Sábado, 7 de agosto de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
Ayer se cumplieron 65 años del ataque nuclear de Estados Unidos a la ciudad de Hiroshima, una monstruosidad sin precedentes que, tres días después, se reiteraría al arrojar otra bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. En un primer recuento ambas deflagraciones mataron unas 220.000 personas, 140.000 en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki. La abrumadora mayoría de las víctimas fueron civiles, dado que para ese entonces las dos ciudades no albergaban significativos contingentes militares. Aproximadamente la mitad falleció de inmediato, el mismo día de los bombardeos.
En su edición de ayer al dar cuenta del nuevo aniversario el New York Times comenta que las víctimas instantáneas murieron a causa de la excepcional intensidad de la explosión que literalmente vaporizó sus cuerpos, dejando apenas espectrales huellas y sombras en las pocas paredes que quedaron en pie. El resto fue falleciendo a lo largo del tiempo a causa de horribles quemaduras y los efectos de la radiación, que los condenó a una lenta y dolorosa agonía. El recuento actual de las víctimas que murieron a causa de los dos bombardeos llegaba, en el año 2008, a poco más de 400.000 personas y es muy probable que la cifra aumente levemente en los próximos años. Hasta el día de hoy, los de Hiroshima y Nagasaki son los únicos ataques nucleares de la historia, pero la desorbitada proliferación de armamentos nucleares hace temer por una reiteración de tan trágica experiencia.
De hecho, la flota naval estadounidense-israelí que se encuentra al acecho en el estrecho de Ormuz, dispuesta a atacar a Irán, dispone de un formidable arsenal atómico.
El comandante Fidel Castro alertó sobre el riesgo de un holocausto nuclear y le advirtió al presidente Barack Obama que una vez que dé la orden de atacar se pasaría el punto de no retorno y se desencadenaría un conflicto internacional de incalculables y lúgubres proyecciones. Por otra parte, existen fundadas sospechas de que las siete bases militares que Alvaro Uribe puso a disposición de Estados Unidos puedan también contar con armamento nuclear. Por algo hay una enconada resistencia a que una delegación de la Unasur pueda inspeccionar dichas bases.
No es exagerado afirmar que la historia del terrorismo de Estado comienza con la agresión nuclear norteamericana al Japón. Si de armas de destrucción masiva se trata Estados Unidos se lleva las palmas sin competidor a la vista, y su bombardeo a dos poblaciones indefensas constituye, sin dudas, el más grave y salvaje atentado terrorista de la historia de la humanidad. Lo anterior no obsta, sin embargo, para que sus sucesivos gobiernos se sientan con la autoridad moral como para acusar y condenar a muchos países –entre nosotros, Cuba y Venezuela– por “fomentar el terrorismo”; tampoco les plantea ningún dilema ético el hecho de dar abrigo dentro de sus fronteras a Luis Posada Carriles, terrorista probado y confeso y a muchos de sus compinches, mientras encierran en prisiones de máxima seguridad a los cinco héroes cubanos que luchaban contra el terrorismo y procuraban desbaratar sus siniestras maquinaciones.
La conmemoración realizada ayer en Hiroshima contó con un ingrediente especial: es la primera vez que un embajador de Estados Unidos participa en un evento de este tipo. ¡El criminal no da muestras de arrepentimiento y sí de soberbia y desprecio! Los representantes diplomáticos, funcionarios y autoridades norteamericanas tradicionalmente evitaron participar de la misma por temor a que su presencia pudiera reencender el debate sobre el pedido de disculpas que Washington debería hacer por su monstruoso crimen, cosa que Estados Unidos jamás hizo. Tampoco lo hizo con Vietnam, país cuyo territorio fue arrasado tras once años de bombardeos que costaron unos 3.000.000 de víctimas, en su inmensa mayoría civiles. Y tampoco lo hizo por minar los puertos de la Nicaragua sandinista en la década de los ochenta, o por el medio siglo de agresiones y sabotajes, con sus secuelas de muertos y heridos,descargado sobre Cuba. El imperialismo es así, y es inútil esperar que cambie.
Para justificar su brutal agresión Washington dice que el bombardeo atómico ahorró miles de vidas de soldados americanos y japoneses que habrían muerto durante la inevitable invasión a Japón. Sin embargo, son muchos los que, mismo en Estados Unidos, argumentan que haber arrojado la bomba atómica en alguna isla desierta del Pacífico habría surtido el mismo efecto disuasorio sobre el alto mando japonés y que, por lo tanto, decidir arrojarlas sobre Hiroshima y Nagasaki fue un acto de inhumana y gratuita crueldad. Durante la ceremonia del día de hoy algunos manifestantes reclamaron que Estados Unidos pidiese perdón al Japón y retirara sus bases militares allí, reclamo al cual Washington presta oídos sordos. Conviene recordar una sentencia de Albert Einstein en relación con los peligros de una nueva conflagración nuclear: “Si la tercera guerra mundial se hace a golpes de bombas atómicas, los ejércitos de la cuarta guerra mundial combatirán con mazas”.
*Politólogo.
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