CULTURA › ENTREVISTA A FERNANDO VALLEJO, UN “MUERTO” QUE GOZA DE MUY BUENA SALUD

“¡Qué horror si Colombia se menemiza!”

El notable autor colombiano acaba de publicar en la Argentina Mi hermano el alcalde, una novela en la que, con su conocida y feroz ironía, da cuenta de los males que aquejan al país que abandonó hace más de treinta años. En este intercambio imperdible, el autor de La virgen de los sicarios habla de Colombia, pero también de su propia muerte, la religión y el peligro de la “argentinización”.

 Por Angel Berlanga

–¿El que responde esta entrevista es quien narra, en primera persona, sus novelas? ¿Un personaje?
–Exacto, un personaje. A nadie tenemos por qué decirle nuestra última verdad.
El escritor colombiano Fernando Vallejo contesta por correo electrónico desde México, donde vive desde hace más de treinta años. Las contadas entrevistas que da, y muchas de sus respuestas –las que se leerán aquí y las que pueden leerse en otros reportajes– son estruendosas. O terribles. O graciosas, también. Tal vez algunas cosas más, pero para qué seguir con los adjetivos ad hoc.
–¿Cómo evoluciona la democracia en Colombia?
–Colombia es un matadero democrático. A cualquiera –pobre o rico, humilde o poderoso– se lo puede despachar al otro lado en el momento menos pensado: hasta en las elecciones. Allá todo el mundo vive alerta, pero feliz. ¡Con treinta mil asesinados al año y es el país más feliz de la tierra!
–¿No observa ningún tipo de salida esperanzada para Colombia?
–Sí, la muerte. Que es la solución de las soluciones, el remedio para todos los males.
En la Argentina acaba de aparecer Mi hermano el alcalde, la más reciente novela de Vallejo, en la que cuenta la historia de Carlos Alberto al frente del municipio de Támesis, Antioquía, y donde quedan al descubierto, alegremente retratadas, las características más calamitosas de la democracia: fraudes electorales, corruptelas, negocios turbios, clientelismos y, tratándose de Colombia, los múltiples cauces que desembocan en la muerte. Es el tercer libro de Vallejo que se publica aquí: lo precedieron La virgen de los sicarios (llevada al cine por Barbet Schroeder) y El desbarrancadero. Hacia atrás, su obra de ficción, a la que suele definírsela como “autobiográfica”, se completa con La rambla paralela y con los cinco volúmenes que componen El río del tiempo. En esa zona compuesta entre el personaje Vallejo que contesta entrevistas y el Vallejo autobiográfico que escribe ficciones, pueden ubicarse sus palabras. Si se busca en Internet “Támesis, Antioquía”, puede encontrarse que Carlos Alberto Vallejo Rendón fue alcalde entre 1998 y 2000, y que muchas de las obras e iniciativas que figuran como logros de su gestión aparecen narradas en la novela. Vallejo ya había contado la historia de otro hermano, Darío, en El desbarrancadero. El número de hermanos del escritor varía: son nueve en una conferencia, veinticuatro en una entrevista, treinta en este último libro.
–“Hoy por amor nadie gasta tu tiempo en ti, Colombia”, dice su narrador. ¿Y usted?
–Colombia es un gran tema literario por lo desorbitada y monstruosa. Allí el ser humano se da en bruto y es casi tan malo como en Irak.
–¿Por qué le preocupa tanto Colombia?
–No, no me preocupa, es un desastre sin remedio. Hace mucho que ya la di por perdida.
–¿Se considera un exiliado? ¿En qué, observa, influye esa condición en su obra de ficción?
–Yo me fui de Colombia por gusto, no porque me echaran. Y vivir fuera de mi país más de la mitad de mi vida me ha servido por lo menos para tomar distancia de su idioma, el colombiano, que no pasa de ser uno entre veinte versiones del español. Fue una suerte haber venido a dar a México para borrarme de la cabeza los colombianismos, o por lo menos reconocerlos como tales. De Colombia lo que sí me ha servido mucho es el ritmo, el de la locura.
–¿Está al tanto de que aquí uno de los grandes miedos es que la Argentina se “colombianice”?
–De ese miedo se pueden ir librando porque ya lo están, ya se colombianizaron. Ahora el miedo lo tenemos nosotros: que Colombia se nos argentinice, esto es, que se nos llene de políticos corruptos como los que les sobran a ustedes. ¡Qué horror mi pobre Colombia menemizada!
“Yo escribo en idioma literario condimentado con colombianismos y ají, que en Argentina se llama putaparió”, anota Vallejo. “Lo más importante de la prosa es el ritmo, que las frases suenen. Y una vez que uno se monta en el ritmo lo único que tiene que hacer es dejarse llevar.” Como Manuel Puig, Vallejo se fue de joven a Roma, a estudiar cine. Según ha dicho, el cine le resulta un arte menor frente a la literatura; según ha dicho, la literatura le resulta un arte menor frente a la música. Pero en sus textos consigue eso que dice, el ritmo, que las frases suenen: es notable la musicalidad de su escritura. Conviene, ahora, anotar lo que le dijo, en un chat publicado en la revista Soho, su colega colombiano y amigo Héctor Abad Faciolince: “Te considero, al mismo tiempo, un genio literario y un pensador descabellado. Tus libros tienen una fascinación de sueño, y tus ideas, de pesadilla”. “Gracias”, fue la respuesta. Vallejo es conservador, crítico empedernido del Papa, de Fidel Castro y de ex presidentes como Pastrana y Gaviria, y suele quejarse de que haya tanta gente en Medellín, en Colombia, en el mundo: está, dice muy seguido, en contra de la reproducción humana. “¡Qué hermosa era Colombia cuando yo nací, con siete millones de colombianos!”, apunta Vallejo. “Cuarenta y cuatro no se los aguanta nadie. Medellín era fresquecito. Ahora es un infierno por el calor. De tanto fracaso y tanto carro y tanta rabia y tanto odio se le subió la temperatura como diez grados. Yo nací graduado para vivir y pensar a dieciocho grados centígrados y ni uno más.” Vallejo, además, se declara “muerto” desde hace varios años: “Estoy más muerto que Pedro Páramo”, dijo en una conferencia. “Colombia de los asesinos y de los locos me mató. De tus infinitos locos que le tienen que hablar al aire porque aquí nadie oye y hay que gritarle al eco.” Vallejo también dice que sus hermanos, que están vivos, están muertos.
–¿Por qué se declara muerto, cuáles fueron las causas de su “muerte”?
–La desmemoria. Cuando a uno se le empieza a olvidar todo a lo mejor es que ya se murió.
–¿Y qué podría hacerlo “resucitar”?
–Imponer la vida es un crimen, quitarla una obra de caridad y resucitar a alguien es un crimen doble. Que es el que cometió Cristo con Lázaro. ¡Y total para qué! Lázaro ya lleva como dos mil años desde su segunda muerte muerto. ¿Para qué lo resucitó Cristo si era para volverlo a dejar morir? Esa es la vuelta del bobo. Como la existencia de Dios.
–¿Ha pensado en el suicidio?
–Todos los días, ¿quién no? ¿Pero a quién le dejo el cadáver? Vivir es muy difícil, y morirse ni se diga. De todas, formas aquí en México hay una funeraria muy buena, Gayoso, de unos españoles riquísimos, con casa matriz y sucursales que no se dan abasto, y que me paga por hacerle propaganda en mis libros. Me han prometido enterrarme gratis.

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Tanto en sus libros como en sus entrevistas, Vallejo hace gala de su ingenio para la provocación.
“Imponer la vida es un crimen, quitarla una obra de caridad, y resucitar a alguien es un crimen doble.”
 
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