EL PAíS › MILES DE MILITANTES Y AUTOCONVOCADOS SE MANIFESTARON EN APOYO A LA EX PRESIDENTA CRISTINA KIRCHNER

Un abrazo del pueblo bajo la lluvia

La movilización se concentró frente a los tribunales de Retiro, donde confluyeron las columnas organizadas y personas que fueron por su cuenta. Los cantitos de “vamos a volver” se mezclaron con los de “¡el que no salta tiene una cuenta en Panamá!”.

 Por Alejandra Dandan

“¿Qué me pasa? ¡Esto!”, dice el pibe, Bruno Rossi, camiseta del Juicio y Castigo, peregrinación desde Centeno, pueblo de 3500 habitantes, provincia de Santa Fe. Y levanta la cabeza y mira al cielo: “Ella terminó de hablar y salió el sol, ¡esto me pasa!”. Al lado avanza Juan Pablo Leone, 32 años, Dock Sud. “¡Es una fenómena!”, dice. “Decime si lo que dijo no es la marcha peronista: amor e igualdad.” Germán Rocha todavía no había cerrado el paraguas, espada contra la lluvia y la de- sinformación: “Todos somos CFK”, puso en una solapa. Gays, putos, laburantes, empoderados, negros y pobres, puso en las otras. “Somos una pareja gay, por eso el paraguas multicolor y gracias a Dios que ella habla: seguro que todo el mundo esperaba el hachazo a la grieta, pero ella habló de unidad. Lloré, la extrañé, pero esto vale la pena”. Al costado, se desenhebran hombres, mujeres y banderas. Héctor Ricardelo enrolla una bandera que tomó prestada de Avellaneda. “¡Volvimos!”, dice apenas Cristina Fernández dejó de hablar. “Pero sabés qué, volvimos a la política. Lo de hoy demuestra que se pudo romper el cerco mediático y a los pistoleros de los jueces les mostramos que el abrazo del pueblo va a poder contra las corporaciones.”

María Arroyo recicló un gorrito del último Mundial y se lo puso en la cabeza. Escribió anoche la V y la C, de Cristina Vuelve. Y apareció vestida de bataclana. “Te digo que esto es maravilloso. Estábamos esperando este día, viene ella y vuelve la alegría, hay otro humor. Además vos la escuchás hablar y te das cuenta que cuando habla, piensa, porque no está leyendo. Y hoy cuando dijo lo del Frente Ciudadano, yo también pensé que eso es una F y una C, como Cristina Fernández.”

A esa hora, ya no quedaban caras en las ventanas de los tribunales de Comodoro Py. Durante más de una hora, las ventanas estuvieron repletas de asistentes. Alguno hasta hizo la V. Otro levantó los brazos. Dos policías frenaron sus idas y vueltas en las terrazas para escuchar. Y a esa hora también se acabaron los cantos. Incluso el más repetido: ¡Bonadio, la concha de tu madre, Cristina es del pueblo, y no la toca nadie! Y ese que volvió a estallar en el aire cuando la ex presidenta, parada en el escenario, habló de lo que se sabía sobre el escándalo de las offshore que involucra al macrismo: “¡Hay que saltar, el que no salta tiene una cuenta, en Panamá!”.

Un niño pasa con piloto y paraguas. Hay choris “peronistas”. Dos mujeres venden bebidas en una carpa, asilo durante horas para los “sin paraguas”. Para entonces, la ciudad judicial de Comodoro Py había cambiado sus formas. “Habría que saber cuánta gente hay, pero en los últimos 50 años yo no recuerdo un escenario de estas características”, comentó Luis Alen a Alberto Cuello, un pibe de Avellaneda. “Sí hubo cosas celebratorias, el 25 de mayo del 73 o con las asunciones de presidentes. ¿Pero un pueblo movilizado para defender a su líder? El último antecedente en la historia debe ser el de Perón.” El pibe pregunta por Alfonsín, pregunta si no fue víctima de los medios. “Puede ser –dice Alen–, pero se quedó a mitad de camino, empujó hasta donde empujó superado con la gente. Y esperemos que esto, con o sin parecidos, no termine de la misma manera.”

La bandera de Avellaneda dice “cuna de la resistencia” y marcó durante la mañana uno de los centros de esa nueva geografía política. Las bases monumentales del Edificio Libertad quedaron perdidas entre la marea y el escenario. Alguien desde arriba de ese escenario iba adelantando noticias: que llegaron las Madres de Plaza de Mayo, que los que se iban sumando superaban los treinta mil, que Cristina terminó de declarar en Tribunales. Lila Pastoriza caminó cubierta con piloto y cara bañada de lluvia: “¡Cómo deben estar en el Edificio Libertad, con todo este populacho!”, dijo. Alguien paró a saludar a Eduardo Jozami. Julio Alak se abrió camino enroscado entre los cuerpos. Un grupo de pibes saltó al auto de Aníbal Fernández para pedir una foto. Y se escuchó el ¡vamos a volver! cuando llegó Hebe de Bonafini, arriba de la combi de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo.

Daniel llegó a las once de la noche del lunes hasta la puerta de los Tribunales para poner parte de las primeras carpas. Militante de La Cámpora de la Villa 31, observó cómo a esa hora llegaban las primeras banderas de la Tupac Amaru. A la una empezó a llover. De madrugada, llegaron autos con familias enteras del interior, pararon y dormían adentro. “¿Cómo no había fotógrafos?”, dice. “La terminal de Retiro estaba llena de gente. La gente bajaba de los micros que venían del interior y se tiraba a donde había un techo para dormir.”

Alejandra salió de Avellaneda a las cinco de la mañana. Lleva aún campera y gorrito con alas tapa lluvia, especial para sus anteojos. “Salimos temprano para llegar, los micros estaban llenos, pero nos conseguimos un auto. Algunos chicos se habían reunido en Plaza Alsina a las diez de la noche y ya habían venido para acá. Y cuando miro esto te digo una cosa: recién lo hablábamos con los chicos, si uno es presidente y encuentra esta muestra de afecto, nadie puede decir que es todo armado, esta mina lo que despierta en la gente es increíble, porque si vos hablás con cualquiera de todos los que la están bancando acá, te hablan de ella con amor. Yo lo que veo es eso: ¡me encanta!”.

Una bandera de la agrupación Tosco rodea el centro de este enorme espacio convertido en una nueva plaza. Están las cañas de La Cámpora. “Acá no se rinde nadie”, dice la bandera de ATE. “Rosario para la Victoria”, dice otra. Y amarrada a dos árboles quedó la bandera la Agrupación 17 de Agosto. Un hombre pasa con una remera de Jauretche. La calle canta un clásico: “El que no salta es de Clarín”. Y el “vamos a volver”, a cada rato.

Los militantes de La Cámpora salieron en “peregrinación” desde distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. Uno de los grupos salió el lunes desde el Cruce Varela. Pasó por Calchaquí, enlazó con Quilmes, siempre a pie, y paró a comer paella en Bernal, antes de seguir camino a Crucecita para sumar columnas y llegar a Capital. Ya de día, Noemí Logiurato salió de Florencio Varela. Yiya, como le dicen, “igual a la Murano”, quedó impresionada en la autopista: “Lo que pasaba era increíble, apenas te reconocías con otro auto, empezaban a sonar la bocinas. Veías pasar colectivos con gente cantando. Mucho autoconvocado. Personas solas. Y en un momento, no pudimos avanzar, bajamos y caminamos. Y en Madero veías a las compañeras limpiando las veredas que se paraban y hacían la V. Por eso te digo: no nos para la lluvia, ni nada, cuando es el corazón el que te mueve”.

Roberto Lazcano se lanzó como pudo del subte B, expulsado por los que iban y venían en busca de una conexión con la línea C, hacia Retiro. “¡Quiero ir a trabajar!”, se quejó un hombre. “¡Y si querés trabajar vení a defender el trabajo con nosotros!”, le respondió Roberto, sombrero, gamulán, bastón, joyero de profesión, elegante y combativo. “¿Sabés qué hice yo hoy?”, le dijo al hombre. “¡Les di franco a todos mis empleados!” Arturo Martínez se puso al lado. Llegó de Córdoba, estacionó el auto en Once y se subió al mismo subte. “¿Sabés cómo conocí a Néstor?”, dice. “Por un primo. Mi primo estuvo preso en los 70. Ahora dirige una escuela, era la escuela más pobre de todas, hoy tiene panadería y fábrica de queso.”

A esta altura, Roberto y Arturo como viejos amigos, tomaron un taxi, apurados, para no llegar tarde. El taxista primero escuchó. Después les dijo que estuvo muy bien durante los últimos años y muy mal con Mauricio Macri. Minutos después, lo dejaron: el taxi no avanzaba para ningún lado. “¿Sabés cómo se llama eso, no?”, preguntó Roberto, bastón en mano, y no hablaba del taxista, ni de la calle repleta de olas humanas que iban hacia Retiro, ni de los que se paraban a saludarlo sólo por el pin que se puso en el pecho. Hablaba de la escuela de su nuevo amigo: “Eso se llama Néstor Kirchner”.

Camino al bulevar de Comodoro Py, un abogado se puso a saludar a unos conocidos. Dijo que cerró el estudio y se vino. Y que puso un cartel: Aguante. Me voy a Buenos Aires. Llegó hace unas horas. Viajó con un empresario “argento”, como lo presenta una mujer. Y él explica que también puso un cartel: “Cerramos para apoyar a CFK porque abrimos gracias a Néstor”.

A los churros, churros, dice un vendedor. Mabel Gumy, 65 años, le pide uno. Está con su esposo, Oscar Pérez, 70, jubilados, viven mitad en Buenos Aires con los nietos, mitad en Mar del Plata. “Mira querida dice ella, somos de la generación de los 70. Lo que tenemos acá es una enorme alegría. Porque mirá, a pesar del odio, es como le dije una vez a Parrilli: ¡nosotros con ustedes recuperamos la juventud! ¡La alegría de ese cortísimo 73!”. Su esposo dice algo. Y ella sigue: “Mirá, una vez, vino uno del PRO que repartía volantes, y me dijo que por mi edad no iba a vivir otra vez lo de Cristina. ¡Y mirá todo esto! ¡Lo estamos viviendo otra vez!”.

En la calle, mientras cada quien busca acercarse al escenario, los cantos van y vienen como los que caminan. Unos salían desde el lado del puerto y corrían en dirección a Retiro. Otros, en dirección opuesta.

–¡Pero, hola! ¿qué tal? –se saludaron los jubilados, el empresario argento y el abogado. A esa hora volaban los cantos. Seguía la lluvia y volaban imágenes. Un chico les dijo que los grandes decían que esto era como el 17 de noviembre de 1972. El empresario argento, explica. Dice que es parecido pero distinto. Habla de la autopista Riccheri. Que los milicos te tiraban balas de goma. Que a Ezeiza ese día llegó sólo la militancia. Que en la radio te decían que iban a poner cadena nacional para que no vaya la gente. Que un día antes llovía torrencialmente. “Y para darte una idea de lo que era llegar a tiempo, tuvimos que salir al mediodía del día anterior y concentramos con los colectivos a la noche en Moreno. Esto es distinto. Primero, no estamos en dictadura. Y segundo, la gente es distinta. En estos años fue impresionante la participación, nos acostumbramos a participar, a ser parte, a ese –como dice ella– empoderamiento.”

“Yo me llamo Andrea, tengo 46 años, soy de Capital, Caballito”, dice una mujer. “Vine con mi hijo de 19 años y ahora él se fue a laburar. Pero me preparé para venir hace tiempo. Estoy acá porque viví un montón de cosas, a mí me devolvieron el orgullo de ser argentina. Me daba mucha vergüenza ser argentina por las cosas que habían pasado en el país. No vengo de familia peronista, ni tengo familiares desaparecidos, pero eso cambió cuando Néstor bajó los cuadros y pidió disculpas en nombre del Estado por los 30 mil, por eso dije: tengo que estar acá.”

Una señora avisa que Cristina terminó de declarar. Corren las voces. Alguien pregunta de nuevo cuántos somos. Todo el mundo hace números. Y llueve otra vez. Lluvia finita. Se agitan las banderas, vuela un globo. La agrupación Aníbal Verón sostiene una enorme cara de cartón con la imagen de Néstor Kirchner. Está la rosa peregrina de Daniel Retamar. Desde el escenario mencionan a las Madres de Plaza de Mayo. Andrea llora. Una mujer escucha radio y dice que no logra enganchar una AM porque no tiene una aplicación. A cien metros del escenario no se ve ni el escenario, ni el árbol que dicen que lo tapa, ni a Cristina. Pero algo empieza a escucharse. Pasa una mujer con una radio enorme envuelta en una bolsa de plástico. Dice que es Laura, de Merlo. Y que la 1030 pasa la noticia. Los trabajadores de Tiempo Argentino venden un nuevo número del diario a 20 pesos y piden que se difunda que van a salir a la calle otra vez como cooperativa. Arturo le dice a Roberto, el joyero, que Macri ganó las elecciones en Córdoba gracias a la cadena informativa. “Ay –le dice Roberto–, no me lo digas así que me hace acordar a Muñoz cuando acá estuvo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.”

Un señor tiene puesta una remera del MUP: Patria o Buitres, dice. El de al lado es Silvio Galarza, 44 años, secretario general del MUP de Berazategui, chofer de micro de larga distancia. “Vengo a defender el proyecto nacional y popular, en contra de los oligarcas que nos gobiernan. Vinimos por militancia y no porque, como dicen, nos dieron 500 pesos para venir. Vengo porque la conductora es CFK. Eso, más la continuación del proyecto, es lo que venimos a buscar, el proyecto de inclusión social.”

“¿Alguien necesita corticoide para el gas pimienta?”, pregunta uno de los pibes de San Miguel. Es enfermero, y vino preparado para primeros auxilios en el país del Protocolo de Seguridad de la ministra Patricia Bullrich. Dos policías se agarraron con una persona. Se sumaron algunos militantes. La cosa pasó rápido, pero antes de irse los policías tiraron gas.

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