PSICOLOGíA › LA PROSTITUCION, LA POESIA, EL PSICOANALISIS

Las rosas preciadas

 Por Sergio Zabalza *

Es interesante destacar que el actual debate acerca del ejercicio de la prostitución en determinadas zonas de la ciudad coincide con la avalancha de títulos que el mercado literario ofrece sobre el tema. Una articulación entre goce, letra y prostitución quizá desnude la íntima relación entre esta inquietante práctica y el lugar donde la polis guarda sus rosas más preciadas.

Por lo pronto, este comercio que arrasa con la dignidad de millones de personas presenta una especial paradoja: el prostituyente, que no tolera la oscura demanda que lo habita, entrega un dinero a quien, por renunciar a comprometerse con su cuerpo, se presta –con o sin consentimiento– a ser mercancía de goce. En ambos casos tenemos un exceso de satisfacción no asumido, un trabajo y un dinero que circula.

Si, tal como dice Charles Baudelaire, el amor puede derivar de un sentimiento generoso: “el gusto de la prostitución; pero bien pronto lo corrompe el gusto de la propiedad”, la pregunta acerca de quién y cómo se apropia de la plusvalía generada en ese plus de goce no asumido explica por qué el mundo nació con la prostitución.

En efecto, el hecho de hablar produce un resto de malestar que se resuelve en ciertas cloacas donde letra y goce –poesía y prostitución– confirman su estatuto decano dentro de los oficios humanos. José Agustín Goytisolo, en Bajo tolerancia, trata a los poetas como “aquellas viejas prostitutas de la historia”. Y es que, de acuerdo con el desamparo con el que al mundo llegamos, es el Otro quien, al hablar, nos demanda primero. Así, nuestra preciada condición de sujetos siempre supone previamente la de objeto.

Jacques Lacan, cuando expresa la fórmula de la pulsión como la articulación entre el sujeto y la demanda, se sirve de la conclusión a la que, no sin sorpresa, arribó Freud: “Confesémoslo llanamente; no esperábamos que el peligro pulsional interno resultara ser una condición y preparación de una situación de peligro objetiva, externa”.

El psicoanálisis se hace cargo de esta oferta de estructura. Y es que, en cierto sentido, los analistas son parecidos a las putas, se ofrecen como objeto para efectivizar un intercambio de goce por dinero. La diferencia está en que un analista fuerza al cliente a pagar tanto como pierde: en efecto, al no responder a la demanda, el analista opera el forzamiento que supone, para el sujeto, atravesar la angustia de apropiarse de lo que no tiene: su vacío, su lugar de objeto. Es un forzamiento muy distinto al de aquella primordial prostitución; se trata de un esfuerzo de poesía. No en vano, siempre según Baudelaire, el poeta es un trapero que trabaja con la escoria.

* Psicoanalista.

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