EL PAíS

Lo que no hizo Bergoglio

 Por Ariel Lede *

La inesperada opción por Bergoglio para conducir la última monarquía absoluta que existe sobre el planeta ha desatado expresiones que nada aportan a la comprensión del fenómeno, como el “orgullo nacional” por “tener” un Papa argentino; o la confusión ingenua de cierto progresismo esperanzado entre Papa “latinoamericano” y “latinoamericanista”, como si la geografía y la nacionalidad de Bergoglio determinasen la renovación eclesial; o las repetidas menciones a la austeridad del cardenal que, al tiempo que buscan resaltar una virtud del flamante Papa, denuncian la hipocresía de una institución que ve en la austeridad de uno de sus representantes algo exótico (al margen de esto, manifiesto mi oposición a la prédica de la austeridad por ser una herramienta ideológica del catolicismo que justifica y reproduce los padecimientos de la pobreza).

Habilísimo

Hace unos años, conversando con Pichi Meisegeier, sacerdote jesuita y tercermundista que conoció muy de cerca al nuevo Papa, le pedí que lo definiera en una palabra. Pichi disparó sin dudar: “Habilísimo”. Importante aliado de la oposición de derecha, las patronales agrarias y los medios de comunicación corporativos, Bergoglio celebró una misa por la muerte de Néstor Kirchner, donde instó a “claudicar de todo tipo de postura antagónica para orar frente a la muerte de un ungido por la voluntad popular”. A nivel pastoral, muchos sacerdotes de su arquidiócesis lo describen como un obispo cercano a sus proyectos, al mismo tiempo que protegió a los también argentinos Julio Grassi y Edgardo Storni, condenados por pedofilia y abuso sexual, y no cuestionó la decisión del obispo cordobés de suspender al sacerdote Nicolás Alessio por apoyar el matrimonio igualitario. En contraste con su deseo de “una Iglesia pobre”, no vaciló nunca en recibir 34 millones de pesos anuales del Estado para sueldos y jubilaciones de obispos, ni en el financiamiento de colegios católicos, ni en la exención del impuesto a las Ganancias y de impuestos inmobiliarios, entre otras menudencias. Inocultablemente conservador, aunque con gestos de apertura y sensibilidad social, Bergoglio supo distinguirse de la ultraderecha católica local y mantener una tensa relación con la curia romana. En fin, un hábil jugador que ha sacado buen provecho de cierta ambivalencia en su imagen.

Un Papa (de la derecha) peronista

La polémica por su connivencia con la represión merece al menos dos consideraciones. Primero: las investigaciones de Horacio Verbitsky basadas en documentos oficiales y testimonios –entre ellos el de Pichi Meisegeier– saldan cualquier discusión: Bergoglio desprotegió y “señaló” a los sacerdotes de su orden, Orlando Yorio y Francisco Jalics, luego secuestrados en la ESMA, torturados y exiliados. Listo. Segundo: tanto o más condenable fue su proceder respecto de la memoria histórica argentina una vez que asumió la presidencia de la CEA en 2005. Nunca ordenó la excomunión de los genocidas y, hasta el día de hoy, Videla sigue recibiendo el cuerpo de Cristo en Campo de Mayo. Nunca ofreció a la Justicia los archivos del Episcopado; es más, negó que en ellos hubiera documentos referidos a los detenidos-desaparecidos y después la Justicia comprobó lo contrario. Nunca acompañó las causas judiciales por el esclarecimiento de los asesinatos de religiosos en dictadura. Nunca se atrevió a llamar “asesinatos” a las muertes de los obispos Angelelli y Ponce de León. Nunca impulsó siquiera una comisión episcopal para revisar y criticar la participación de la jerarquía eclesiástica y los capellanes militares en la legitimación religiosa de los delitos de lesa humanidad, ni del Movimiento Familiar Cristiano en la apropiación de bebés. Nunca realizó una gestión para sancionar canónicamente a Christian von Wernich, el capellán condenado que sigue oficiando misa en el Penal de Marcos Paz. En 2006 publicó una compilación de las reuniones episcopales durante la dictadura y se cuidó de amputar algunas frases comprometedoras. En el libro de 2010 que relata su biografía afirmó que, en los inicios de la dictadura, la Iglesia “sabía poco y nada”, falacia sobradamente refutada en la bibliografía sobre el tema.

Lo que hizo Bergoglio seguirá siendo materia de controversia y ningún juez se va a atrever a procesar al Papa. Pero lo que no hizo es una prueba irrefutable de su actual compromiso con los represores y sus cómplices, y todos somos jueces para condenar eso.

Secuelas domésticas

Advirtamos ahora las posibles repercusiones de esta elección sobre el campo político argentino. En primer lugar, la Iglesia local contará con un respaldo papal directo que antes no tenía, y podría lograr a partir de eso mayor influencia en las decisiones políticas. Aunque hay al menos dos indicadores que invitan a no exagerar tal suposición: a) en Italia, donde se asienta el Vaticano, se despenalizó el aborto; b) en la Argentina, el proyecto está paralizado y no hizo falta para eso un Papa argentino, bastó con el veto presidencial. En segundo lugar, como señaló Juan Cruz Esquivel, es esperable un reposicionamiento de los actores políticos, buscando legitimidad en lo religioso. Clarín y La Nación no tardaron en recordar la relación “áspera” del cardenal con los Kirchner; Macri profetizó “un futuro promisorio para todos los argentinos”; Scioli –que siempre creyó en Dios, sobre todo en la campaña 2011– sintió “orgullo y emoción”; Pérsico vio en el Papa “un compañero peronista”; y Mariotto resbaló en el surrealismo al sostener en 6, 7, 8 que esta elección es “el cambio de paradigma que necesita el mundo” al expresar una “tercera posición” en el tablero político mundial. Por último, creo que el punto crucial es cuánto cambiará el vínculo del gobierno nacional con la cúpula eclesiástica. En 2009, Bergoglio inauguró la frase “crispación social”, que se replicó en banderas, discursos y medios opositores al kirchnerismo. Su problema era la “actitud confrontativa” del gobierno con sectores de poder, entre ellos la Iglesia. Hoy, con Jorge Mario elevado a Francisco, el gobierno nacional deberá decidir si modera la confrontación o profundiza el proceso tendiente a la efectiva separación Estado-Iglesia, expresada por ejemplo en la eliminación del Obispado castrense, la reforma del Código Civil y la legalización del aborto seguro y gratuito.

La esperanza es lo último que se perdió

Los cristianos progresistas tienen derecho a la esperanza. En Francisco, en el Espíritu Santo o en ellos mismos. Pero deben asumir que dos mil años de conservadurismo es mucho tiempo, y eso vuelve muy costosa cualquier transformación. Los ladrillos de la catedral han sido por los siglos de los siglos una sólida barrera contra los cambios sociales, culturales y políticos del mundo entero, que en general les pasaron por afuera. Y nada, absolutamente nada, hace pensar que Jorge Mario Bergoglio vino a corroer sus cimientos.

* Colaborador de la Revista Mascaró.

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