El cuento por su autor

“Juventud, mascarón, por los mares
imposibles...”

A partir de un tono y de una imagen apenas entrevista, comencé a buscar como quien alza la red de un agua oscura. El tono que me interpelaba desde un limbo de memoria y deseo era grave, anacrónico (ojalá deudor de ese caldero de lenguajes que es Moby Dick). La imagen era la de un capitán muy viejo que se había iniciado como grumete en barcos de velas cuadras. Lo veía parecido a Macedonio Fernández pero mucho más alto: blanca la melena, lejanos los ojos, la cara tatuada por los vientos y la sal, la piel oscura por los soles del mar. Y enamorado de una ausencia.

Se sucedieron distintas versiones del cuento. Para llegar a ésta, me ayudó la escucha atenta de los discos del Tata Cedrón. No se pueden comprender los años ’60 sin el cuarteto Cedrón, escribió Antonia García Castro en su libro Tango y quimera. Redoblo la apuesta, mal se comprende la cultura argentina sin el aporte de ese cuarteto y especialmente de su creador: una mirada del tango desde la poesía y de la poesía desde el tango; una visón de nuestra historia y de nuestra sociedad. Y esa búsqueda incesante de un sonido que quizá nunca existió, pero de algún modo es nuestra patria verdadera.

Mucho hay de mar y de puertos en el repertorio del Tata. No sólo ni principalmente por circunstancias biográficas –infancia en Mar del Plata–, sino por haber frecuentado la poesía de Raúl González Tuñón y su inmenso antecesor: Héctor Pedro Blomberg. Además el Tata, junto a su compañera Antonia, creó una canción a partir de la novela corta Juventud, de Joseph Conrad. A la vez un relato del mar hecho canto, un balance generacional y una épica. Todo eso me ayudó a comprender lo vampírico que campea por el tango, así como lo tanguero que hay en esta historia, en la cual, como en tantas historias del mar, lo fantástico resulta inescindible de aquello que por costumbre llamamos realidad.