EL PAíS

Malvinas, el revisionismo y el rubor de Laura

 Por Federico Lorenz *

El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego aún no comienza a galopar y ya ha levantado una impresionante polvareda. Por eso considero importante, para que las discusiones acerca de lo que el instituto es o podría llegar a ser tengan alguna carnadura, analizar las producciones de algunos de sus integrantes. Para comenzar por alguna parte, resulta sintomático que en dos de las tres columnas publicadas por Página/12 el domingo pasado en relación con la creación del Dorrego, aparezcan mencionadas las Islas Malvinas. Se trata de un tema sensible para la sociedad argentina en general y para el revisionismo en particular, que sin duda será reavivado en vísperas de conmemorar los treinta años de la guerra.

Ana Jaramillo, rectora de la Universidad de Lanús y miembro del Instituto, firma una de dichas columnas. Esa universidad publicó este año Malvinas en la historia. Una perspectiva suramericana (1492-2010), un manual destinado a las escuelas secundarias de la provincia de Buenos Aires, en cuya redacción también participaron otros dos miembros del Dorrego (Francisco Pestanha y Marcelo Gullo). Dado que en los considerandos de la creación del Instituto queda expresada su vocación de difusión e intervención pública, vale la pena detenerse en un texto específicamente pensado para este fin.

El manual comparte una de las características centrales del revisionismo. Le otorga un sentido al pasado y organiza su relato (historia) en base a éste: “memoria y proyecto se conjugan en el presente cuando nombramos esas Islas”. El manual se propone “reparar una perspectiva simplista y maniquea” consistente en reducir la cuestión Malvinas a un manotazo de ahogado de la dictadura. Para hacerlo, parte de la idea de una conspiración que le esconde la verdad histórica al pueblo para frustrarlo en su destino: “En junio de 1982 Argentina comenzó a transitar su posguerra (...) consolidando rápidamente una mirada orientada hacia el silencio y el olvido”. Para enfrentarla, no “repara”, sino que “reemplaza” la mirada que condena (“desmalvinizadora”) por otra que aísla la guerra del contexto en el que se produjo, verbigracia, la dictadura.

Desde una perspectiva educativa (dado que es un manual), esto es desaconsejable: si nuestro objetivo es facilitar el encuentro de las nuevas generaciones con el pasado, no deberíamos hacerles aprender el credo (entre otras cosas por coherencia, ya que el revisionismo critica la “oficialización” de un relato). Quien quiera aportar a una transmisión democrática y crítica, debe ofrecer tanto a los alumnos como a los docentes la mayor cantidad de elementos posibles para que esto suceda.

Pero esto es secundario frente a fines superiores y los autores tienen uno: destacar de la guerra de 1982 “uno de los hechos políticos más importantes de aquel momento: ese movimiento de adhesión popular (que) influyó decisivamente en los acontecimientos, transformando la maniobra propagandística imaginada por la dictadura al tomar las islas en un acontecimiento regional que expresaba aspiraciones históricas de todos los pueblos del continente”. Así, sus miradas sobre la guerra están inexorablemente condicionadas por la idea de separar el “hecho político” que expresa una “aspiración histórica”, de su contexto.

Pese a sus apelaciones al pueblo, el manual tiene una limitada idea de “lo popular” como objeto o enfoque historiográfico. Dedica más páginas a narrar con detalle el desembarco (una victoria militar) que a describir las condiciones de vida de los infantes en las islas (lo que minaría la visión épica bélica). Que el libro incluya la fotografía del primer muerto en la guerra nos habla de su concepción tradicional de la historia, basada en héroes militares. Pero también es significativo que no informe a sus lectores que el muerto es un militar involucrado en denuncias por violaciones a los derechos humanos. De igual modo omite, al referirse a los incidentes en las Georgias, abundar en la historia de uno de sus protagonistas, Alfredo Astiz. Es que como “lo importante es la causa”, como señaló Jaramillo en la presentación del libro, ésta debe sostenerse a costa de suavizar u ocultar la responsabilidad y las características de las instituciones militares y los sectores civiles que las apoyaron: el hecho de que “la dictadura militar, conducida por un borracho haya decidido ir a la guerra” afirma “no quiere decir que la causa de Malvinas no sea una causa justa y soberana”. Aparece aquí una perspectiva esencialista y deshistorizadora, propia del nacionalismo territorialista, para la cual frente a la causa “sagrada” es secundaria la trama social, política y cultural en la que se produjo la guerra. En este esquema, las críticas a la guerra son “antinacionales”, ya que por extensión cuestionan la causa.

Para explicar la posguerra, los autores despachan las dificilísimas condiciones en las que el primer gobierno democrático tuvo que tomar el tema Malvinas en dos páginas, omitiendo cuestiones claves como las sublevaciones carapintadas que amenazaron a la democracia, o mencionando al pasar los juicios de 1988 pero no así los indultos de Menem para los responsables de la guerra. Sucede que la veteranía en las islas (así como en la “lucha contra la subversión”) fue una de las banderas que los amotinados enarbolaron, al igual que lo hizo, de-safortunadamente, Raúl Alfonsín en la Semana Santa de 1987.

A casi treinta años de la guerra, hay una reflexión que la democracia se debe: ¿morir en Malvinas transforma a un represor en “héroe de la patria”? ¿Es igual su sacrificio que el de un conscripto? ¿Borra cualquier reflexión acerca de sus acciones previas? Sería interesante una posición del Dorrego al respecto. Y adelantamos: no es suficiente argumentar que una ley del Congreso de la Nación así lo establece, ya que los procesos de la memoria, la verdad y la justicia (de los que la investigación histórica es una parte) tienen tiempos que se miden, a veces, por décadas. La derogación de las leyes de impunidad nos dice mucho acerca de la historicidad de algunas “verdades”.

Pero como desde la concepción nacionalista del reclamo por Malvinas las circunstancias históricas de la guerra son secundarias frente al reclamo, el texto no vacila en contradecir acciones del propio gobierno nacional, que impulsa la memoria, la verdad y la justicia como políticas de Estado. El manual desestima la posibilidad de arribar a conclusiones acerca de delitos de lesa humanidad cometidos en Malvinas por algunos cuadros militares contra sus propios soldados, ya que “debido al tiempo transcurrido, se han vuelto imposibles de ser juzgados”. Los autores no deberían resignarse tan rápidamente a la impunidad o, al menos, a la búsqueda de la verdad histórica. Hay ejemplos en sentido contrario en su propia “historia nacional”, y no sólo de los organismos de derechos humanos, sino de los ex combatientes chaqueños, platenses y correntinos, que impulsan hoy en día esas denuncias, decididos a reivindicar su experiencia bélica pero no a costa de cualquier cosa.

En realidad, miradas como las que el manual sostiene no buscan ni la reparación ni la apertura a la complejización del pasado, sino la restauración de un canon patriótico autodestruido en las mazmorras de la ESMA y en las islas australes. No tienen nada de revolucionario y sí mucho de conservadoras y antipopulares. ¿El Dorrego va a tomar la historia del reclamo por Malvinas y su incidencia en la política nacional disociando la guerra de la dictadura militar que la desencadenó irresponsable y desaprensivamente?

Uno de los premios que otorgará la nueva institución revisionista lleva el nombre de Jorge Abelardo Ramos. Laura, su hija, recreó en una crónica titulada “Licenciada en rubores” las sensaciones que le produjo ver por la televisión a su padre visitando las Malvinas por invitación de la dictadura: “Yo no sabía si esa acción era revolucionaria o no, pero sabía que quienes la dirigían eran responsables de tres atentados contra la vida de mi padre y la de su nueva familia (...), cuatro allanamientos a las distintas casas en las que se refugió en ese período, dos detenciones y cuatro procesos por violar la ley que prohibía la actividad política, además de haber participado del martirologio de decenas de afiliados de su partido, camaradas y amigos, entre otras decenas de miles de argentinos”.

Si los integrantes del Dorrego no ven contradicción en situaciones como ésta, o consideran que son secundarias, ya sabemos de qué estamos hablando.

* Historiador.

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