EL MUNDO › OPINION

Qué piden los terroristas

por Leon Rozitchner

Bueno sería si el terror cristiano y europeo, metódica y cruelmente aplicado en los siglos de colonialismo y que, bajo nuevas vestiduras, se acrecentó con el neoliberalismo genocida –pensemos en Africa o en Latinoamérica– y que vuelve como un bumerang sobre el pueblo londinense, permitiera que los ingleses piensen la diferencia entre la guerra ofensiva –las guerras colonialistas para despojar al otro de sus bienes y personas– y la guerra defensiva, donde el atacado se resiste para que no lo sometan. Es Von Clausewitz quien las distingue. Bueno sería si les permitiera pensar al pueblo de Inglaterra que la violencia pura no existe: que hay violencia ofensiva y violencia defensiva, por lo tanto terror ofensivo y terror defensivo, y que ambos son terror aplicado aunque con distintos fines. El terror que los ingleses desencadenaron en Irak con sus primos hermanos los EE.UU., fue y es terror ofensivo, que nada justificaba salvo utilizarlo como medio para obtener sus fines, que son los de la conquista y la expropiación del petróleo. Desde este punto de vista, sería bueno que los ingleses pensaran que el terror que ellos están sufriendo en Londres no se propone ninguna conquista, ni el dominio de la voluntad de los ingleses para explotar a su pueblo, ni tampoco apropiarse de su territorio. Solamente les están diciendo, en el único lenguaje que podría resonarles de profundis, que se vayan de Irak, que dejen de aplicar el terror sobre los iraquíes y la expropiación de sus riquezas. Entonces creo que podría quedar claro que la violencia, con ser lo que más odiamos y que más nos repugna, no es un concepto abstracto ni un acto monstruoso que se agote en su ser destructivo: el terror responde, desde quienes lo inician, a una lógica específica, férrea e inclemente. Máxime cuando habría que pensar que, en este caso, quienes emplean la violencia como un medio para evitar la violencia sobre su propio pueblo, deben inmolar la propia vida al hacerlo, es decir lo más valioso que un ser humano tiene. Y que este terror aplicado, como respuesta a aquél primero, se agota, aun en su crueldad insoportable, en ser sólo un acto simbólico, casi sólo la metáfora de un guerra de verdad si se la compara con la que los iraquíes viven: el terrorista que pone las bombas en Londres sólo pide que las tropas inglesas se vayan de la tierra que por medio del terror multiplicado y la expropiación de sus bienes están llevando a cabo. Aquí el terror, aun en lo que más profundamente nos repugna y horroriza, se agota en pedir, en su lenguaje inhumano, sangre contra sangre, muerte contra muerte, que dejen de seguir matando a sus conciudadanos y confieles. ¿No es horrible que los políticos ingleses, pudiendo evitarlo, agreguen la muerte de sus conciudadanos a la de los iraquíes para defender sus miserables intereses?

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