EL MUNDO › CRONICAS DESDE BOLIVIA, UN PAIS ENCERRADO ENTRE EL ATRASO Y LA DEPENDENCIA

La guerra del mar tras la guerra del gas

Hace una semana, el presidente Carlos Mesa se imponía sólidamente en un referéndum para la nacionalización del gas a boca de pozo, pero pocos advirtieron que la guerra iniciada en torno de ese recurso esconde el anhelo más profundo de recuperar el mar. Aquí un relato desde la escena.

 Por Marta Dillon

Página/12
en Bolivia
Desde La Paz

Bolivia
Amar el mar
Mi patria tiene montañas,
No mar.
Olas de trigo y trigales,
No mar.
Espuma azul los pinares,
No mar.
Cielos de esmalte fundido,
No mar.
Y el coro ronco del viento,
Sin mar
Oscar Cerruto, poeta boliviano

Marisol se queda pensando cuando se le pregunta si conoce el mar. Lo ha visto en la televisión, en películas, cree, una de las dos veces que ha ido al cine, aunque no está completamente segura. Tal vez el cine sea una fantasía infinita como la de esa extensión de agua que ella imagina sería accesible si la bandera de su país la recibiera en alguna playa donde su guagua pudiera dejar que la espuma le salpique la nariz. Ella tiene 25, una hilera de dientes enmarcada en plata y un maquillaje prolijo que el laberinto de luces que se ordena bajo el techo del Mercado Camacho, en el centro de La Paz, convierte en pozos negros desde donde destellan sus ojos.
“Los abuelitos nos han contado que nosotros tuvimos un mar, que estaba alejadito, más allá de Oruro. El mar es de nosotros y nos lo han arrebatado. Habrán ido ellos, pienso. Yo sólo conozco los pequeños lagos, pero estoy esperando para ir, cuando se dé la recuperación.” Ella atiende el puesto de café de su mami, con guardapolvo blanco y bollos de marraqueta que parte con la mano para acompañar el líquido negro. Con la misma intensidad con desea un paseo bebiéndose el aire marino sueña con un trabajo estable que le permita dejar de rezar para que los clientes acudan a ese callejón del mercado en el que su guagua juega con restos de mandioca convertidos en autitos. “Y pienso que sería más fácil tener trabajo si tuviéramos mar, porque así saldrían nuestros productos a otros países y la economía no estaría tan encerrada.”
Marisol no terminó la escuela secundaria, pero hay saberes que no necesitan escuela. Esa noción básica de economía, por ejemplo, que dice que un puerto marino es sinónimo de riqueza es algo que en Bolivia cualquiera puede decir, en cualquiera de los idiomas que se hablan –quechua, aymara o guaraní– más allá de que se pueda o no escribir esa premisa. El mar está cautivo y son sus hijos bolivianos quienes tienen que liberarlo. Esa es la imagen compartida, la que se forja en discursos y en libros de lectura. En un himno que cualquier niño recita a pesar de la violencia que encierra: “Recuperemos nuestro mar/ recuperemos el litoral/ aun a costa de la vida/ recuperemos el mar cautivo/ la juventud está presente”.
–¿Tal es el anhelo de mar que se podría dar la vida por él?
–Por supuesto, como país no tenemos armamento para ir a una guerra. Pero a través de pensamientos radicales ahora empezamos a pensar que es posible. Hay ocho industrias chilenas de puertos, con unos pocos atentados se podría comprometer seriamente a quienes nos han saqueado. Y somos muchos los que estamos dispuestos.
Quien responde no es soldado, ni siquiera marino de la Armada boliviana –donde, dice el slogan de reclutamiento, “se forjan los hombres de mar”– Es un estudiante de Ciencias Económicas de la Universidad Pública de El Alto (UPE). Se llama Efraín Tancara y no es el único en su curso que fantasea con poner bombas en las costas chilenas que alguna vez, estudió, repitió, cantó a voz en cuello, fueron propias. Y volverán a serlo.
–El mar es un anhelo que lastimosamente perdimos, una propiedad nuestra que está en el corazón. Porque Bolivia nació con mar y el mar está en el corazón de cada uno –dice Acerino Taborga, profesor de la UPE antes de enunciar razones más tangibles para ese sentimiento común que desconoce las identidades regionales que parten el país andino en tres –la medialuna oriental, el altiplano y la amazonia– y las cientos de identidades aborígenes que se reúnen dificultosamente, a causa de dialectos y costumbres diversas, en también tres grandes grupos: aymaras, quechuas y guaraníes. “Si tuviéramos mar dejaríamos de pagar aranceles por el alquiler de puertos y los precios de nuestros productos competirían de otra manera en el mercado internacional. El mar sería un polo de desarrollo.”
Razones como la del profesor Taborga hubieran sido relativas hace unos pocos años atrás, antes de que Bolivia se convierta, en las palabras de la periodista de opinión del diario La Prensa de La Paz, Cecilia Lanza Lobo, en “mendigo en silla de oro”. Es que no hace un lustro –mucho menos de un lustro– que las entrañas de Tarija, una de las provincias de la “medialuna”, mostraron su tesoro: la reserva de gas más importante de América, sin distinción de latitudes. 59 billones de pies cúbicos de gas en un país donde las conexiones domiciliarias no llegan ni a cubrir el centro de La Paz. Un tesoro que muchos sabían que estaba allí pero que nadie, con la infraestructura nacional, era capaz de extraer. Para eso sirvieron las empresas transnacionales, para hacer brotar hidrocarburos enrostrándole al país andino cuánto las necesitan. Duro golpe para la autoestima nacional, bastante magullada, a juzgar por la cantidad de cursos que se ofrecen en pleno centro de La Paz para “elevar la autoestima”, sea aprendiendo oratoria, inglés o computación. Claro que más allá de los cursos diversos, en 2002, la autoestima magullada del 80 por ciento de población indígena tuvo una reparación que todavía se considera sorpresiva en Bolivia: el líder cocalero Evo Morales, campesino y de origen aymara, estuvo a punto de quedarse con la presidencia de la Nación y si bien no lo logró, pudo colocar un senador y unos cuantos diputados. “Después de siglos de opresión, hubo una toma de conciencia masiva de lo que significaba tener una voz propia que posibilitó más tarde que en Cochabamba se diera una ‘guerra del agua’ en 2002 –cuando el dirigente sindical de la Coordinadora del Agua, Oscar Olivera, logró expulsar a la multinacional que administraba el líquido en esa provincia– que fue el germen de la ‘guerra del gas? en 2003 y que muchos creen que es una revolución inconclusa”, opina Lanza Lobo.
Y es que si hubo una Guerra del Gas fue porque, ni más ni menos, las transnacionales acordaron con el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada –el Goñi, para amigos y enemigos– exportar el precioso elemento vía Chile, enemigo acérrimo desde que el final de la guerra del Pacífico, en 1879, le quitó a Bolivia su franja de mar azul e infinito. Y eso sí que era insufrible. “Nosotros ya vimos cómo las empresas foráneas se quedaron con la riqueza de nuestras minas –dice Abel Mamani, presidente de la Federación de Juntas Vecinales de El Alto y, como muchos migrantes internos de esa zona, ex minero–; por eso es que no queremos entregar el gas. Mucho menos que nuestras ganancias se conviertan en aranceles portuarios pagados a Chile.”El referéndum de hace una semana atrás le dio al presidente Carlos Mesa –vice del Goñi, y quien asumió después de la renuncia de éste cuando la Guerra del Gas en octubre de 2003– el visto bueno para exportar, y ya hay firmado un convenio con nuestro país para la construcción de un gasoducto. Aunque los ánimos –advierte el analista Alvaro García Linera– podrían volver a caldearse si “no se advierte este nacionalismo vigoroso que comparte la mayoría de los bolivianos y que quedó claro con el masivo sí a la recuperación de los hidrocarburos en boca de pozo. Si el presidente es demasiado cauto en el texto de la nueva ley, o si la exportación es vía Chile, es probable que el polo más radical que perdió algo de representatividad después del referéndum se potencie”. Y ya hay quien mira con desconfianza los acuerdos con Argentina, no vaya a ser cosa que el gas boliviano llegue, merced a nuestro país, a ese otro, Chile, que mantiene “el mar cautivo”.

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El presidente Carlos Mesa saluda en el aeropuerto de Tarija esta semana.
La provincia tiene la reserva de gas más importante de América, sin distinción de latitudes.
 
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