Gestos que faltan

Por Horacio Cecchi

El rostro del hombre en el banquillo de los acusados estaba impávido. Incluso después de que el tribunal lo absolvió de culpa y cargo. Sólo un fantasma de sonrisa cruzaba sus labios contenidos por un breve y disimulado rictus. Al fin de cuentas, estaba acostumbrado a mostrar los beneficios de suponerse de acero, porque el acero no tiene gestos. La mujer en período de gestación, embarazada, en cambio, estaba demacrada, unas lágrimas recorrían sus mejillas. El único gesto al que atinó fue al de abrazarse con un familiar a su lado, no sé si un tío o un hermano. Su marido no, que estaba muerto. En fin, su marido había sido la víctima del oficial de policía sentado en el banquillo. Y ella, ahora, después de la lectura de absolución del tribunal, venía a ser víctima de la solemne gestión de la balanza, retorcía su cuerpo en un llanto, se retorcía en ese gesto que lo dice todo, que no hacen falta palabras para comprenderlo.

Después, la mujer salió a la calle. La acompañaban sus familiares. Buscaba justicia en la calle, porque en el tribunal no la había encontrado. La apoyaron los feos y oscuros de la villa, la apoyaron porque si no la apoyaban, ¿quién los apoyaría después a ellos? Pero no fue de esos apoyos especulados, por interés, sino que salió naturalmente. Todo un gesto. Nadie más la apoyó. Pero nadie menos, según desde qué perspectiva se lo vea. Porque, para la mujer, no alcanzó para encontrar justicia. Después de todo, ahí adentro en la villa, mejor dicho ahí afuera en la villa, la justicia no llega y si llega, llega de esa forma, para cargarse un muerto. Pero fue un gesto de apoyo que le sirvió para seguir viviendo.

De parte de los Gerentes del Poder, nada. Ni una sonrisa. A esa altura, políticamente imposible salir a defender semejante papa que quema. A esa altura justo no me vengas a pedir semejante cosa, justo cuando el señor de los gestos duros, el gestor de la clase media, arrastraba una multitud que reclamaba ante la plaza de los Dos Palacios de los Gestores. Reclamaban mano dura. Algunos sin saber lo que hacían, de pura bronca. Otros, levantando la mano como en otras épocas. Por eso, como respuesta, qué mejor gesto que el de no decir nada, el de aceptar reclamos cuando son tantos y tan embravecidos y después veremos.

La próxima, habrán pensado, la próxima, capaz que fue así, la próxima salgo antes de que se me vengan al humo. Todo un gesto.

Cualquiera tiene gestos, aunque no quiera. Cualquiera carga en el cuerpo los gestos de aquello que fue su vida, de aquello que fueron sus ideas, de aquello que fue su trama. Aunque no parezca, hasta las palabras son gestos. Sus tonos, sus matices, sus sentidos.

Joan Corominas ya había escrito en su Etimología de la Lengua Castellana todo lo que se desprende de un gesto. Gesto, dice Corominas, del latín, gestus, una actitud o movimiento del cuerpo. Gesto, derivado del verbo latino gerere, que en buen romance viene a ser nada menos que “llevar, conducir, llevar a cabo gestiones, mostrar actitudes”. El bueno de Joan va por más y dice que gesticular deriva del latín gesticularis, asociada a “gesticulación”, agestado, engestado, incluso gesta. Gesta: historia de lo realizado por alguien. Y que en el antiguo latín gesta es el plural de gestum, lo realizado por alguien, y que es nada menos que el participio del ya mentado gerere. Y aunque parezca mentira, otro derivado, gestación, viene de gestare, llevar encima. Gerente y gestor también se vinculan a gesto. Porque gestor en latín es el administrador. Y el gerente es el que gestiona o lleva a cabo. La propia palabra “gerundio” deriva del latín gerundus, o sea, “el que se debe llevar a cabo”.

Gestores y gerentes, quienes deberían gestionar, tienen un tema pendiente con quienes los gestaron, o sea, la gente: les deben menos gesticulaciones y más gestos.

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