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La pelea Sánchez-Gnecco sacó a la luz las internas de los árbitros

La discusión entre el referí y el director de la Escuela reflotó viejas historias, como casos de sobornos o armado de listas negras.

Por Gustavo Veiga

El arbitraje argentino retrocedió más de medio siglo, como si hubiera vuelto a fines de los años ‘40, cuando la AFA contrataba a referís ingleses. El conventillo en que se sumergió durante las últimas horas gracias al contrapunto entre Abel Gnecco y Angel Sánchez reflotó la sensación de que casi nadie es creíble e instaló, por enésima vez, las sospechas de corrupción. Casos de soborno que no se resuelven, la confección de “listas negras” con nombres de futbolistas, mecanismos poco claros para calificar a los jueces y protagonistas que ya no creen en la honestidad arbitral componen un cóctel difícil de digerir, mientras cada sector atiende su juego. Los dirigentes se hacen los distraídos, los jugadores se sienten a gusto en su papel de “víctimas” y los árbitros están tan divididos que suena descabellado pedirles uniformidad de criterios cuando se trata de cobrar un penal.

Las duras imputaciones que intercambiaron Gnecco, el director de la Escuela de Arbitros y Sánchez, el más veterano de los jueces en actividad, bastaron para precisar qué deteriorada está la imagen de la autoridad. Aunque sus chisporroteos fueron un alimento insoslayable para los medios deportivos, quedó claro también que las diferencias internas por un ranking, los sorteos o las presiones para castigar a jugadores resultan temas menores al lado de otros.

¿Acaso Paolo Montero, Silvio Carrario y Mauro Laspada nunca sospecharon que podían ser prejuzgados por su juego brusco o protestas reiteradas? El defensor uruguayo dijo que no estaba sorprendido por los dichos de Sánchez y el de Olimpo conocía que integraba una lista. ¿Quién no escuchó hablar del carácter autoritario que se le atribuye a Gnecco para definir políticas arbitrales? Sobre estas cuestiones, se ocupó la Asociación Argentina de Arbitros en un comunicado:

“Ellas –por las denuncias de Sánchez– no son más que la muestra de algunas de las irregularidades que suceden en el arbitraje y que fueran, reiteradamente, denunciadas por esta entidad ante las autoridades de la AFA, sin resultado alguno. A título de ejemplo: falta de transparencia en la calificación de los árbitros; no publicación de ranking; falta de rotación de los árbitros asistentes; falta de claridad en la designación del último árbitro internacional, etc...”

Este punto se refiere a la elección de Pablo Lunati, quien, según la Asociación, no tenía el nivel suficiente para ser promovido. En el ambiente arbitral se le atribuían más méritos a Javier Collado, un juez santiagueño radicado en Córdoba. Este fin de semana, ni Lunati ni los internacionales Sergio Pezzotta y Horacio Elizondo (el representante argentino que irá al Mundial de Alemania) dirigen partidos, por errores cometidos en las dos primeras fechas del torneo. Tampoco Sánchez, quien el 3 de marzo cumplirá 49 años y que el 31 de ese mes, cuando venza su contrato, sería dado de baja. De ahí que Gnecco le reproche “haber hablado ahora y no antes”.

Más allá de estas internas y de la crisis de credibilidad del arbitraje zamarreado por sus propios integrantes, hay otros problemas tan actuales como el juego brusco de Montero –fue expulsado 16 veces en su carrera– o la deteriorada conducción de Gnecco, un viejo amigo de Julio Grondona que desde su llegada a la Escuela no tuvo un desempeño feliz. Estas dificultades quedaron expresadas durante un asado y un partido que unió a la Asociación de Arbitros y a Futbolistas Agremiados el 14 de noviembre pasado. Los jueces pidieron la reunión para intentar bajar el tono de algunas declaraciones que, en plena definición de los campeonatos, tornaron el clima irrespirable.

Esas frases acuñadas por jugadores y también por técnicos contenían agravios como “ladrón”, “delincuente” o expresiones del tipo “no quiero que me choreen”. Y se repitieron con inusitada frecuencia en los dos últimos meses del 2005. Ricardo Moreira, el lateral derecho de Central, trató de “delincuente” a Juan Pablo Pompei en un título que reprodujo el diario Clarín el lunes 7 de noviembre, tras ser expulsado en el clásico contra Newell’s. Similar conducta tuvo Hernán Boyero, el delantero de Tigre, en un partido nocturno contra Huracán. Buscó una cámara de TyC Sports, y como quien le fuera a dedicar un gol a un pariente, dijo: “Es un ladrón”, después de que el árbitro Walter Díaz sancionara un fallo en contra de su equipo.

Los referís, por conducta casi general, no recurren a la Justicia cuando son afectados en su honor. Es una especie de regla no escrita. En cambio, optan por enviar una nota al Tribunal de Disciplina de la AFA para que el jugador que calumnia rectifique o ratifique sus dichos. Rafael Furchi, después de dirigir Vélez-Colón por el torneo anterior, denunció de ese modo a Esteban Fuertes, quien se disculpó y provocó que el expediente quedara archivado. El propio Sánchez, mientras acusaba a Gnecco de “dictador”, deslizó sospechas de corrupción en la actividad que, según sus propias palabras, ya no disfruta. Presunciones que han ganado el ambiente y que, a más de un árbitro, le deberían poner los pelos de punta.

El 6 de mayo de 2003, Guillermo Marconi, el secretario general del Sadra, firmó un comunicado que sostenía: “Hacer saber a todo el plantel arbitral que existen inescrupulosos y delincuentes que están haciendo de este quehacer una profesión”. Se refería al intento de soborno que había sufrido Luis Bongianino en Comodoro Rivadavia, antes de que se jugara un partido entre la CAI y San Martín de Mendoza por la B Nacional. Un tal Jorge Alberto Farías, quien intentó ofrecerle 5000 pesos, fue detenido in fraganti. En agosto del año pasado, le tocó vivir una situación semejante a Jorge Ferro –ya retirado–, antes de Belgrano-Almagro, en Córdoba. La diferencia entre los dos episodios fue que el sobornador, en este caso, escapó.

Esas son apenas dos muestras de la mugre que el ambiente del fútbol suele olvidar con rapidez. ¿Quién se acuerda hoy de que el ex presidente de Independiente, Andrés Ducatenzeiler, reconoció que, en 2002, su club había salido campeón gracias a arbitrajes condescendientes? Nadie se abocó a investigar esa especie de autodenuncia. Por el contrario, al ex dirigente lo suspendió la AFA por dirigirse a sus autoridades con expresiones injuriosas.

Sánchez y Gnecco, con su polémica pública, con cierta dosis de veleidad personal, quizá, sin proponérselo, alentaron otra vez las suspicacias. Hace tiempo que los árbitros y el fútbol que los contiene necesitan una bocanada de aire fresco. La contaminación se extiende desde Jujuy hasta Tierra del Fuego y nadie la puede parar.

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