SOCIEDAD › UN PROGRAMA OFICIAL YA RESCATO DEL DELITO A 800 CHICOS Y JOVENES

Pibes ex chorros

Son jóvenes que ya pasaron por la cárcel. O una comisaría. O un tiroteo. Un plan del Ministerio de Justicia busca localizarlos en las villas y proponerles una nueva vida. Si dejan de robar, les ofrecen un subsidio de 150 pesos. Deben trabajar y terminar la escuela. Aquí, historias de pibes que zafaron del delito.

 Por Mariana Carbajal

Iván empezó a robar a los 15 años: estuvo detenido en cinco oportunidades en institutos de menores y cárceles de mayores. Hace ocho meses recuperó su libertad y hoy trabaja en una huerta. Lucas laburó desde una casa hasta una fábrica en la que –asegura– sacó “diez lucas”. La última vez que estuvo preso pasó un año y medio en el penal de Marcos Paz; hoy es empleado de un lavadero de autos. Los dos viven en Ciudad Oculta y participan de una estrategia de prevención del delito que apunta a ofrecerles a “pibes chorros” otra alternativa de vida. A cambio de dejar de robar, reciben un Plan de Empleo Comunitario (PEC) de 150 pesos. Como contrapartida, deben terminar sus estudios, cumplir con una capacitación laboral, buscar trabajo o encarar un microemprendimiento. El programa ya incorporó a unos ochocientos jóvenes, de 16 a 30 años, de los barrios marginales más críticos de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano.
Las historias son casi calcadas: todos estuvieron en prisión o cerca de caer y tienen, al menos, un familiar en la cárcel o un amigo muerto en hechos delictivos. “No es sólo una oferta de trabajo, es una oferta de vida”, destaca Mariano Ciafardini, titular de la Dirección Nacional de Política Criminal, desde donde se impulsa esta iniciativa. El programa empezó en 2002. “A los pibes les hablamos claro. Les decimos: ‘Esto es para dejar de chorear’”, precisa Gonzalo Vásquez, coordinador del programa en Villa Tranquila, partido de Avellaneda. Allí hay inscriptos 45 jóvenes de un promedio de 20 años de edad, pero sólo 30 cobran el subsidio porque no tienen, por el momento, más PEC para ofrecerles. “A pesar de no recibir un plan, se enganchan igual porque ven que es una oportunidad de ocupar el tiempo libre, de no estar en la esquina; estar en la esquina implica chupar y afanar en los bordes de la villa a los camiones. Por eso, el primer objetivo al que apuntamos es que puedan cumplir un horario para hacer una actividad. La mayoría tiene antecedentes de delito. Y el que no estaba afanando podía salir en cualquier momento. Para ellos, la convivencia con la muerte es cotidiana y natural”, agrega Vásquez.
En Villa Tranquila, la mitad de los pibes del Programa Comunidades Vulnerables –ése es el nombre oficial del plan– está terminando la primaria como contraprestación al subsidio; el resto empezó la semana última talleres de herrería y electricidad en el Centro de Oficios de Dock Sud.
Para Ciafardini, la estrategia tiene otros efectos positivos más allá de rescatar a los jóvenes del delito: “Logra que se ocupen las villas y no sean tierra de nadie para, por ejemplo, mantener cautivo a un secuestrado y además, desciende la violencia dentro del barrio”, destacó. El hecho de formar parte del programa no exime a los jóvenes de su responsabilidad ante la Justicia. “Este no es un plan de encubrimiento. Si nos enteramos de que vuelven al delito, cae el subsidio”, enfatiza Ciafardini. Del total de beneficiarios de 2003 –alrededor de 550 jóvenes–, sólo el 2 por ciento volvió a tener problemas con la ley.

Salir del quilombo

–No sé cómo empecé. Sos pibe, te drogás, salís, cobrás, y ya ves que tenés plata, que te podés comprar tus cosas solo, que te mantenés tus vicios. Hay algunos que, cuando caen en cana, salen y no hacen más nada. Pero hay otros que siguen, que caen y quedan en cana o están muertos. Tengo un amigo al que lo mataron un año atrás: tenía 17 años. No pudo salir de un banco (cuando fue a robarlo) y lo mataron adentro”. Su nombre no importa. Es ficticio como el de todos los participantes del programa que aparecen en esta nota, para proteger sus identidades. A este muchacho le dicen Zapallo, por su cabeza. Y vive en Ciudad Oculta. Tiene 20 años, una esposa y una hija de un año y ocho meses. Estuvo detenido en institutos de menores y cárceles de mayores.
–La primera vez caí porque laburé en un negocio, después por un coche y otra vez más por un negocio –relata a Página/12, en un patio del centro comunitario de Ciudad Oculta, rodeado por una docena de pibes del barrio que se han incorporado al programa. “Laburar” en su jerga es robar.
En Ciudad Oculta son 46 los que aceptaron la propuesta y hay más de 15 en lista de espera hasta que la Dirección de Política Criminal, del Ministerio de Justicia, pueda conseguir más PEC en el Ministerio de Trabajo, para poder sumarlos.
–¿Por qué te enganchaste en el programa? –le pregunta esta cronista.
–Me trajo un amigo –y señala a uno de los muchachos sentados en la rueda–. Yo quería salir del quilombo con la policía. Ya no daba más. Era un tiro al aire. Antes de tener a mi hija me drogaba a full con todo. Eso me perdía. Después nació mi hija y me fui rescantado –dice Zapallo.
Como la mayoría del grupo tiene puestas zapatillas de marca, de no menos de 100 pesos, y ropa deportiva también costosa. Está en el programa desde mayo de 2003.
El centro comunitario de Ciudad Oculta es una especie de pulmón gris de la villa: ahí está la cancha de fútbol de pura tierra, donde los chicos juegan a la pelota los martes a las 15, como parte de las actividades que les proponen en el programa. En los alrededores del centro comunitario se apretujan casillas más o menos precarias, de material, de chapa, de cartón. En esta villa hay más de diez mil habitantes; algunos calculan que llegan a 18 mil.
–Yo estaba en lo mismo que andaban todos –toma la palabra el Sapo, de 23–. Pero a mí me cambió ver a todos mis hermanos en cana. Ahora queda uno solo en Devoto. Le falta un año más adentro. Yo caí una vez en una comisaría. Estuve en un calabozo respirando por un agujerito y no me gustó ni a palos.
Sapo dejó el secundario en segundo año: “Todos los días me escapaba del colegio hasta que un día no fui más”, recuerda. Está buscando trabajo, pero no le resulta fácil, dice. Aprendió el oficio de carnicero, pero le pasa lo que a muchos pibes que viven en villas: cuando tratan de conseguir empleo y dan la dirección de sus casas, los rechazan.

Elegir otra vida

“Estamos apuntando directamente a las causas sociales de la delincuencia. La idea es que puedan independizarse del subsidio en no más de dos años”, explica el director de Política Criminal a Página/12. Ciafardini está buscando que los municipios repliquen la experiencia. En la Capital Federal ya se incorporaron al programa unos 400 jóvenes de la Villa 31 (Retiro), la 21-24 (Lugano), Ciudad Oculta (Mataderos), barrio Espora (Barracas), La Boca, Bajo Flores y Colegiales. En la provincia de Buenos Aires hay otros 400 beneficiarios: en La Cava, San Isidro; en Fuerte Apache, partido de Tres de Febrero; en Villa Tranquila, Avellaneda; y en las villas Carlos Gardel, Castelar Sur y Morón Sur, de Morón. En Río Negro, también hay un puñado de pibes de Cipolletti y Viedma. “Recién tenemos ochocientos pibes en el programa. Es muy poco. Sabemos que tenemos que llegar a involucrar a 10 mil o 15 mil para tener un impacto visible en la reducción de la delincuencia, por eso es importante que los intendentes repitan la metodología. Esto no es asistencialismo, es una estrategia de prevención del delito”, señala el funcionario.
El programa lo lleva adelante un equipo de técnicos con preparación para acercarse a los “pibes chorros” en los barrios. Primero hacen una especie de diagnóstico para determinar quiénes están en el delito. La experiencia les ha demostrado que no tienen poder de convocatoria entre los pibes involucrados en la venta ilegal de drogas, que generalmente también son adictos. Por eso, buscan captar a los que se dedican a robar. Les proponen participar de talleres de reflexión y actividades culturales, deportivas y así sumarse al programa. “Generamos espacios para que puedan elegir un estilo de vida que no los lleve ni a la muerte ni a la cárcel”, describe Andrea Grinberg, responsable del programa en Ciudad Oculta. “La mayoría nunca tuvo a nadie que les diera pelota y menos desde el Estado. Los programas sociales siempre están dirigidos a niños o a adultos, pero a los jóvenes, no. Uno de los objetivos es que ellos empiecen a valorar su propia vida, que puedan visualizar que están tomando decisiones con consecuencias”, destaca Vásquez, operador en Villa Tranquila.

Rescatarse

Una vez que los jóvenes cumplen con una primera etapa de reflexión sobre su futuro y sus vidas, pasan a recibir capacitación laboral, a armar un microemprendimiento o a comprometerse con finalizar sus estudios. “No digo que todos cambien, pero mucho lo hacen. Llega un punto en que hacen click. A veces, por sentir que a alguien le importa que estén vivos. En muchos casos cuando tienen un hijo”, agrega Grinberg. Como le sucedió a Lucas.
–Empecé a afanar a los 9 años. Las juntas, eso te lleva por donde no querés ir. Así es la ley de la calle... –dice. Tiene 27 años, es retacón, corpulento y de su cabeza brotan unos pelos renegridos, muy cortos. Lucas lleva con orgullo en sus brazos a su bebé recién nacido. En diálogo con este diario, cuenta que robó “desde una fábrica hasta una casa, acompañado, solo, me daba igual”. “Tenés plata fácil, pero así como viene se va. De una fábrica saqué diez lucas, pero dos días me duraron. Se te va en ropa, en comida, pero más que nada en vicios. Esta vida no es buena para nadie. Solo te da dolores de cabeza”, dice.
Lucas estuvo en institutos de menores y en cárceles de mayores. La última vez le tocó el penal de Marcos Paz, donde cumplió una pena de un año y medio y salió a mediados de 2002. Está en el programa hace un año. A partir de su incorporación, consiguió un empleo en un lavadero en el que trabaja viernes, sábados y domingos.
–El programa me ayuda, a veces me saca del pozo –dice, y le sonríe a su hijo.
–¿Qué te hizo dejar esa vida? –le pregunta Página/12.
–Vuelve a mirar a su bebé y responde:
–Un poco él ... mirarme cómo estaba y ponerme a reflexionar... tantos años perdidos. Lamentablemente te rescatás cuando ya es un poco, demasiado, tarde. Niñez no tuve, juventud tampoco.

Volver a la calle

“Muchos son hijos de desocupados y no tienen conocimientos de lo que es la estructuración del tiempo en función de un trabajo. Son pibes que no van a la escuela, ni a los comedores comunitarios, tampoco usan las instalaciones deportivas ni de salud del barrio: se han caído hasta de su propio barrio”, apunta Carina Müller, coordinadora de los equipos técnicos del programa.
Además de articular el programa con los PEC del Ministerio de Trabajo, desde la Secretaría de Política Criminal están gestionando planes Manos a la Obra del Ministerio de Desarrollo Social, dirigidos a microemprendimientos. Cinco grupos de pibes de Ciudad Oculta, Villa 31, y Bajo Flores, que hasta hace poco vivían del choreo, acaban de recibir subsidios para comprar máquinas o herramientas para microemprendimientos textiles, de calzado, de producción de pizzas, de huerta y carpintería (ver aparte).
Las estadísticas del programa muestran que de los jóvenes inscriptos en Ciudad Oculta y en la Villa 31, cerca del 75 por ciento se incorporó al egresar de institutos de menores o del sistema penitenciario. Fue el caso de Iván, de 22 años: salió de la cárcel hace ocho meses.
–Empecé a robar a los 15, porque mi mamá no me podía mantener –cuenta. Lo detuvo la policía en cinco oportunidades. La última estuvo dos años preso en Ezeiza.
–Salí con otra mentalidad. Adentro no ganás nada. Quería volver a la calle, estudiar, conseguir un trabajo.
Por el momento está haciendo una changa en una huerta, adonde va todos los días por la mañana y gana 150 pesos por semana.
–¿Se te cruza la idea de volver a robar?
–A veces no tengo ni un peso y tengo ganas de hacer cualquier cosa para tener unos mangos, pero lo pienso bien y bueno... acá estoy.
–Gracias a Dios, no –interviene Zapallo.
–No –dice, rotundo, Sapo.
–Ni ahí –asegura Iván.

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