Dar una mano y recibirla

Por Marta Dillon
Gustavo Mujica

Hay temas pendientes que son heridas y nunca cicatrizan: ¿dónde están los huesos de mi madre? ¿Cuál fue el destino de cada uno y cada una de los desaparecidos? ¿Quiénes apretaron el gatillo, condujeron los aviones, los camiones, prendieron fuego, abrieron las fosas, se quedaron con los botines? ¿Dónde están los jóvenes que buscan las abuelas? ¿Por qué hay tantos hermanos y hermanas que siguen separados? ¿Qué pasó con los empresarios que entregaron a sus trabajadores y trabajadoras? ¿Siguen ganando dinero? ¿Vendieron sus empresas una vez que desactivaron los conflictos? ¿Dónde está el cuerpo de Miguel Bru, estudiante, desaparecido en democracia? ¿Dónde el de Andrés Núñez? ¿Donde están los tres desaparecidos en Mendoza, también en democracia? ¿Dónde está Marita Verón? ¿Vive? ¿Está siendo explotada? ¿La vendieron a España o a Colombia? ¿Y Fernanda Aguirre? ¿Y las turistas desaparecidas? ¿Cuántas veces vamos a repetir la palabra desaparecidos sin que se nos marchiten los oídos? ¿Por qué toleramos que cada año muera un millar de personas de hambre, aquí mismo, entre nosotros?

Hay otros asuntos pendientes como péndulos, se hamacan si guiendo la atracción del vaivén de la opinión ¿general?: ¿qué se hace con los chicos que viven en la calle? ¿Se los encarcela? ¿Se los oculta en institutos? ¿Se los entrega en guarda, a hogares de paso, a curas que los toman de rehenes? ¿Es legal que trabajen? ¿Que limpien vidrios es mejor que arrebaten? ¿Que hagan malabares es preferible a que pidan monedas? ¿Las piden para comer, para enriquecer a un explotador o para comprar pegamento? ¿Y los pibes chorros? ¿Cerramos los ojos mientras se los mata? ¿Es realmente fácil el gatillo? ¿Cuántos chicos murieron en hechos delictivos sin que se nos mueva un pelo a los biempensantes que nos movemos en taxi o por el centro para no exponernos a su violencia? ¿Cuántos pibes se mata para que no ocupen lugar en las comisarías? ¿Cuándo dejarán de llenar los calabozos? ¿Es ilegal condenar a menores a cadena perpetua o bueno, tal vez no, porque si entró a los 16 y cumple 25 años preso a los cuarenta y pico a lo mejor tenga una oportunidad? ¿Nos importa lo que sucede detrás de los muros de la cárcel? ¿Los derechos humanos son de los delincuentes? ¿Todos los problemas que nos angustian se resuelven pidiendo cárcel, cárcel ya, cárcel sucia y fea para cualquiera como la que padecen los presos comunes? ¿Si pedimos una cárcel y una celda común para los delincuentes con poder es porque nos parece bien el estado de las cárceles? ¿Está bien que los comerciantes tengan armas para defender sus bienes? ¿Y los particulares? ¿Habría que tener armas en el country? ¿Estamos dispuestos a matar? ¿Qué quiere decir “estamos”? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Nosotros sin negros, bolivianos, paraguayos, coreanos y todas sus variantes de género que impone la corrección política? ¿O nosotros con italianos, españoles y europeos varios?

Están los temas pendientes que ocupan ahora mismo la agenda pública y parecen a punto de resolverse, aunque no, aunque se resuelvan por omisión o por prepotencia de la costumbre: ¿habrá educación sexual en las escuelas? ¿Podremos hablar con nuestros hijos e hijas desde el placer y el respeto por su intimidad? ¿Les daremos la chance de que pregunten más allá de las cuatro paredes de la casa propia, que encuentren en quién confiar, que encuentren su camino aunque se equivoquen, metan la pata, vuelvan a intentarlo? ¿Podemos cuidarlos y cuidarlas, respetar sus errores y darles la mano para que por eso no descarten sus sueños? ¿Podremos decir las mujeres en voz alta sin que parezca un acto de arrojo casi suicida, algunas que acompañamos, otras que abortamos pero que esa experiencia está tan enredada en la identidad mujer como menstruar cada mes o extrañar el ciclo? ¿Podremos consolar a las que están en ese trance sin juzgar la razón por la que quedaron embarazadas? ¿Podremos decir, sin apelar a la prohibición y sin temor a parecer moralistas, que es desagradable la forma en que se muestra el cuerpo de las mujeres, se lo interviene, se lo manosea, se lo envuelve en ropa imposible y se le exige una belleza que sólo consigue el quirófano? ¿Qué hacemos con los y las viejas? ¿Miramos para otro lado? ¿Es terminar con la discriminación legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿No habrá algo más que revisar en el lenguaje? ¿Por qué puto y puta son insultos?

Y hay otros temas que quedan en la agenda, que se anotan de año a año, de semana en semana como pendientes, deseos más íntimos y que duelen menos, pero son los que nos permiten cargar la mochila cotidiana con tantas preguntas formuladas y por formular, con las heridas abiertas y con las cicatrices que duelen en ciertos días: caminar una vez más descalza en la arena, bañarme sin ropa en el mar, leer todos los libros que debo, ir a almorzar con mis amigas y sentir cómo el sol nos colorea las mejillas. Bailar, mucho, hasta que toda la ropa se moje. Sentir el amor y que me parta un rayo. Que el cuerpo sepa cada vez su razón de ser. Dar una mano. Y recibirla.

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