ESPECTáCULOS › CON UN GRAN SHOW FINAL DE LOS PIOJOS, TERMINO EL QUILMES ROCK

El desfile de la argentinidad en Ferro

Frente a 30 mil personas, Las Manos de Filippi, Flavio y La Mandinga y Los Piojos encarnaron diferentes marcas de identidad.

 Por Cristian Vitale

Poco le importó a Cabra (Hernán De Vega, cantante e ideólogo de Las Manos de Filippi) la bandera argentina que flameaba al pie del escenario. Fiel a su “internacionalismo revolucionario”, el frontman de saquito sport negro, rodeado de un séquito de encapuchados propiquete, no escatimó riesgos. “Abajo el nacionalismo. Argentina las bolas, loco. Aguanten la revolución y la organización internacional”, arengó como si fuera un agitador anarquista en plena Semana Trágica. Pero Cabra estaba cuatro años después del 2000 y en el escenario uno del Quilmes Rock, sponsoreado desde el título, por lo que sus principios no fueron muy bienvenidos por gente que se había acercado a ver de qué iban esos revoltosos de Las Manos. “Se hacen los rebeldes y están acá”, se oyó decir a un par de pibes con camiseta argentina y tan lejos de La Liga Patriótica como Cabra de la Bolsa de Comercio.
Las Manos habían encendido la mecha, como estaba previsto, y la mantuvieron a fuego vivo hasta el final. Con consignas tipo “Hay que matar al Presidente”, “Organización contra el capital, la patronal y el FMI”, “Insurrección popular y huelga general” o aguantes varios para los “artistas independientes y la música de abajo”, el grupo detonó munición pesada, rompiendo con la “real politik” que primó en el festival. Inclusive superando en tono a las proclamas indigenistas de Bersuit poco antes del 12 de octubre. “Nosotros no la vamos con la imbecilidad al palo” –tiró Mosky, guitarrista con capucha– mientras por las pantallas se acordaban de sus enemigos “nacionalistas” a quienes acusan, además, de haberles robado Sr. Cobranza.
No es caprichoso ni arbitrario –aunque parezca– tomar el show de Las Manos como central. Primero, porque se atrevieron a decir cosas que otros callaron en público. Y segundo, porque operan como ejemplo válido para reproducir –a escala micro y con los cuidados del caso– de qué manera se traslada al rock, en tanto expresión cultural, la interna ideológica que se vive en la Argentina de Kirchner. Sin ir muy lejos –más bien cerca–, Flavio Cianciarulo, que antecedió el show de Las Manos, se manifestó en la otra línea, aunque más no sea a través de símbolos y sugerencias. Su antecedente con Ricardo Iorio (Peso Argento) no dista demasiado –en términos de pertenencia más que estéticos– de la impronta nac & pop que conlleva su propuesta actual: remera de Hermética, sonido argento y rioplatense, y un murguero que sale a bailar entre tamboriles con las caras de Perón y Evita en su espalda. ¿No implica una declaración de principios?, ¿no es una manera de reivindicar cierta argentinidad del corazón allí donde Las Manos postulan su racional internacionalismo proletario?
Ahora bien: ¿cómo intervienen Los Piojos –causa principal de las 30 mil personas que asistieron al cierre del Quilmes Rock– en este péndulo ideológico que muestra al rock patrio menos homogéneo de lo que se cree? Poco hay para ubicarlos en la vía-Filippi. A lo sumo, la misma bandera del Che que flameó en ambos shows y que, en el contexto argentino y piojo, adquiere otro significado. En verdad, la habitual ronda que la numerosa banda de fanas de Villa Fiorito improvisa alrededor de una bandera cada vez que suena Los mocosos, recuerda más a la que hacían los militantes de la JP en tiempos de primavera camporista que a las disciplinadas marchas de los muchachos trotskistas. Como ejemplos más cercanos, tal vez, los botines de Maradona que colgaron del micrófono como previa de Maradó y el posterior “el que no salta es un inglés” sustentado en imágenes del Diego con la celeste y blanca, la bata de Sandro que Andrés Ciro se calzó para cantar Como Alí, o el montón de banderas argentinas entre la gente también ubican más cerca a la banda de El Palomar de la argentinidad dominante que de las propuestas internacionalistas –y clasistas– de Cabra & company.
Parte de esta dialéctica (lúdica o no) puede trasladarse a las propuestas musicales sin forzar intenciones: el hip-hop personal y furioso que aplica Las Manos –cada vez menos cumbancheros– colisiona con el sonido rioplatense (murga, cumbia y tango negro) de Flavio y La Mandinga, y que tan bien demostraron el viernes pese a la lluvia que amagó escupirles el asado. También con buena parte de la propuesta sonora de Los Piojos... un poco stones en Fantasma o Cruel, pero percusivos y latinoamericanos (Desde lejos no se ve, El balneario de los Doctores Crotos), amagaron eternizar su show hasta que les avisaron que había tiempo hasta las doce y diez. ¿La causa?... una caótica versión de El Farolito que duró ¡20 minutos! La maratónica improvisación dio tiempo para el lucimiento de Tavo, del Changuito Farías Gómez, Chuky De Ipola, que se despachó con un solo de teclado rayano con el jazz y de ambos guitarristas (Tavo y Piti), que se vengaron de algunos desacoples que habían desteñido la versión de Taxi Boy, y para que el carismático Ciro introduzca su ya infaltable remake de La rubia tarada en el medio.
Los Tipitos también tomaron parte en ese juego. Después de un muy buen show –cancionero y melodioso–, reconocieron cuánto le deben a Las Manos en términos de actitud independiente y antiindustria. Mimi Maura y La Mississippi, en cambio, se plantaron en plan de entretener a una audiencia ansiosa de piojos, y zafaron. Mimi con su seducción natural, la trajinada banda de rhythm & blues aportando clásicos de su prolongada carrera, más una nunca tan apropiada danza de la lluvia, completando con sonidos a la invitada más inesperada del último capítulo del Quilmes Rock, cuya heterogeneidad alcanzó el cenit sobre la hora.

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El show de Los Piojos le puso punto final a un festival que ocupó Caballito durante nueve fechas.
 
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