Jueves, 13 de noviembre de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › SUJETO, VACíO Y LIBERTAD
Por Marcelo Percia *
Tiene más de 90 y está internada en la sala de un hospital público.
–¿Dónde están mis zapatos? –pregunta a la enfermera.
–¿Por qué, abuela, se piensa ir?
–No.
–Y, entonces, ¿para qué los quiere?
–¡Los quiero porque sí!
A veces, el porque sí del impoder sostiene la única libertad posible.
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La cultura de la Ilustración europea llamó sujeto a una invención que hizo pasar por entrañable realidad humana. De todas las desmesuras de la historia, la de sujeto dueño de sí es una de las más incisivas. La noción de un individuo racional, varón, burgués, europeo, soberano, fabula la idea de sujeto moderno como ilusión de un dios humano. Mujeres, niñas y niños, locas y locos, explotadas y explotados, la vida humana inclasificable, atestigua desde mediados del siglo XIX el malestar de esa fábula.
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Marx denuncia que el trabajador no es un hombre (o es un hombre que vive sin otra posibilidad de sí); que sólo existe como capital viviente que conserva su existencia si trabaja. En un mismo movimiento, el trabajador que produce el capital es producido por él. A la vez que se produce la ilusión de sí mismo, es producido (antes que como hombre) como mercancía. Si el capital no lo diseña como un actor necesario (con trabajo y con salario), deja de existir como trabajador. Sin esa existencia, le queda hacerse sepultar o dejarse morir. Un trabajador sin trabajo es un fantasma que merodea fuera del mundo (capitalista). La producción no fabrica un hombre, sino una mercancía llamada trabajador. Una inexistencia nacida como existencia en tanto fuerza de trabajo, una plena nada transformada en fábula social.
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El deseo muerde anzuelos ofrecidos por el mundo social, pero a veces escapa con su boca desgarrada: no sólo escapa insatisfecho sino también herido por eso mismo que se ofrecía como satisfacción.
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Suele advertirse el problema de la libertad cuando no se sabe cómo librarse de un sufrimiento. Incluso, se entiende –en ese momento– que no es fácil precisar qué nos hace sufrir. Eso que consideramos el motivo de nuestro sufrimiento tiene la cualidad de implantarse como pertenencia personal: como posesión que nos posee.
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Gustavo von Aschenbach, el personaje de La muerte en Venecia, de Thomas Mann, se desvanece, antes de morir, sentado frente al mar, cautivo de la hermosura de un muchacho que ama en silencio: “Aquel que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o morir”. Mann concluye que quien vivió para alcanzar una belleza excepcional, sólo admite descansar ante lo que parece perfecto. La belleza ocupa el lugar de sujeto en la novela de Thomas Mann.
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Razón, Conciencia, Yo, son formaciones que tratan de entronizarse en la posición de sujeto. El lugar de sujeto suele estar ocupado por figuras que arman tiendas de negocios (más fijas que provisorias) en un desierto.
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Sujeto, Yo, Identidad, Mismidad son delirios de grandeza de la individualidad.
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Así como una mujer o un hombre sin trabajo piden (en el mundo capitalista) ser explotados para seguir viviendo, necesitamos de las palabras, el ser, la identidad.
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Una vez inventadas la culpa, el reconocimiento, el miedo, las pasiones, ¿qué harían esas figuras si no encontraran en dónde posarse? ¿Cómo nacería un quién si no como soporte de esas figuras?
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Gilles Deleuze, en las clases sobre Spinoza, advierte a los estudiantes que, si se imaginan siendo seres sustanciales, no lean a Spinoza. Aclara que no tiene nada de malo que alguien diga “Yo me siento un ser”, pero que estaría perdiendo el tiempo asistiendo a su curso. Recomienda, en ese caso, ir a escuchar a quienes creen de verdad que somos seres, a quienes reafirman una sensibilidad aristotélica, cristiana, cartesiana.
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Escribe Alejandra Pizarnik: “Explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome”.
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Insinuar interesa más que nombrar. La insinuación sugiere y da qué pensar, mientras que el nombre impone, designa, identifica. La insinuación respeta el secreto de las cosas. No porque ellas se guarden sus claves, sino porque el deseo de algo secreto e inviolable resguarda sus encantos.
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Creemos ser dueños de un mundo interior sin advertir que vivimos cautivos de fantasmas. Sujeto: vacío habitado por fantasmas y, a veces, hueco que aloja la potencia de una decisión.
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Los amantes no se asocian ni se unen, ni se relacionan ni se vinculan, ni se conectan ni se enlazan, ni se rozan; los amantes se esperan en una cita a la que no llegan: aman esa común ausencia.
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La felicidad no se alcanza como meta lograda, acontece como risa inesperada, como sensibilidad que se suelta, como alboroto sin plan.
* Fragmentos de Sujeto fabulado I y Sujeto Fabulado II, este último de reciente aparición (ed. La Cebra).
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