EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

Un final no positivo

 Por Luis Bruschtein

Además de anunciar ganadores, todos los escenarios que puede generar la política siempre incluyen alertas, muestran resquicios o esconden resortes inesperados que los candidatos tienen que explorar antes de darse por vencidos. A siete meses de las elecciones, han sido algunos de los partidos de la oposición los que han declarado imbatible a Cristina Kirchner. Si el Gobierno hubiera reaccionado con el mismo desaliento hace un año, seguramente hubiera tenido más argumentos para bajar los brazos.

En las estadísticas menos favorables para ella, la Presidenta está entre el 37 y el 40 por ciento de los votos. No es una cifra tan demoledora si no fuera que la acompañan dos guarismos que sí le dan mucha ventaja. Tiene muy baja imagen negativa, lo que la ayudaría en una segunda vuelta. Y está muy lejos, a más de 20 puntos, de sus oponentes.

Es un escenario difícil para la oposición, pero no aplastante. Y menos en una materia como la política, que tiene una dinámica muy fluida y, sobre todo, cuando todavía faltan siete meses para un desenlace. Sin embargo, en la oposición aparecen signos de desaliento. Algunos consejeros empezaron a susurrarle a sus candidatos que se bajen de la contienda presidencial para buscar opciones más factibles. Fue el caso estas semanas de Mauricio Macri y de Pino Solanas. Entre sus filas empezaron a correr los rumores de que abandonarían las candidaturas presidenciales para competir en el distrito porteño, donde las encuestas les dan mejor.

Ambos tienen el mismo problema, que es la ausencia de una estructura nacional, lo que disminuye sus chances. Claro que al bajarse de una contienda nacional abandonan la herramienta más fuerte para construirla. Si se bajan los dos, dejan a la UCR como cabeza de la oposición. Para el partido de Pino Solanas sería también cederle a la UCR el espacio de oposición de centroizquierda. Es decir que bajándose la estaría ayudando igual que si fuera en una alianza, porque una parte importante de los votos que recibiría en la Capital Federal irían al candidato presidencial del radicalismo.

Pero la consecuencia más llamativa de este escenario, en principio desfavorable para la oposición, ha sido el anuncio del vilipendiado vicepresidente Julio Cleto Cobos de que no competirá. Si algo se le ha criticado ha sido su resistencia a renunciar a cualquier cosa. No renuncia como vicepresidente de un gobierno que ya no integra, pero renuncia como candidato que nunca llegó a ser.

La demolición de la imagen de Cobos ha sido un fenómeno impresionante en los últimos meses y constituye una fábula con moraleja que encanta al kirchnerismo y a los radicales. El hombre que abandonó el oficialismo para convertirse en el referente de la movilización más potente de la oposición, el político mimado en masa por las capas medias en el momento de mayor furia opositora, el que a pesar de su cambio de posición se negó a ceder el importante lugar al que había sido llevado por el oficialismo, se diluyó en la intrascendencia en poco menos de un año.

Un aliento cálido ha recorrido este escenario y habrá soplado en sus oídos el jueves, cuando se bajó de la competencia electoral. Es probable que haya sido la gran carcajada de Néstor Kirchner. El ex presidente había tomado la designación de Cobos en la vicepresidencia como una gran metida de pata personal. Cuando fue la derrota del Gobierno por la 125, Cobos resplandecía en el podio central de los ganadores y Néstor Kirchner comenzaba un trabajoso camino para recuperar el espacio perdido.

Era un escenario amargo para el oficialismo. Mucho más complejo y desahuciante que el actual para la oposición. Nadie daba ninguna chance al Gobierno de recuperarse de esa derrota. Una campaña mediática amplificaba además el triunfalismo de la oposición y hacía aparecer al Gobierno como un pequeño grupo en retirada, a pesar de que había movilizado cientos de miles de personas y que solamente había perdido por un voto en el Senado. Por haber sido titular de ese voto en contra del gobierno que integraba, Cobos se convirtió, en cambio, en el gran actor de ese espectáculo. Así, la oposición pasó a tener su héroe inesperado.

Para el kirchnerismo y los radicales, Cobos resume la figura de la deslealtad. Es probable que el vicepresidente no se haya dado cuenta de que la semilla de esa imagen se iba a convertir en su principal problema. No solamente por la desconfianza lógica que generan los repetidos cambios de posición en un político, sino porque no se preocupó en lograr que esos cambios proyectaran la densidad de una decisión de última instancia, de algo que no se puede hacer todos los días. Por el contrario, dio la sensación, incluso a sus seguidores, de que tomaba siempre el camino más fácil y hasta con cierta frivolidad.

Entre ese Cobos, el prócer republicano y candidato insuperable, al actual, que no tiene porcentaje ni para aspirar a conducir su provincia, hay un trayecto mal caminado, una caída dramática donde comenzó a primar la imagen del hombre desleal sobre la del que supuestamente se sacrificó por una cuestión de principios, como él mismo alega. El que había salido de la 125 era, para la oposición, ese hombre que se sacrificaba por los principios. En cambio, el que pierde imagen es el desleal que prefirió el bando de los que ganaban.

Cobijado por el guiño del discurso granmediático, solamente al comienzo Cobos se preocupó por el doble filo de su voto no positivo. Después se olvidó. Fueron pocos los que le echaron en cara su cambio de posición, pero todos pusieron en tela de juicio que no hubiera renunciado al gobierno contra el que había votado. La renuncia hubiera sido la expiación en su propio relato dramático, la explicación de que no sólo lo había hecho por abandonar un barco que los medios daban por hundido.

En aquel momento, las encuestas que lo colocaban como el eventual candidato mejor ubicado de la oposición también le decían que su ventaja sobre los demás provenía del hecho de ser vicepresidente, como si la épica de su oposición estuviera en su pertenencia al Gobierno. Y le advertían que si renunciaba, perdería esa ventaja y pasaría a ser uno más. Resulta paradójico que, sin haber renunciado, esté peor que si lo hubiera hecho.

La renuncia hubiera disipado el efecto de deslealtad de su voto. Lo hubiera colocado en el llano, sin ventaja sobre sus competidores, pero con un saldo a favor y con un trayecto para ascender. No renunció, y le pasó lo contrario: descendió y su imagen quedó con un saldo negativo. Muchos de los que ahora lo desprecian, no le pidieron en aquel momento que renunciara, porque también especularon con los réditos de la vicepresidencia. Pero el radicalismo opositor le exigió siempre la renuncia para reincorporarlo.

Para su imagen ya no tiene importancia si renuncia o no porque difícilmente se recupere, aunque en política ni siquiera la muerte es definitiva. Cuando fueron las exequias de Kirchner, la inesperada multitud vituperó a Cobos. En forma espontánea, los jóvenes que asistían a Plaza de Mayo colocaron su figura como la antítesis de la de Kirchner.

Cuando fue la derrota del Gobierno con la 125, Kirchner buscó aparecer como el principal perdedor para amortiguar el efecto sobre la Presidenta. Y ese lugar se corroboró en las elecciones que perdió en el 2009. En ese caso, para ayudar a su esposa buscó el camino más difícil para él. Cobos, en cambio, era la sonrisa brillante del barrio norte porteño. En esa polaridad sus destinos quedaron unidos: cuando asciende Kirchner, Cobos va para abajo y es difícil disputar política con el recuerdo de un hombre.

Cobos renunció enojado a su candidatura. Le hubiera gustado no hacerlo. La semana anterior había coqueteado con el ex presidente Eduardo Duhalde que, a su vez, también lo hace con Macri. En política no importa si las coincidencias son casuales; si existen, plantean un camino interesante para recorrer. Los amagues de Macri o de algunos columnistas por la unidad de toda la oposición son fuegos artificiales, pero es innegable que, a pesar del desaliento, hay una inclinación a confluir por sectores.

Aunque sólo falten siete meses para las elecciones, no puede decirse que haya un escenario definitivo y sería un error de la oposición y el oficialismo tomar decisiones definitivas como la de Cobos por una coyuntura que todavía es de disputa.

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