Un poco de todo

Por Eduardo Aliverti

Esta nota se escribe en plena conmoción por los fallos excarcelatorios de María Julia Alsogaray y Omar Chabán. No está mal, porque obliga a recordar uno de los grandes temas pendientes de este gobierno: el aparato intacto de la corporación judicial, con la única salvedad de los cambios en la Corte Suprema.

Es un asunto que parece no estar a la altura de otras cuestiones en mora, como la redistribución de la riqueza o –hermano gemelo de la anterior– un sistema impositivo que sigue contándose entre los más regresivos del mundo. Sin embargo, desde su carácter simbólico sí lo está. Que lo desmienta el propio Kirchner, si no, que en sus primeras horas como jefe de Estado empleó la cadena nacional para anunciar la promoción del juicio político a Julio Nazareno, uno de los máximos emblemas de los tiempos de la rata. Después soplaron otros vientos igual de positivos y gente como Zaffaroni y Argibay, casi inimaginables como integrantes del máximo tribunal de la Nación en casi cualquier etapa que se quiera, llegó para esperanzar respecto de la perspectiva de cambios de fondo en la “familia” de la Justicia. Pero todo se agotó en la punta de la pirámide. Y es muy difícil no imaginar o deducir que la falta de limpieza hacia abajo vino a coincidir con la defección del kirchnerismo, en ciertos compromisos higiénicos del presunto nuevo tiempo que dice encarnar: básicamente, murió la transversalidad al cerrar trato con el aparato del PJ. Y si el Presidente obró así como táctica de acumulación de fuerzas, para después usar una propia consolidada en las urnas, tendrá que demostrarlo. Lo concreto es que una Justicia intocada, en los referentes más operativos de su esqueleto inepto y corrupto, no sólo permanece como un deber incumplido sino que además hace sospechar firmemente acerca de la vocación renovadora del oficialismo. Es un dato nada secundario, porque ineptitud y corrupción judiciales son, precisamente, una pata primariamente funcional a los intereses de clase que sostienen la escandalosa inequidad del reparto de la riqueza. ¿O resulta que era así durante los tiempos de la rata, pero ahora no?

Los más ricos llevándose una parte mayor de la torta y los más pobres quedándose con una cada vez menor es un dato que se consolidó durante el actual gobierno. Y a partir de esa constatación, y sin perjuicio de medidas saludables en eso que se define como “lo institucional” (la política de derechos humanos en relación con la dictadura, el descabezamiento de cúpulas militares y policiales, la citada modificación de la Corte, etcétera), es que puede aseverarse que cambió el discurso pero no el modelo. Algunos se confunden y afirman que la quita en la deuda demuestra lo contrario, tanto como cierta reactivación del mercado interno. Es falso. Lo primero tiene el valor de un vaso medio lleno si es que quiere vérselo desde la posición de mayor fuerza ante una porción de los acreedores y el haber asomado la cabeza tras el default; pero, aun cuando se obviase que los organismos multilaterales y corresponsables del estallido continúan privilegiados, lo concreto es que esta administración no brinda siquiera un signo de que el esquema productivo y la matriz distributiva vayan a sufrir cambios de raíz. Y en cuanto a lo segundo, al igual que el crecimiento de la economía con índices técnicamente chinos, no estamos hablando de otra cosa que un obvio efecto rebote tras el desmadre general (y con alrededor de la mitad de la población afuera del mapa o en sus bordes).

Un símbolo de esa inexistencia de alteraciones estructurales –que, de vez en cuando y en voz baja, es reconocido por algunos funcionarios– lo constituye el mantenimiento de un sistema tributario monstruosamente regresivo. Y tanto respecto de eso como de lo anterior, siguen escuchándose los versos de que para repartir primero hay que tener. Es exactamente al revés: primero se debe repartir (en una etapa, además, en que el Estado se enorgullece de sus arcas pletóricas) para corregir la inequidad social, y después se ve qué se hace con lo que queda. Casi, hasta suena de Perogrullo.

Y si es por temas pendientes vaya un párrafo final para otro escándalo que se arrastra desde la recuperación democrática, y que muestra al oficialismo con una evidente mirada hacia el costado (por ser suaves) aunque compartiendo responsabilidades con el conjunto de la dirigencia política: Argentina prosigue regida por la Ley de Radiodifusión que firmaron Videla, Martínez de Hoz y Harguindeguy. Como si se tratara de que los medios deben continuar como están para que ciertas verdades de fondo no pasen del rango de tratamiento espasmódico.

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