DEPORTES › ANDREA JAEGER, LA CAMPEONA DE TENIS QUE ELIGIO SER MONJA

El último set lo juega con los hábitos

En 1979 una muchacha estadounidense revolucionaba el mundo del tenis. Con sólo 14 años se convertía en profesional y, de manera vertiginosa, empezaba a transitar una carrera que, en pocos meses, pasaría del anonimato al estrellato absoluto. Ya con nueve títulos, daría el gran salto al llegar a las finales de Roland Garros (1982) y de Wimbledon (1983), donde caería frente a la experimentada Martina Navratilova. Sus actuaciones le permitieron alcanzar el puesto número 2 en el ranking de la WTA, pero una lesión en el hombro, previo paso por el quirófano, la obligó a retirarse de la actividad a los 21 años. Lejos de lamentarse, Andrea Jaeger emprendió otro camino y creó una fundación para cuidar chicos enfermos de cáncer. Todavía suele pelotear en algunas canchas de cemento. Pero ya no más con pollera y sus dos colitas. Ahora lleva los hábitos y, a los 41 años, es la hermana Andrea. “Siempre tuve una relación personal con Dios, incluso de niña. Sólo atendí ese llamado”, cuenta Jaeger.

A los 8 años tomó su primera raqueta y, bajo los consejos de su padre Roland, fue puliendo su talento. A los 14 –edad record en ese entonces– dio sus primeros pasos en el profesionalismo. Trece triunfos consecutivos y sus primeros títulos la pusieron en el centro de escena. Finalmente, un traspié ante Navratilova en la final del Virginia Slims Championship la catapultó como una de las flamantes estrellitas del circuito femenino.

Jaeger no pasaba inadvertida: en cada torneo despertaba el interés y la admiración de miles de fanáticos (sobre todo de los hombres), aunque siempre detrás de Navratilova. Es que la checa, nacionalizada estadounidense –18 títulos de Grand Slam y siete años como número uno del mundo–, fue su principal verdugo: la derrotó de manera contundente en las finales de Roland Garros (7-6, 6-1) y Wimbledon (6-0, 6-3). Además de llegar a aquellas definiciones, también alcanzó las semifinales del Abierto de Australia y de los Estados Unidos.

Jaeger no paró de cosechar elogios durante su juventud. Uno de los reconocimientos más importantes le llegó al derrotar en Wimbledon a Billie Jean King, una de las leyendas del tenis femenino, en 1983. La joven Jaeger se impuso en la cancha central por un cómodo doble 6-1, en lo que fue la última actuación de King.

Hasta que llegó el momento, quizá de manera prematura, en el que su físico le dijo basta. Jaeger sufrió una lesión en el hombro en 1985. Poco pudieron hacer las siete cirugías a las que fue sometida. Dos años más tarde, con 12 títulos en sus vitrinas y una Copa Federación (1981), dejó el tenis para retomar sus estudios de teología. “Dios me ayudaba en otras cosas que no eran ser número 1. Lo sabía desde los 14 pero, ¿a quién se lo podía decir? Ni los sponsors ni los empresarios querían escuchar eso. Cuando me lesioné estaba en paz y decidí ayudar a los niños enfermos”, señaló la tenista de Illinois, que además ganó otros cuatro títulos en dobles.

Después de visitar varios hospitales, Jaeger se mudó a Aspen (Colorado) y creó la fundación Silver Lining para ayudar a niños que padecieran cáncer. Su misión no terminó allí: a los 40 años la ex jugadora se convirtió en la Hermana Jaeger. La fundación, que gasta un poco más de cuatro millones de dólares al año, recibió los aportes de ex jugadores, como los estadounidenses John McEnroe, Pete Sampras y André Agassi, entre otros. “Cuando la gente me pregunta si extraño el tenis mi respuesta es siempre la misma: ‘No hay resentimientos’. Dios quiso que hiciera algunas cosas más, como cuidar chicos con cáncer. Y amo hacer eso”, opina.

Producción: Hernán Matz.

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Andrea Jaeger.
 
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