El optimismo de la voluntad

Por Nora Veiras
Gonzalo Martinez

Era junio del ’88, hacía apenas cuatro meses que había terminado el Congreso Pedagógico Nacional con el que el alfonsinismo apostó a sentar las bases de la transformación educativa. Y hacía apenas un mes que los maestros habían vuelto a las escuelas después de 57 días de huelga masiva en todo el país. Jorge Sábato, un hombre que como ministro era un excelente sociólogo, desesperado por la pérdida de días de clase había decidido reducir las vacaciones de invierno. La reacción estudiantil fue masiva –esa sí que llenaba las calles y creaba el ahora tan temido “caos” de tránsito–, las piedras estallaban contra los ventanales del por entonces Palacio Pizzurno. “Esto es consecuencia de la dicotomía de las culturas y el estallido de las instituciones”, diagnosticaba ese hombre, dando cuenta de la formación de docentes que no respondían a las necesidades, a las expectativas de los alumnos y de instituciones creadas para socializar a un alumno que ya entonces, los albores de los ‘90, no existía como tal.

Los diagnósticos lapidarios dieron cuerpo a interminables debates y propuestas. El radicalismo no pudo llegar ni a sugerir un tratamiento. El peronismo-menemismo, siempre más expeditivo, avasalló con leyes que supuestamente querían plasmar esa imprescindible transformación para no seguir hipotecando el futuro. Se sucedieron la transferencia de escuelas secundarias a las provincias y las leyes Federal de Educación y de Educación Superior. Nuevas siglas invadieron la nomenclatura educativa, EGB, Polimodal, CBC, TTP, daban cuenta de los “cambios”. Por entonces, un pedagogo español advertía: “Los Contenidos Básicos Comunes (CBC) que no son Contenidos Básicos Propios para el docente son Contenidos Básicos Inútiles (CBI)”. En el mejor de los casos eso sucedió.

A veces es difícil creer que el caos actual –sí, el entierro de la primaria y la secundaria en las jurisdicciones más grandes del país generó un verdadero caos en que los alumnos terminan ciclos supuestamente iguales sin conocimientos equivalentes– haya sido planificado para terminar de aniquilar un sistema que había sido cimiento de la integración social del país. Como sea, lo que es inocultable es la fragmentación educativa que acompañó en armonía la fragmentación socioeconómica. Y ya no sólo los retazos se combinan entre provincias ricas y pobres sino que al interior de cada una se reproducen circuitos diferenciados de consumos simbólicos y materiales que, hasta ahora, nadie sabe o nadie quiere revertir.

En una investigación que debería alarmar a los responsables de la educación argentina, la pedagoga Sandra Ziegler analizó las consecuencias sociales de esos circuitos cerrados en los que la elite se forma aislada del resto de la sociedad. “La gran mayoría de los estudiantes del conjunto de las escuelas de elite se propone ocupar posiciones de privilegio (...) Llamativamente se trata de futuros sin privaciones y absolutamente privatizados, donde se han esfumado los proyectos colectivos. (...) La postura sería la maximización del beneficio individual, y estaría descartado cualquier intento o aspiración de conducir un destino colectivo. (...) Los ‘otros’ aparecen con mayor frecuencia en los programas extracurriculares, en los que son objeto de la filantropía o de la caridad.” (La Trama de la desigualdad educativa. Compiladora: Guillermina Tiramonti, Editorial Manantial.)

La complejidad del problema excede los muros escolares y requiere decisiones políticas estratégicas. Basta pensar que los chicos que entran hoy a primer grado/año, si cumplen con los tiempos establecidos, podrán egresar de la universidad en el 2023. Otros dieciocho años en los que seguirá cambiando la Argentina: ¿o alguien se atrevió a imaginar hace dieciocho años, cuando este diario nacía, que en este país el 40 por ciento de la población estaría bajo la línea de pobreza? ¿O alguien imaginó que los chicos estarían en la escuela pero no ya para aprender sino para protegerse de un afuera sin alternativas?

Como la educación carecería de sentido sin el optimismo de la voluntad, sólo queda apostar que esta vez podrá ser distinto.

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