EL PAíS › EL CURA GONZALO LLORENTE

Cadena de muertes

 Por Alejandra Dandan

Desde La Rioja

El juicio todavía no empieza. En la calle, entre quienes todavía no saben que el comienzo se postergó hasta la tarde, está el cura Gonzalo Llorente, parte de las comunidades eclesiales de base que cuando tenía 19 años y todavía no era sacerdote dejó la militancia en la JUP de Buenos Aires para venirse a formar parte de la primera experiencia de uso y tenencia colectiva de la tierra, impulsada en Vichigasta por el obispo Enrique Angelelli. Por esa experiencia se exilió primero en la capital de La Rioja y después en Buenos Aires, cuando fusilaron a uno de sus compañeros, el laico Wenceslao Pedernera, cinco días después de que arrojaran los cadáveres de los dos curas Carlos Murias y Gabriel Longueville en un espiral –como alguna vez lo llamó el obispo– que terminó quince días más tarde con la ejecución de Angelelli. La pelea por la lectura en sucesión de estos casos es uno de los ejes de este juicio. Aquí, el hombre que luego volvió a Buenos Aires a ordenarse de cura y ahora es sacerdote de Chepes vuelve despacio, desde la ventana de un bar, a esa historia que siguió a comienzos de agosto de este año con un encuentro con su obispo en la región de los llanos.

“Creo que en La Rioja se han acallado las voces de nuestro pueblo con distintos manejos, y esto del inicio del juicio oral y público es como una puerta que se abre. Es como que nos quedamos callados frente a tanta impunidad, como resignados. Sí nos falta como Iglesia no predicar la resignación, y la presencia acá como curas es alentar. Este juicio alienta nuevas esperanzas, por eso uno está acá, porque no queremos que se frustre, y no queremos más la resignación ni la impunidad. Empezaremos con los curitas, con Wenceslao y el pelado (Angelelli). La sociedad civil nos ha dado muchas lecciones a la sociedad religiosa, a la que se nos ha metido esto del perdón y del olvido y esto que muchas veces la Iglesia es cómplice en su silencio o actitudes y eso es como que también nos ha ido metiendo esa falsa conciencia, porque estoy seguro de que Dios no quiere esto, menos cuando el otro no hace ningún gesto de culpa o arrepentimiento.”

–¿En quién está pensando?

–En Videla, en Menéndez, en Estrella (comodoro Luis Fernando acusado en el juicio), en Vera (ex comisario Domingo Benito también acusado), en los que mataron a Wenceslao frente a la familia con saña y con odio y nosotros nos hemos quedado callados, uno siente culpabilidad en los silencios.

–¿Estuvo con Wenceslao?

–Compartí bastante. Estuvimos trabajando juntos en un campo, en la lucha por la tierra donde uno está en la zona rural porque se siente inclinado vocacionalmente por estos sectores de nuestra gente, porque lleva la tierra en el corazón. Con Wences estuvimos juntos un año y medio en la lucha con monseñor Angelelli en la zona de Vichigasta, un campo que se llamaba La Buena Estrella. Ahí trabajamos con Carlos y Rafael y Wences del movimiento rural, con Coca, su esposa, y sus hijos. Eso empezó después del fracaso político que hubo frente a las traiciones de Carlos Menem en la primera gobernación y de los sectores justicialistas y radicales, que en ese momento no quisieron expropiar el latifundio a Salinas, que estaba en otro lugar.

–¿En qué año fue? ¿Qué pasó?

–Fue para el año ’72, ’73. Monseñor llegó a La Rioja en el ’68 y una de las realidades que descubrió con su oído atento era que la situación del hombre rural era de las más postergadas: todos en negro, a la gente que era empleada le pagaban miserias o solamente vivían porque los dejaban estar en el campo, no le pagaban sueldos, les dejaban tener sus gallinitas y algunas cabritas. Todo eso reclamó la conciencia de monseñor y de la Iglesia. Quiso dar respuesta a esa realidad y vinieron los del movimiento rural diocesano, que era como la juventud obrera católica, pero en la zona rural, preocupados por el sentido de justicia, por las estructuras de pecado que padecía el hombre de campo. En ese momento había un latifundio improductivo e hizo una propuesta de cooperativa. Cosa que fue muy rechazada y creo que la muerte se puede leer con muchos argumentos desde el conflicto con la tierra. El conflicto más virulento que tuvo con los empresarios y la oligarquía de La Rioja era por el tema de la tenencia de la tierra, por un sistema de manejo de la tierra muy injusto y muy atropellador.

–¿Qué pasó con la propuesta de la cooperativa?

–Su idea era expropiar ese latifundio que lo habían tomado los dueños de una forma muy injusta, despojando a la gente, y buscaba formar una cooperativa de trabajo que beneficiaría a unas setenta familias. La propuesta estaba apoyada por el trabajo de las hermanitas que estaban allí y la gente del movimiento rural. Carlos Menem en campaña primero dijo que sí, pero cuando asumió, en la Legislatura se desató una lucha por la expropiación y allí los legisladores se opusieron a entregarla a la cooperativa. Querían hacer parcelamientos individuales. Y el obispo lo sintió como una traición muy dura.

–¿Qué dijo?

–Angelelli lo expresó en misas radiales (que hacía todos los domingos hasta que se lo prohibieron después del golpe). Al final no se hizo nada. Nunca se expropió, pero fue un golpe duro porque él tenía mucho aprecio al trabajo de la gente por el campo, pero a la vez porque veía que eso podía tener efecto multiplicador sobre el uso y tenencia de la tierra.

–¿Ahí empezó la persecución?

–Todavía no. A partir de una donación de las Hermanas de la Asunción en Palermo, se compraron unas tierras. Ahí me vine yo de Buenos Aires a La Rioja para sumarme a esa experiencia con Wensceslao y Carlos y Rafael. Armamos una cooperativa, integramos la economía, había un trabajo sobre 340 hectáreas con riego. Ya a fines del ’75 estaban todas las amenazas de la Triple A. Angelelli nos dice: “Changos, yo les voy a pedir que salgan de aquí porque no les voy a poder garantizar la seguridad, y ahí fue cuando Wensceslao se fue a Sañogasta con su familia, que estaba cerquita del primer lugar. En ese momento, la amiga de un cura francés le compró una tierra para que puedan vivir. Nosotros nos vinimos aquí a la capital de La Rioja. Y el 25 de julio de 1976 lo mataron, lo acribillaron frente a la familia violentamente.

–¿Hacía cuánto que se habían ido?

–Nos fuimos a fines del ’75, o sea que fue medio año después. Yo me vine a La Rioja, cuando lo mataron a él me volví a Buenos Aires. Yo estaba solo, tenía 19 años cuando llegué en el ’73, tenía una militancia política en unos barrios, pero también en la juventud universitaria peronista, después entré al seminario en el ‘78.

La pastoral de los mártires

–Acá –dice Gonzalo– el que lideraba el proyecto de construcción de vida y popular era monseñor Angelelli, creo que era el que aglutinaba todas las fuerzas diríamos revolucionarias de ese tiempo, de transformación de la sociedad, de un modelo más social, socialista. Me parece que estaba bien identificado en la construcción del reino, pero un reino de vida para todos, donde todos tengamos lugar. A partir de esta militancia, yo descubrí un rostro del pobre, de la situación de opresión y por eso me vine. Dejé el peronismo para involucrarme en una militancia más desde la Iglesia, que tenía muchas afinidades con el proyecto peronista, con algunos laicos y muchos otros compartíamos la mirada del proyecto. El que conducía los sueños y la construcción de las organizaciones barriales, de trabajos comunitarios, de un modelo distinto del uso de la tierra y la tenencia a partir de esas orientaciones de Medellín y San Miguel era Angelelli. La gente que vivió esa Iglesia era de Dios, y uno está convencido de que son mártires: si los mataron era para acallar una Iglesia, para acallar una voz, por eso es una memoria que nos interpela, nos compromete y seríamos muy incoherentes si no rescatamos ese compromiso y esa lucha que llegó hasta derramar la sangre.

–Hubo un acto el último 18 de julio. El obispo no dijo mártires, sino supuestos mártires, como si aún a la Iglesia le costara reconocer.

–Eso es. La estructura de la Iglesia es una estructura pesada que la vamos haciendo caminar, y uno tiene esperanzas de hacerlo. Este dictamen del juez de declarar a la muerte de Angelelli como premeditada, que no fue un accidente sino un asesinato, ayudó. El Episcopado recién ahora dice que fue así. El 5 de agosto pasado celebramos una misa en los llanos con el obispo de acá. En esa zona seguimos alentando ese espíritu de la pastoral quizá porque nos ha tocado más de cerca el martirio. Pero vino el obispo a compartir la eucaristía. Leyó la carta del Episcopado, donde expresa y hace suyo el dictamen de la Justicia civil que hasta ahora había silenciado. Una cosa que nos duele profundamente es que todavía no se ha podido iniciar la causa de beatificación porque no estaba el dictamen, ahora ya está, depende de nosotros.

–¿Qué harían ellos si siguieran acá?

–Carlos era joven y tenía muchas expresiones interesantes. Los 18 de julio se hace una peregrinación juvenil, y se va haciendo memoria, rescatando lo que ellos vivieron y tratando de que a ellos se los interpele hoy. Los imagino en la lucha de hoy, que es el tema del campesinado. Angelelli alentaba la organización popular, aunque hagan el grupo de la remolacha, decía. Ahora muchos campos se están vendiendo. Como se corrió la frontera agrícola, valen más para la crianza de ganado, y los que llegan ya no tienen relación con los vecinos que entonces se quedan sin campo para hacer andar a sus cabras. Porque vivir en el campo en nuestra zona es muy difícil. Tenemos 300 milímetros de agua en el año y siempre la plegaria de nuestro pueblo es la lluvia. Ahora, en agosto empezamos, seguimos en septiembre y octubre: todas las misas para que nos llueva. Si no llueve tienen que traer agua del pueblo o vender los animales y en este tiempo estamos con sequía grande. No es fácil. Y el sentido de la vida es cuando vos tenés desafíos y sueños, que se hacen de la construcción y de la escucha y no de esperar que el otro se resigne a darme algo o llevarme el agua.

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Wenceslao Pedernera, asesinado días después de los curas de Chamical.
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