CONTRATAPA

El grito silencioso

 Por Juan Gelman

Hay más bajas de veteranos de Irak y Afganistán en EE.UU. que en Irak y Afganistán. Se suicidaron al volver. Una investigación de CBS News reveló que en el 2005, en 45 de los 50 estados de la Unión se quitaron la vida 6256 efectivos que habían participado en esas guerras (www.cbsnews.com, 13-11-07). Un promedio de 120 por semana, siete cada día, en sólo un año, casi el doble de los caídos en más de cuatro de conflicto. Padecían lo que hoy se llama “desórdenes por estrés postraumático” (PTSD, por sus siglas en inglés), una generalidad que oculta muchas cosas: horrores del combate, crímenes cometidos o vistos cometer, desilusiones de “la libertad y la democracia” que iban a llevar a esos países, angustias, pesadillas, remordimientos y a saber cuánto más. Son cifras escalofriantes: cada unidad del total corresponde sobre todo a un joven.

La investigación duró cinco meses y reunió información de fuentes oficiales de los estados, del departamento de cuestiones atinentes a los veteranos de guerra y de la Oficina de Censos de EE.UU. Se consultó a especialistas y se comparó la tasa de suicidios de los veteranos con la del resto de la población. Los datos para el 2004 revelan que la primera duplicó con creces a la última: del 17,5 al 21,8 por cien mil contra el 9,4 por cien mil. Para el 2005, fueron del 18,7 al 20,8 y el 8,9 por cien mil, respectivamente. El número de suicidas varones triplica al de las mujeres. Y la tasa más alta se dio entre los veteranos de 20 a 24 años: es de tres a cuatro veces superior a la del mismo grupo etario de quienes no fueron a la guerra. Son estadísticas que el Pentágono no suele difundir. Explica que se trata de “problemas personales”.

Más del 25 por ciento de efectivos en actividad y el 50 por ciento de los reservistas que regresaron a su casa presentan síntomas de trastornos mentales (Reuters, 13-11-07). Cuando el presidente Bush dice que los terroristas suicidas “no son como nosotros; no valoran la vida como lo hacemos nosotros” incurre en una tremenda ironía, tomando en cuenta los miles de soldados y veteranos estadounidenses que se quitan la vida. No eran fieles del Islam ni árabes que W. desprecia, sino –con excepción de los psicópatas de siempre– personas que se alistaron por pobreza o buscando oportunidades de carrera y no porque querían matar civiles.

“Sentí cómo ese silencio gritaba dentro mío”, expresó Jessica Harrell cuando vio a su hermano, de regreso de Irak, muerto de mano propia. Hubo quienes se pegaron un tiro, otros se ahorcaron. Pero esto poco importa a la Casa Blanca. Son material desechable o ingresan al rubro “daños colaterales”. Todavía se suicidan veteranos de otras guerras. Y hay mujeres invisibles: por ejemplo, las viudas de Vietnam.

Penny Coleman era una de ellas y vivió largos años con la carga del suicidio de su esposo Daniel. Fotógrafa de profesión, decidió entrevistar a decenas de mujeres que habían atravesado idéntica tragedia y reunió sus historias de vida en el libro Flashback - Posttraumatic Stress Disorder, Suicide and the Lessons of War (Beacon Press, Boston, 2006). Cuenta Penny Coleman: “Durante décadas viví agobiada por la culpa y la vergüenza que experimentan casi todos los sobrevivientes de un suicidio... hasta que a en los ’80 los medios empezaron a publicar artículos sobre la frecuencia del suicidio entre los veteranos de Vietnam. Comencé a preguntarme qué papel habían tenido en la muerte de Daniel sus experiencias de la guerra” (www.flashbackhome.com). Comprendió que había vivido “una parte de la historia que fue completamente borrada de las versiones oficiales”. Sigue borrada.

Encontró en todas las entrevistadas los mismos sentimientos provocados por una sociedad que estigmatiza y culpa al sobreviviente del suicidio del otro y considera que el soldado que no cae en combate es un débil o un cobarde. Advirtió que sus viejas preguntas –“¿amé lo suficiente?, ¿lo cuidé, me cegó la negligencia?”– no tenían otra respuesta que los trastornos causados por la guerra. Ahora habla muy claro.

Penny Coleman señala en un artículo que difunde el Independent Media Institute, organismo que apoya al periodismo independiente (www.alternet.org, 26-11-7): “Hay algo de superioridad tan jactanciosa en la manera con que hablamos de los atacantes suicidas y de las culturas que los producen. Y asoma un pensamiento inquietante. En 2005, 6256 veteranos estadounidenses se quitaron la vida. Ese mismo año, hubo alrededor de 150 muertes documentadas de atacantes suicidas en Irak. Hagan la cuenta. La proporción es de 40 a 1. ¿Quién se muestra más eficaz entonces en la creación de una cultura de suicidio y de martirio? Si George Bush tiene razón (cuando dice) que es la desesperación, la desidia y la pobreza las que empujan a la gente a cometer tales actos, ¿no vale la pena subrayar que estamos haciendo en la materia un trabajo mucho mejor?”.

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