EL PAíS

Los ravioles, los llantos y los pantalones de cuero

Los acusados recibieron el fallo con satisfacción. Durante la lectura de la sentencia llamó la atención la mujer de Telleldín. Los festejos y los gritos de los familiares de los imputados.

Por A. M.

“Se termina esta mentira, después de tres años”, dijo el policía Diego Barreda al entrar a la audiencia. Lo hizo con la certeza de quien se sabe ganador, y marcó el clima de la última jornada del juicio oral por el ataque contra la AMIA. En la cola del ingreso a la sala principal y sus anexos se mezclaban abogados, dirigentes comunitarios, familiares y periodistas. El tribunal no previó que la asistencia superaría la capacidad del lugar y hasta el presidente de la DAIA tuvo que subir al séptimo piso para “volver a acreditarse” y obtener así un asiento. De todos modos, la protagonista fue Ana Boragni.
Con el pelo cortísimo y platinado, la pareja de Carlos Telleldín se había ubicado en el palco superior, donde se sentaron familiares, periodistas y algún funcionario para escuchar el veredicto. La mujer que se quebró en el juicio y admitió haber cobrado del juez Juan Galeano casi medio millón de dólares para el Enano se presentó ayer con pantalones de cuero y zapatos de plataforma. Eligió una butaca en la cuarta fila, justo sobre el lugar desde donde el juez federal Claudio Bonadío tomaba notas. Precisamente, Bonadío investiga las irregularidades de la causa AMIA y Boragni tuvo que darle explicaciones a ese magistrado sobre el pago. Cuando escuchó que Telleldín quedaba absuelto levantó los brazos y la mirada al cielo y estalló en llantos, en un grito ahogado. Se abrazó fuerte con una mujer que estaba a su lado, mientras Bonadío, algo incómodo, seguía tomando apuntes. Cuando terminó la lectura celebró a los gritos la resolución y desde el primer piso empezó golpear el vidrio para que el Enano la viera. “Carlos, Carlos, no puedo bajar, no nos dejan bajar”, le gritó. Telleldín se acercó y festejó con la mano su triunfo. Boragni anunció que muy pronto podrá volver a cocinarle ravioles los domingos. Sin embargo, el reducidor por ahora sigue preso por otra causa relacionada con el doblaje de vehículos.
Los policías tampoco se quedaron quietos. Aun antes de conocer su absolución, el acusado de “partícipe necesario” Raúl Ibarra levantó sus brazos esposados en señal de victoria hacia el público. Lo hizo apenas entró a la sala del subsuelo de Comodoro Py, pasadas las 18.
Los policías Mario Bareiro y Bautista Huici se abrazaron un largo rato frente al ascensor, en pleno hall de Comodoro Py. Los cronistas de los canales de noticias tuvieron que esperar que terminara el emotivo momento para poder abordarlos. Era su momento, y no se privaron de nada. “No voy a parar hasta verlo preso a (el juez Juan José) Galeano”, arrancó Bareiro, ante la atenta mirada de los familiares de los detenidos por los incidentes en el ministerio de Economía, que esperaban en el mismo lugar la decisión del mismo Galeano sobre la libertad de sus parientes.
Afuera el viento del Río de la Plata soplaba fresco y fuerte, con aroma a puerto. Y ya casi no iba quedando nadie en las escalinatas de los tribunales federales de Retiro. El abogado de Telleldín, Víctor Stinfale, charlaba con Juan Martín Cerolini, abogado del ex policía Claudio Araya. En ese momento se acercó un hombre con una bolsa de papel madera. De su interior surgieron los primeros ejemplares del libro que el reducidor de autos escribió en la cárcel: “Caso AMIA, la gran mentira”, en cuyo prólogo puede leerse la frase de Abraham Lincoln “podrás engañar a todos durante algún tiempo, podrás engañar a alguien siempre, pero no podrás engañar siempre a todos”.

Compartir: 

Twitter

Telleldín quiere volver a comer ravioles en su casa.
 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.