EL MUNDO › ESCENARIO

Drones

 Por Santiago O’Donnell

Al teléfono con Mary Ellen O’Connell, después de leer lo que se escribió de ella el martes pasado en el Los Angeles Times. “En la batalla legal en contra de los ataques de drones, ella está en la primera línea. Una profesora de derecho de (la universidad de) Nôtre Dame lidera una solitaria campaña para frenar los asesinatos selectivos en Pakistán y otras partes del mundo, insistiendo en que violan el derecho internacional.”

Por lo que sabemos, los “ataques con drones” a los que hace referencia el diario estadounidense son una nueva forma de matar. Una forma de asesinar desde el Estado que se ha adoptado en Estados Unidos a partir del 11-S, pero de manera muy acentuada a partir de la actual presidencia de Barack Obama, que permite la eliminación física de una persona sin juicio ni jurado, con verdugo a control remoto, por orden secreta presidencial, a través de avioncitos teledirigidos armados con bombas y misiles.

La profesora O’Connell no dice “los drones están prohibidos, los drones no se pueden usar”. Dice que los drones disparan misiles y que disparar misiles es un acto de guerra. Entonces los “ataques con drones” sólo deberían permitirse en el marco de un conflicto armado. Sin embargo, son utilizados en países como Pakistán o Yemen, que no están en guerra con Estados Unidos, señala la profesora. Los abogados del Pentágono y la Casa Blanca argumentan que la Guerra al Terror es como un nuevo escenario donde el enemigo no tiene Estado ni territorio, y por lo tanto las viejas leyes no aplican. Pero en sus escritos y declaraciones la profesora O’Co-nnell deja en claro que el derecho humano a la vida sólo se puede quitar cuando hay un peligro directo e inminente contra otra persona si no se actúa, y los asesinatos selectivos a través de drones están muy lejos de alcanzar ese piso de legalidad.

Tenemos poco tiempo. Leslie Berg, asistente de la profesora, nos cuenta que desde que salió la semblanza en el diario de Los Angeles no paran de llamarla de todo el mundo, justo en la semana en que la profesora se ocupa de exámenes de mitad de término. Entonces vamos al grano. Queremos saber cómo viene la batalla legal, que nos haga un despacho desde el mismo frente.

“Hay varios casos que están surgiendo, pero el más importante por el impacto es un juicio en Gran Bretaña por la muerte de un adulto y un niño que eran padre e hijo cuando fueron alcanzados por un misil disparado por un dron en el este de Pakistán. Fue durante una reunión de jefes tribales pacíficos, no había ninguna actividad militar. El abuelo del niño y padre de la otra víctima es quien lleva adelante el juicio, hay unos abogados excelentes tomando declaraciones. El objetivo es que el gobierno británico desista de apoyar con inteligencia y logística a los ataques con drones que realizan los estadounidenses. Hay otro caso por daños (fuero civil) en Estados Unidos por los tres ciudadanos estadounidenses muertos en Yemen, que eran padre, hijo y sobrino, y otro caso en que la demanda la hace la madre de una víctima, en el que el principal acusado es Leon Panetta (ex jefe de la CIA y actual secretario de Defensa).”

¿Y se puede ganar la batalla legal para prohibir los ataques con drones fuera de los escenarios bélicos?

“Lo importante es que estos casos sirven para ir educando al público de que no siempre las cosas fueron así”, contesta la profesora desde su oficina en el campus de la universidad. “Aun en el gobierno de Reagan, la Casa Blanca se oponía a los asesinatos selectivos que realizaba Israel fuera de zonas de combate. (Aprobar ese tipo de asesinatos) no era el punto de vista de Estados Unidos, pero esa política cambió a partir del 11-S. No porque hayan cambiado las leyes, sino por miedo a un mundo que va cambiando.”

Cuenta la profesora que las muertes por ataques de drones ya superan las 4000 víctimas mortales, casi todos durante el gobierno de Obama. “Al principio eran ataques muy selectos pero con el tiempo se fueron masificando hasta desmadrarse. Hoy por pertenecer a cierto grupo etario en determinada población, y te reúnes con otra gente, eso ya te hace un posible blanco de asesinato”, denunció O’Connell. “Espero que Argentina haga presión para terminar con esta práctica. Argentina tiene experiencia en manejar casos de terrorismo (se refiere a los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel) y lo ha manejado dentro de la ley, con ayuda de otros países como Estados Unidos o Israel, pero dentro de los márgenes de la ley.”

La profesora sabe bastante de guerras. Antes de recalar en Notre Dame, la principal universidad católica de Estados Unidos, O’Connell fue docente en el Departamento de Defensa, donde conoció a quien luego sería su marido, un oficial de inteligencia del ejército estadounidense. Entre 2005 y 2010 O’Connell dirigió el Comité sobre Uso de Fuerza de la Asociación de Derecho Internacional y actualmente es la vicepresidenta de la Sociedad americana de Derecho Internacional. “Yo conocí a mi marido militar enseñando leyes sobre conflicto armado en agencias del gobierno de Estados Unidos. Conozco bien el espíritu de la ley, basado en la tradición judeocristiana de sólo recurrir a la violencia en caso de necesidad extrema. El uso de fuerza letal en un escenario bélico es más abierto, pero en tiempo de paz sólo se justifica si salva una vida inmediatamente. Es lo que dice la ley. Se basa en el principio moral de que cada persona tiene derecho a una vida digna. Se trata de una cuestión moral. Por eso es importante que la gente se entere, a partir de explicaciones claras, de lo que dice la ley, para presionar a Estados Unidos como un imperativo moral, que no tiene derecho a matar gente de esta manera.”

Aunque ha testificado sobre la definición de “conflicto armado” en más de un caso de ataques con drones, O’Connell aclara que ella no impulsa causas judiciales. “Yo no actúo como abogada ni como política. Simplemente busco alertar sobre los peligros de lo que está sucediendo a través de mi trabajo académico.”

No queda tiempo para más. Le pregunto si lo que hace Obama con los drones se puede llamar asesinato. “No encuentro otra palabra más apropiada”, se despide la profesora.

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