Airear a los federales

Por Fernando Cibeira
Gustavo Mujica

La arquitectura del menemismo contó con una columna judicial. Pieza a pieza se fue montando una estructura, con vértice en la Corte Suprema automática, con el objetivo de garantizarle un cómodo paso por la función pública –amén de una tranquila jubilación– a los protagonistas de la nueva década infame. Debido a la poca inclinación del menemismo al disimulo y al trabajo de un periodismo atento, el armado fue puesto al descubierto más temprano que tarde. Quedó para los gobiernos siguientes la labor de desmontar ese andamiaje, algo que luego de varios balbuceos y arrepentimientos recién pudo cristalizarse con la seguidilla de juicios políticos impulsados durante la actual gestión. Ya casi quedó liquidada la vieja mayoría en la Corte –sólo resiste a duras penas Antonio Boggiano–, pero la tarea no estará completa hasta que los bríos de renovación no lleguen también al fuero federal, verdadero factótum de esa “asquerosa sensación de impunidad” de la que se habló en los últimos días.

Además de llevar a sus amigotes a la Corte, Menem dejó que Hugo Anzorreguy y Carlos Corach coparan los juzgados federales con un grupo de muchachos, los de la servilleta, que supieron compensar algún bache en su formación jurídica con una gran elasticidad para amoldarse a las diversas circunstancias a las que se ven enfrentados. Ciegos, sordos y mudos durante la gestión de Menem, les quitaron un poco de polvo a algunos expedientes en los gobiernos que siguieron sin dejar nunca de alinearse –o al menos intentar hacerlo– con el oficialismo de turno, no sea cosa de perder la costumbre y que de un día para el otro haya que ponerse a investigar enriquecimientos ilícitos, sobornos en el Senado y demás cuestiones. ¿Para qué incomodar?

En el fuero federal –vale recordar que es el que se ocupa de investigar los delitos cometidos por los funcionarios públicos en el uso de sus funciones– resisten el paso del tiempo: María Romilda “Chuchi” Servini de Cubría (la del Yomagate, una de las primeras causas de la corrupción menemista), Jorge “Pati” Ballestero (tiene la causa de la leche de Vicco y durante los años dorados llegó a cruzar algunos drives con Menem en canchas de tenis en Punta del Este), Norberto “Petiso” Oyarbide (el PJ lo salvó del juicio político en el recordado affaire Spartacus), Rodolfo “Rodi” Canicoba Corral (entre muchos otros, cajoneó el expediente del atentado a la AMIA), Jorge Urso (llegó a juez luego de ser el abogado del divorcio de Miguel Angel Toma), Juan José Galeano (el primer juez de la AMIA, está suspendido y con juicio político en marcha) y Claudio Bonadío (ex número dos de Corach en la Secretaría de Legal y Técnica).

Los servilleteros tienen algunos puntos en común. Por lo general, muestran un tren de vida muy por encima de lo que les permitiría su sueldo de funcionario judicial. Además gustan de los autos caros, las motos, los caballos pura sangre y en algunos casos también de las armas. Tal vez para distraerse un poco de los escabrosos asuntos que les toca investigar, aman la diversión. Es leyenda en Tribunales aquella fiesta de fin de año del ‘95 (¡si había cosas que festejar entonces!) donde los jueces terminaron armando un trencito en el tercer piso del circunspecto Palacio de Justicia.

En cuanto a lo laboral, adhieren a un estilo de investigación espasmódico. Cuando la atención pública se posa en algunos de sus expedientes, toman una velocidad de vértigo. Allanamientos, indagatorias, procesamientos, hasta de alguna atrevida prisión preventiva son capaces. Luego, cuando las luces se apagan, dejan que las causas vuelvan a la paz eterna de los archivos hasta llegar a la lenta pero inexorable prescripción. Que exista una filmación del delito o la aparición de un arrepentido no les altera el pulso. Las causas rara vez llegan a juicio, una situación que días pasados le permitió a María Julia Alsogaray volver a su petit hotel.

La rutina de los servilleteros sólo puede modificarse si su posición personal corre peligro o si el oficialismo de turno les hace saber sus urgencias. Entonces, de vuelta al vértigo.

Bonadío dio un ejemplo extraordinario la semana pasada. Luego de los múltiples cuestionamientos que venía recibiendo por su actuación en el expediente por ocultamiento de pruebas en la investigación AMIA que lo ponían como seguro candidato a seguir a Galeano en el banquillo del juicio político, se despachó de sopetón con ¡37! citaciones a declaración indagatoria. Eso sí, se cuidó de no incluir a su padrino Corach en esa larguísima lista.

Airear el fuero no será sencillo. En todos estos años, los federales anudaron fuertes lazos con el poder político. Además, buscaron la forma de lavarse la cara. Urso metió preso a Menem. Oyarbide también lo procesó. Otros, en cambio, firmaron importantes condenas por los crímenes cometidos durante la dictadura. Pero si de veras la intención es sanear institucionalmente el país, que renazca la idea de justicia, que termine la sensación “asquerosa”, los jueces de la servilleta deben ser reemplazados. Aunque no sea sencillo, debe hacerse.

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