EL PAíS › OPINIóN

Humoristas

 Por Eduardo Aliverti

Si las noticias más destacadas son el invento de una dura crítica del Papa a la pobreza argentina; el proyecto de secuestro del automotor si excede la velocidad en Capital; la batalla entre la AFA y un grupo de la tele; el retorno de Carrió desde Disneylandia; la reaparición discográfica de Charly; o nuevamente unas cuantas relativas a eso que los medios denominan “inseguridad”, quiere decir que, por lo menos coyunturalmente, el escenario post-28-J está algo lejos de ser todo lo difícil que algunos imaginaban.

El centro de atención política se trasladó al Congreso, donde hubo tres asuntos presentados como relevantes. Dos de interés sectorial (emergencia agropecuaria y protección a los bienes electrónicos fabricados en Tierra del Fuego) y uno de atracción masiva (el tarifazo del gas). Por fuera de eso sólo sobresalió el avance, parece, en la idea de despenalizar el consumo de drogas para uso personal; y el acuerdo sindical por el manejo de fondos de las obras sociales, gracias al nombramiento de un nuevo funcionario. Esto último, según lo que se lea, es una victoria de Moyano o una forma de tranquilizar a los Gordos. Lo cual es más o menos lo mismo porque la conclusión de ambas hipótesis es que no hay sangre en el río, como terminará no habiéndola tras las fintas de boxeo entre Grondona y el grupo Trisa (Clarín, o sea, que se reparte con Torneos y Competencias la empresa que adquirió los derechos de televisación). Claro que si la AFA cierra trato con el Estado sería algo un tanto impresionante. Como fuera, arreglarán porque en este país ya se demostró que puede pasar cualquier cosa, excepto que se quede sin fútbol.

Como es habitual, temas tan diversos sugieren desconexión entre sí. Sin embargo, cualquiera mínimamente avispado descubre que sí hay un hilo conductor. Sea porque las cosas están peliagudas, pero no tanto; o fuere por estar mucho más complicadas de lo que parece, pero licuadas por la inexistencia de una oposición capaz de aprovecharlas y ofrecerse como alternativa, que el paisaje político revele esta calma –chicha o no, pero calma al fin– significaría, en principio, que no están dadas las condiciones, ni objetivas ni subjetivas, para ningún salto al vacío. Por las dudas, debe insistirse con que una indicación de esa naturaleza, aun proviniendo de pensamientos progre, no conlleva empequeñecer la magnitud de los horribles desequilibrios sociales que el kirchnerismo no pudo, no supo o no quiso resolver. Los años del crecimiento a cifras chinas, aunque habiendo partido de un subsuelo profundo, no fueron empleados para atemperar y corregir esa grieta espantosa entre quienes más y menos tienen. Al contrario, se profundizó y es el escándalo del que habla Ratzinger, desde su celestial hipocresía, él y el Vaticano, como socios ideológicos de los modelos que aquí y en todo el mundo generaron y acentuaron la injusticia social. Da asco leerlo, al margen de que la repercusión por lo dicho esta vez tuvo origen en un manejo de prensa que obvió, nada menos, el hecho de haberse tratado de una alegoría ecuménica, sobre la pobreza, que no le apuntó en particular a la Argentina sino a la universalidad del fenómeno. El resto lo hicieron los dos diarios principales de alcance nacional, dándole al punto los títulos centrales de portada y una cobertura asombrosa que la mayoría de los demás medios continuó amplificando. Coronaron con la homilía del reaparecido monseñor Bergoglio, frente a los fieles o clientes de San Cayetano. La comprensión y el respeto por la angustia y la religiosidad populares no deberían perder de vista que su tipo de jerarcas viven de que los oprimidos crean que la opresión se resuelve con procesiones y estampitas.

El brutal aumento de las tarifas del gas domiciliario es emblemático, respecto de tirios y troyanos. En efecto, y en esencia para la clase media, el incremento es feroz. Claro que la pregunta es respecto de qué. Durante los últimos seis años, los valores estuvieron congelados y el Gobierno cometió el error impresionante de no producir ajustes periódicos y segmentados de acuerdo con el consumo de cada quién. Como con la luz, la vieja historia de que también son objeto de subsidio estatal los que llenan su pileta de natación. No sólo fue una falla severísima desde la concepción económica sino, y sobre todo, de lectura política. El oficialismo desaprovechó la etapa en que el viento le soplaba de cola para introducir los retoques hacia arriba, de los que nadie se habría quejado. Ahora, con un presente y panorama fiscales no graves pero sí delicados, recorta subsidios y ya no es que “cuela” sino que agrede con aumentos de 200 a 300 por ciento o más, para beneplácito de una oposición mediática que (no sin mucho de razón) se hace un festín. Luego, el interrogante es dónde estaba ese grupo de quejosos, y dónde la propia clase media, en esos seis años de festichola en los que nadie se molestó mayormente por el congelamiento tarifario. Sonará un tanto abrupto o descomedido, pero se parece –en sus proporciones, desde ya– a los diez años de felicidad de la rata que acabaron en la crisis más bestial de la historia “moderna” de los argentinos. Acuérdese o no con ello, lo cierto es que esta semana la oposición no pudo ponerse de acuerdo ni siquiera para derogar la suba, aunque después consensuó un bosquejo y recolección de firmas sin explicar, como en el caso de las retenciones agrícolas, de cuál traste exprimirán en reemplazo de los que quieren abolir. Y el resto de los proyectos parlamentarios se aprobó por un tubo. Algo dice eso acerca de la fortaleza propositiva opositora: no la tiene, y por alguna vía indirecta, digamos, corrobora que el 28 de junio se la usó mucho más para castigar al kirchnerismo que por confianza en su carácter de opción.

Lo único que emerge, entonces, es el fervor de la facción agraria, representante de no más que unos 70 u 80 mil tipos de la producción sojera (y de otros cuantos miles que pasaron a defender sus intereses), resueltos a ofrecerse como la llave para acabar con el hambre en una actitud cuya gracia la transforma en bizarra. Son ellos más la corporación “periodística” que les da cauce, con Clarín y La Nación a la cabeza. Es decir, el nudo neurálgico del enfrentamiento con el Gobierno en tanto etapa sin retorno, muy seguramente, de la influencia mediática en las masas. Si no fuera por eso, es dificultoso imaginarse quiénes y cuántos, en términos de sectores medios y populares, sabrían de la vida de Biolcati, Buzzi y compañía.

Al revés de lo que ocurre con la dirigencia política, sometida a prueba en el minuto a minuto de una prensa que jamás rinde examen, la asociación agromediática pareciera tener el poderío de disponer de las (in)conciencias más sibaritas. Sobre todo de esa chica Almodóvar que es la clase media, y que fija el humor de esta sociedad. Lo que hay para arriba y para abajo casi no cuenta.

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