EL PAíS › JOSE MARIA DIAZ BANCALARI, SIN CONSUELO

El drama del Mono

El histórico diputado duhaldista es una de las principales víctimas de la ruptura en el PJ. Kirchner ordenó quitarle la jefatura el bloque. Tiene muy pocas chances de acceder al Senado. Y naufraga su proyecto de convertirse en candidato a gobernador bonaerense en el 2007.

 Por Diego Schurman

Como un pibe castigado, aquel día no devolvía palabras sino los ojos vidriosos. Miraba a la nada y veía el desmoronamiento de su proyecto personal, cuya última parada era la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Lo más curioso de este histórico del peronismo bonaerense es que tanto Néstor Kirchner como Eduardo Duhalde dicen apreciarlo. Pero la pelea entre ambos, con el consecuente fin de la sociedad política, lo dejó a la intemperie. Y ahora el Mono José María Díaz Bancalari –de él se trata– no encuentra consuelo.
Su última aparición pública fue para pedir licencia a la titularidad del bloque de diputados justicialistas. Desde ese lugar ofició de “bisagra” entre los distintos sectores internos del PJ. Su lealtad con Duhalde no fue óbice para encolumnar a la tropa bonaerense detrás del proyecto oficial. Kirchner lo sabe muy bien desde que logró que le voten sin chistar los superpoderes para Alberto Fernández.
Esas vueltas que tiene la vida: fue en el despacho del jefe de Gabinete donde el Presidente le bajó el pulgar. “Yo, realmente lo lamento, y lo digo sinceramente porque él sabe que lo aprecio. Pero está en una lista que va a competir contra la nuestra. Y no se puede ser oficialismo y oposición al mismo tiempo”, dijo.
Hace un mes, Bancalari era mencionado como compañero de Cristina Kirchner en una fórmula de consenso. La ruptura lo convirtió –en verdad, Duhalde se lo exigió– en el segundo candidato a senador de la boleta de Hilda “Chiche” González. El sentido común indicó al Presidente que no había margen para que el hombre en el que depositó su confianza, pese a no ser de su riñón, siguiera representando los intereses de la Casa Rosada.
El Mono, un apodo que le debe a su fisonomía, es un soldado duhaldista y así suele autotitularse ante propios y extraños. Pero el Presidente le prodigó afecto personal y semblanza política al igual que a Miguel Angel Picheto, otro advenedizo para las huestes kirchneristas.
La buena relación era notoria para cualquier testigo de las giras oficiales. Bien lejos de Buenos Aires, Kirchner lo presentaba jocoso como miembro honorario del Grupo Mausoleo. Era aquel reducto imaginario que, a los ojos del Presidente, rendía pleitesías a la “vieja política”. La broma dejó de ser broma.
Cuando se hizo carne la idea de romper con Duhalde no hubo más sonrisas. Pero los gestos se hicieron indisimulables. Felipe Solá suele recordar en la intimidad lo difícil que se hacía esa convivencia en el exterior. “En los viajes yo no podía decir nada porque uno lo imaginaba llamándolo después a Duhalde para contarle todo”, decía desconfiado el gobernador bonaerense y principal aliado de Kirchner.
Una verdad de Perogrullo: cuando se decide sacar una puerta, la bisagra nunca podrá aspirar a ser más que un ornamento del marco. Y aquel nexo que representaba Bancalari entre Duhalde y Kirchner se volvió prescindible. Al Negro, el otro apodo que se ganó en sus años mozos, no le dejaron ni la ilusión del ábaco. Ningún cálculo electoral, a la luz de los resultados que hoy reflejan las encuestas, le da chances de convertirse en senador. Será el sacrificio de su lealtad duhaldista. Ese que le reconocen en Lomas de Zamora y lamentan en Balcarce 50.
Para peor: la andanada kirchnerista en el Congreso no parece detenerse. El diputado Osvaldo Nemirovsci dio el puntapié inicial. Pero al pedido de renuncia se le sumó toda la tropa oficial. Reglamentariamente no reunieron el número necesario. Aunque la presión política se le volvió insoportable, Bancalari no dio un paso al costado. Pero pidió una oportuna licencia, sin goce de dieta, para descomprimir la pelea. La excusa fue su incursión en la campaña.
Alguna vez, en medio de una comida con abundante vino tinto, en un restaurante de Tucumán y Alem, confesó a este diario su viejo anhelo de llegar a la gobernación. No parecía un destino descabellado para quien supo transitar por la Legislatura bonaerense, la intendencia de SanNicolás, el Ministerio de Gobierno provincial con Antonio Cafiero y Eduardo Duhalde y varias diputaciones nacionales en representación del distrito.
Seguía soñando en estos días con ese premio por su vocación acuerdista y por su incursión activa en todos aquellos ensayos contra los proyectos reeleccionistas de Carlos Menem.
A pesar de la voz ronca, el tono arrabalero, la contextura física y el lenguaje rústico –características que suele enumerar su ex compañero de estudio, el ministro de Salud, Ginés González García–, supo hasta ahora moverse con destreza y demostrar su poder de persuasión en el recinto. ¿Por qué no iba a imaginar que estas cualidades lo ayudarían a ponerse el traje de candidato a gobernador bonaerense para el 2007? Lo que estaba claro es que no las aprendió en la UOM, en donde hizo sus primeros pasos como abogado.
Del sindicalismo peronista absorbió la ortodoxia, un perfume que se impregna en cada una de sus declaraciones. Aquel rechazo abierto a las alianzas con sectores de centroizquierda fue la muestra más fiel. “No nos prendemos al juego de la transversalidad. Ahora se necesita que el peronismo esté unido. De eso depende la suerte del Presidente”, decía hace año y medio. La realidad hizo que el presagio, más que de Kirchner, hablara de él.

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