ECONOMíA › EL G-20 SE REúNE EL FIN DE SEMANA. PREDOMINA LA PREOCUPACIóN PORQUE LA ECONOMíA MUNDIAL NO DESPEGA

Las mismas recetas con igual resultado

Europa está de nuevo al borde de la recesión y frena el crecimiento mundial. Algunos socios del G-20 le piden que flexibilice la política de recorte del gasto y apuntale la demanda, pero los más conservadores prometen resistir.

 Por Fernando Krakowiak

Desde Brisbane

La cumbre del G-20, que se llevará a cabo el fin de semana en esta ciudad, tendrá al crecimiento de la economía mundial como preocupación central. Luego de un comienzo de año en el que Europa había esbozado una tenue recuperación, los últimos pronósticos muestran al Viejo Continente nuevamente al borde de la recesión y con el fantasma de la deflación a un paso. El ajuste fiscal no trajo la recuperación prometida, aunque incrementó la pobreza y el desempleo. La contracara entre los países desarrollados es Estados Unidos que, a partir de una serie de políticas de estímulo de la demanda, experimentó una mejora en su economía con la consiguiente baja del de-sempleo. Los Brics y Argentina también respaldan esa alternativa. Sin embargo, lo paradójico es que en la cumbre se espera una fuerte reivindicación del recorte del gasto público no sólo por parte de Alemania, lo que a esta altura ya es un clásico, sino también por Australia, que verá amplificada su voz por el hecho de ser el organizador del evento. En lo que respecta a Argentina, su otra apuesta es que el G-20 se pronuncie sobre la necesidad de promover cambios en los procesos de reestructuración de deudas soberanas, tal como lo solicitaron Brasil y Francia. Cristina Fernández de Kirchner estará ausente con aviso por problemas de salud. Por lo tanto, la delegación la encabezarán el ministro de Economía, Axel Kicillof, y el canciller, Héctor Timerman. Está previsto que ambos lleguen mañana, cerca de las 18 horas (las 5 de la mañana de Buenos Aires) para participar de la cumbre.

El encuentro se realizará en el Centro de Convención y Exhibición de Brisbane, un predio de 25 mil metros cuadrados, que ayer estaba custodiado como si la ciudad estuviese en guerra. Las calles cercanas al lugar están bloqueadas con vallas de acero de hasta dos metros. Detrás se agazapan cientos de policías armados que buscan desalentar con su presencia a terroristas y militantes antiglobalización (ver aparte). Lo llamativo es que a sólo un par de cuadras, sobre uno de los márgenes del río que atraviesa la ciudad, algunos vecinos continuaban refrescándose y tomando sol en unas playas artificiales de arenas blancas. Contrastes similares se vivieron en el centro donde los hoteles de las delegaciones oficiales están vallados como si esperaran un ataque de Al Qaida, mientras en las calles de alrededor los restaurantes organizan espectáculos en vivo para atraer clientes y la gente recorre los shoppings como si fuera cualquier otro día. Por si fuera poco, de fondo se escucha el ruido de los helicópteros de guerra WhiteHawks que completan el paisaje.

Igual, no todos en Brisbane siguen con lo suyo como si nada pasara. Los medios de comunicación locales informaron que hay menos gente que la habitual, porque muchos de los que viven en el centro se fueron a pasar unos días afuera, mientras que los que viven en los suburbios tratan de evitar el centro. Esta tendencia se profundizará el fin de semana, justo cuando en el G-20 los presidentes comiencen a debatir quién tiene la culpa de que la economía mundial no arranque.

Este grupo incorporó como una prioridad la agenda del crecimiento cuando el peor momento de la crisis comenzó a quedar atrás. La intención era que las medidas de contingencia destinadas a apagar incendios fueran reemplazadas por un plan de mediano plazo orientado a reactivar la economía. Por eso, en septiembre del año pasado en San Petersburgo, los presidentes se comprometieron a elaborar propuestas para ayudar a incrementar el producto bruto de sus respectivos países. A partir de esa directiva, en febrero de este año, los ministros de economía fijaron como objetivo elevar el nivel de la producción en al menos un 2 por ciento por encima de las proyecciones existentes durante los próximos cinco años. El problema es que la economía sigue sin reaccionar.

La causa principal hay que buscarla en Europa donde desde hace varios años se aplica una política ortodoxa de fuerte ajuste fiscal sin resultado a la vista en términos de recuperación, y con un costo social altísimo. La Comisión Europea redujo de manera drástica su previsión de crecimiento a comienzos de la semana pasada. En mayo, el organismo había informado que la Eurozona crecería 1,2 por ciento, pero ahora aclaró que espera una recuperación de apenas 0,8.

El freno se explica fundamentalmente por el pobre desempeño de Alemania, Francia e Italia, las tres economías más grandes del bloque. Según la Comisión, después de un segundo trimestre con caída, Alemania tuvo crecimiento cero en el tercer trimestre y cerraría el año con una mejora de apenas 1,3 por ciento. Francia, por su parte, crecería sólo 0,3 por ciento e Italia caería un 0,4 por ciento. A su vez, el desempleo en la Zona Euro es del 11,5 por ciento con picos de 26 por ciento en Grecia y 24 por ciento en España, que en el caso de los jóvenes supera el 50 por ciento. Incluso los especialistas advierten que este estancamiento podría llevar a que la baja inflación del bloque (0,3 por ciento interanual en septiembre) se convierta en deflación.

La receta europea no está dando resultados, pero Alemania sostiene que es el mejor camino para lograr un crecimiento sustentable en el mediano plazo. Además, en esta oportunidad contará con un fuerte apoyo de los locales. En septiembre del año pasado, una coalición conservadora encabezada por el actual primer ministro, Tony Abbott, ganó las elecciones en Australia con la promesa de recortar el gasto público. Según su visión, la recuperación económica debe estar basada en cuatro pilares: eliminación de subsidios, mayor flexibilidad en el mercado laboral, competencia en los mercados de bienes para que no haya monopolios y estímulos a la inversión, fundamentalmente privada. “Un comercio más libre y gobiernos más pequeños fortalecerán la prosperidad (...) la lección de la historia reciente es que el progreso genuino siempre se edifica sobre fundamentos claros. No es posible gastar lo que no se tiene; ningún país jamás ha alcanzado la prosperidad mediante impuestos o subsidios”, afirmó Abbott en una columna publicada en enero que está disponible en el portal del G-20 a modo de bienvenida para los que participarán de la cumbre. Esta no es la posición del conjunto de los países del G-20, pero sin duda Australia buscará marcar su impronta.

En la vereda de enfrente aparecen Estados Unidos, los Brics y también Argentina que desde la primera cumbre de presidentes en 2008 vienen insistiendo en que al crecimiento hay que apuntalarlo con estímulos a la demanda y no sólo por el lado de la oferta. Estados Unidos ahora tiene resultados concretos para mostrar. El tercer trimestre creció 3,5 por ciento y en el segundo se expandió un 4,6 por ciento, lo que le permitió lograr su mejor semestre desde 2003. Al mismo tiempo, el desempleo se redujo al 5,9 por ciento, perforando el piso de 6 por ciento por primera vez desde 2008. Con esas cifras busca demostrar que Europa tiene que flexibilizar un poco su posición y al menos encarar un plan de estímulo monetario como el que llevó adelante la Reserva Federal, aunque no será fácil doblegar a los fundamentalistas del mercado.

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La policía de Queensland custodia el Centro de Convenciones de Brisbane, sede de la cumbre del G-20.
Imagen: AFP
 
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