EL MUNDO › OPINION

Un hombre con ideales de justicia

 Por Marisa Pineau *

No sabemos si Nelson Mandela imaginó que tendría una vida tan larga. Pero seguramente desde sus primeros años en Qunu supo que seguiría sus convicciones y que sería él mismo quien elegiría su destino. Nacido en una pequeña aldea de Sudáfrica en 1918, fue el primero de su familia en ir a la escuela. Ya un joven, huyó a Johanesburgo porque no aceptó un casamiento arreglado por sus mayores. Allí empezó algo nuevo. Recibido de abogado, descubrió un nuevo mundo que nunca abandonó, el de la política. Cada vez más consciente de tantas injusticias sufridas por las mayorías, junto con otros que serían sus inseparables compañeros de ruta como Walter Sisulu, en los años de la Segunda Guerra Mundial fue fundador de la Liga de la Juventud del Congreso Nacional Africano (ANC). Poco después, tras lograr imponer sus posiciones en la organización mayor, consiguió dar un alcance nacional y de masas a su oposición contra las renovadas y más severas leyes de la segregación racial en su país. Frente a la intransigencia del gobierno del Partido Nacional a comienzos de la década de 1960, ya en la clandestinidad, Mandela pensó que había llegado la hora de dar un paso trascendental y organizó el ala armada del ANC. Viajó por Africa y por Europa buscando apoyos materiales y políticos para la causa sudafricana. Arrestado, fue juzgado y condenado a prisión perpetua.

En sus 27 años de cárcel y mientras la mayoría de la población sufría prohibiciones y represión, no bajó los brazos. No perdía oportunidad de discutir el régimen del apartheid con sus carceleros e hizo cientos de peticiones para mejorar las condiciones generales de vida de los prisioneros. Pocos conocían cómo su cara iba cambiando en prisión con el paso del tiempo, pero logró que la resistencia al apartheid se convirtiera en una lucha colectiva compartida y “Free Mandela” fue el grito que unió las voces de millones de personas en el mundo, en los más encumbrados foros políticos y en multitudinarios conciertos de rock. Cuando el gobierno le ofreció su liberación, la aceptó, pero no permitió que se le pusieran condiciones. En 1994 fue elegido, por quienes nunca antes habían podido votar, como primer presidente negro de su país y en su gobierno dio los primeros pasos para terminar con siglos de sometimiento de las mayorías. Y en sus últimos años encontró nuevas causas importantes que promover, como la de los enfermos de sida, se casó por tercera vez y, como nunca antes, se dedicó a su familia y a sus amigos.

En todos los terrenos y situaciones, sin aflojar ni en las peores circunstancias, Mandela fue un hombre fuerte y tenaz que defendió los ideales de justicia y luchó por una sociedad en la que la convivencia estuviera asegurada por el respeto y la dignidad de todos los seres humanos. No hay lugar a dudas, Mandela hizo bien su trabajo. En nuestro difícil mundo actual –en el que ya muchos sostienen que vivimos en un apartheid global, un mundo cada vez más segregado, con ciudadanos de primera y de segunda– es necesario que no se convierta a Mandela en una figura inerte. Para todos nosotros su estatura de héroe es un ejemplo a recordar y a continuar en su lucha por la defensa de la diversidad cultural y contra la desigualdad y la inequidad crecientes.

* Profesora del Departamento de Historia de la UBA, especialista en temas africanos.

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