy preocupada por el ensanchamiento de la agenda temática, la impecable formulación estilística y la respetuosa consideración hacia el interlocutor ausente que se desprende de su cuidada producción previa.

Algunas emisoras permanecen férreamente sujetas a cosmovisiones hegemónicas y sus correspondientes intereses en la conceptualización. Pero otras amanecen con vocación de profundizar la experiencia del ágora, aunque sea desde la actual virtualidad de aquel antiguo espacio público griego.

En la televisión el ciclo que ha causado mayor impacto social en los últimos veinte años ha sido 6,7,8. Incluso con sus limitaciones y ofuscaciones, esta propuesta de la televisión pública habilitó un escenario de intenso debate. “Es periodismo militante”, apostrofan sus críticos. Sí, probablemente tanto como las presuntas tribunas de doctrina desde las que –hace demasiado tiempo ya– se imparten las claves de la hora. La diferencia es que no ha servido de usina a dictaduras sangrientas, no conspiró ni alentó sediciones y no proclamó afanes destituyentes.

¿Cuál sería la contraindicación de que un grupo de ciudadanas y ciudadanos emitan sus opiniones acerca de los comportamientos comunicativos de medios que –largamente– han demostrado ser poderosos factores de poder? “Es justamente por eso: no informa, opina”, se desgañitan otros. Y estaría mal que el canal público cerrara las compuertas a las noticias, pero en tanto no lo haga es positivo que también proponga lugares para la opinión y la interpretación. El periodismo no es un campo habilitado sólo para que las noticias potreen en exclusividad; su ejercicio también involucra el análisis y la ponderación de los hechos, la enunciación de juicios de valor, la inclusión de la subjetividad (cuya enunciación probablemente constituya el único auténtico acto de objetividad del que podríamos presumir).

¿Por qué escandaliza más un juicio hecho público por Barone y compañía que barbaridades como aquella de “las cholas bolivianas paren hijos colgándose de los árboles”, vomitada por el conductor de un ciclo radiofónico que es líder de audiencia? ¿Por qué un añoso locutor de otra emisora privada puede asociar natural (impunemente) el sustantivo “indígena” y el adjetivo “incivilizado” sin que se arme el revuelo que corresponde? ¿Por qué a tantas personas de bien que se indignan con las letras socarronas de Barragán no les perturba ni un poquito que un diario de Bahía Blanca despida a un genocida con un editorial panegírico? ¿Por qué es aceptable la risa aquiescente con que Carrió saludó la cachetada de Camaño y, en cambio, es estigmatizado el apoyo de Sandra Russo a Milagro Sala?

¿Será que lo que en realidad molesta es que crezcan las posibilidades de contraponer estas realidades? ¿El desasosiego de los crispados no será producto de la mayor visibilidad que la sociedad alcanza cuando se fracturan los discursos de pretensión hegemónica?

Seguramente 6,7,8 no es el programa más inteligente que pueda hacerse. Es probable incluso que ni siquiera sea un buen programa. Pero ayuda a dinamizar el pensamiento, tanto de quienes comulgan con él como de aquellos que lo cuestionan.

Los interrogantes que estos sucedáneos del ágora griega contribuyen a plantear tornan remotos los recuerdos que inician este artículo. Porque más allá de cierto romanticismo asociado a lo que fue (o, quizá, se quiera creer que fue) una épica de juventud, lo cierto es que, acompañados por medios plurales, comprometidos y cada día más vigorosos, siempre estaremos mejor que gritando en medio de la calle.

* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.

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