VERANO12 › FELIX BRUZZONE

Walter y la chica que partía nueces con las manos

Walter llega con su F100 a la YPF justo cuando la chica de culo inflado está en plena discusión con el chofer de un Renault 12. El auto tiene la oblea de GNC vencida y como ella no le quiere cargar el hombre se enoja y se va. Walter pregunta si pasó algo. Ella explica.

–Y, sí –dice Walter.

Walter y la chica se conocen desde hace un tiempo. De verse en la YPF. Podría ser una relación así, de vengo con mi F100 y vos me cargás GNC, y listo. Pero hay algo más. Una vez, hace un tiempo, ellos tuvieron una experiencia fuerte, en la YPF. Fue cuando explotó el tubo de gas de un Duna. Todo se dio tan rápido que para cuando quisieron ver qué había pasado el dueño del Duna estaba tirado a diez metros del lugar de la explosión, casi partido al medio. Walter corrió a ayudar, aunque evidentemente ya no podía hacerse nada. El hombre, igual, llegó a decir:

–¡No, aghh, no puedo, no! –y justo ahí murió.

Walter recuerda, además de esa última frase, el movimiento final de aquel cuerpo. Un espasmo fuerte, como de orgasmo; una especie de fuerza infinita que cada músculo generó para revivir al hombre, pero que al final lo terminó de matar.

La chica de culo inflado y Walter no hablaron nunca del hecho, pero él desde ese día siempre se hace cargar GNC por ella. La busca en su surtidor y va con la F100 hasta ahí. No se miran. Casi no se hablan. Sin embargo, para él es importante que sea ella la que le cargue GNC y para ella es importante que él siempre la busque. La conversación de hoy, por caso, es la más larga que alguna vez tuvieron. De alguna forma, el que ella se haya negado a cargarle GNC al del Renault 12 con la oblea vencida, ese apego a la ley del GNC que no siempre se respeta de la manera contundente en que ella acaba de hacerlo, les devuelve a ambos las imágenes del accidente, y los lleva sin querer a otras cosas, a otras intenciones.

–¿Hoy hacés algo? –le pregunta Walter.

Ella lo mira fijo, termina, saca la manguera, le cobra y se va para el pasillo que da a los baños. El la sigue y la espera afuera. Como ella tarda mucho en salir, él se acerca a la puerta del baño de mujeres, golpea suave y dice:

–Soy yo, de la F100 blanca, paso a la tarde.

Walter es fletero y hoy le toca llevar una heladera y dos sillones hasta Merlo, y pasar a buscar un ropero por Luján. Más que fletero, por ahora, es minifletero. Pero por algo se empieza, piensa Walter.

Cuando termina los viajes del día pasa por su casa, junta nueces del nogal, las pone en un plato sopero y vuelve a la YPF. La chica de culo inflado no terminó su turno, pero no debe faltarle mucho. Walter aprovecha para cargar otra vez. Ella carga. El espera. No cruzan palabra. El entonces paga y en lugar de irse estaciona enfrente de la YPF, pegado a la zanja, entre el taller mecánico y el bar de la esquina.

Orienta el espejo retrovisor de la puerta y durante unos minutos mira a la chica trabajar. Ella va de un auto a otro, como en una danza. Walter la nota concentrada en cada paso, en cada movimiento de los brazos, los dedos. Al principio se entusiasma. Nunca se había detenido tanto en la chica de culo inflado. Es como ver una película y no saber cómo podría seguir. El sabe cómo quiere que siga, pero no está seguro de que vaya a ser así. Y se va quedando dormido.

Al rato la chica termina su turno y golpetea con los nudillos en la ventanilla de la F100 de Walter.

–¿Me llevás a casa? –le pide –. Es acá cerca.

Walter se incorpora. Entreabre los ojos. Como no esperaba quedarse dormido, no entiende bien dónde está. Tampoco entiende bien el pedido de la chica, pero acepta. La hace pasar y le pide que sostenga el plato con nueces.

–Traje nueces –dice con su vozarrón de recién despierto.

Ella se ríe.

La chica es muy buena para partir nueces con los dedos y Walter, mientras maneja, cada tanto presta atención a esa rara habilidad. Como en el camino pasan por un telo, Walter se desvía y entra. Ella no dice nada. Solo levanta los hombros, arquea las cejas y sonríe un poco. Si no tuviera las manos ocupadas en el plato con nueces podría estirarse la chomba de la YPF y taparse la cara. Y si no fuera Walter el que hace esto de entrar así porque sí a un telo podría estar preocupada. Pero como es Walter, está contenta.

En la habitación hacen algunos juegos previos, pero al final todo se desencadena demasiado rápido y es bastante desastroso. Walter, por ejemplo, esperaba que aquel culo inflado de la chica fuera algo impactante. Y no, es casi todo efecto del pantalón elastizado que le dan en la YPF. Además, ella tiene olor a aceite, a grasa, al detergente barato que usa para lavarse las manos. Walter, por su parte, tampoco llegó a bañarse después de su día de trabajo. Los dos son una masa pegajosa de carne que quiere brillar un poco, que quiere sentirse bien un rato; y un poco es así, pero, más que nada, es todo lo contrario.

Cuando salen, ella le pide a Walter que la deje a unas cuadras de su casa.

–Mi novio –explica.

Walter obedece y se despiden con un beso.

–No importa –dice ella–, todo es reversible.

Desde ese día Walter y la chica de culo inflado, que se llama Mar, se ven una o dos veces por semana. Como Mar siempre está apurada por llegar a su casa, la cosa nunca funciona muy bien. Ella, sin embargo, cada vez que se despiden sigue diciendo: “es reversible”.

Walter se convence de esa frase esperanzadora de Mar. Es un convencimiento tenue que lo entusiasma y por momentos lo fascina. El convencimiento va y viene por el parabrisas de la F100, Walter lo mastica en los paradores donde almuerza choripanes o hamburguesas completas sin cebolla y se lo traga en los vasitos de agua que les pide a sus clientes cuando está muy sediento. Pero como todo es tan tenue, pronto el convencimiento se diluye, la fascinación se apaga, y entonces Walter le plantea a Mar que los encuentros tienen que ser más largos. Ella dice que no puede. ¿Cuánto tiempo se tarda desde la YPF hasta la casa de Mar? No mucho. Su novio está atento a esas cosas, y casi siempre vuelve de trabajar antes que ella...

–Algo se podrá hacer –dice Walter.

Mar piensa un poco y da con una solución.

–Bueno, podría decirle que hago horas extras –dice–. ¿Pero quién me las va a pagar?

Walter se apura a ofrecer el pago de esas horas extras.

Mar dice que no.

–No soy una puta –dice.

–No es eso –dice Walter.

–Pero parece.

–Es una solución, nada más.

–Pero parezco una puta.

–Es un flete más por semana –insiste Walter.

–¿Yo valgo un flete?

Después de la discusión Mar y Walter interrumpen sus encuentros. Walter incluso deja de ir a cargar GNC a la YPF de Mar. Ella entristece. El entristece. Todo el cielo y los árboles y pájaros y animales de la zona parecen tan tristes ahora que se cortó lo que se daba... Por eso Walter, un día, decide volver a la YPF de Mar. El reencuentro los alegra mucho más de lo que esperaban. Walter carga GNC, carga a Mar, y enseguida se ponen de acuerdo con lo de las horas extras.

–Es un flete más por semana –repite Walter–, para mí no es nada.

Desde ese día no solo la pasan mucho mejor sino que descubren que están enamorados y viven un romance de los más intensos que conoce la humanidad.

Pasan tres meses y Mar anuncia que está embarazada. Walter no sabe si ilusionarse, o qué, cuando ella interrumpe cualquier sentimiento naciente al aclarar que el bebé es del novio, que estaban buscando. Walter se decepciona, la verdad, pero enseguida se da cuenta de que no tiene sentido forzar las cosas.

Ahora que están enamorados, se acostumbró, sobre todo, a que Mar, cuando terminan, se tire arriba de él y se quede ahí haciendo equilibrio. Todo el cuerpo de ella arriba del cuerpo de él, sostenido por él, sin tocar la cama ni el piso ni la superficie en la que ellos estén. Para ella es divertido. Hace equilibrio mientras aplasta a su amor. Y él en cierta forma necesita que sea así, sentir que puede sostener algo de ella. Además, ahora que Mar está embarazada, la costumbre tiene otro sentido, porque él, además de sostener a Mar, siente que también sostiene al bebé que ella lleva adentro y quizás a todo lo que vendrá después. Ella no piensa lo mismo. Solo le gusta que él se sienta bien con ella arriba, con ella haciendo equilibrio, con ella aplastándolo.

Al quinto mes de embarazo Mar le dice a Walter que el bebé es varón y que se va a llamar Walter.

–No es por vos –le dice–, es por un amigo de mi novio, un pibe que se murió de cáncer.

A Walter no le importa la razón por la que Mar y su novio eligieron ese nombre para el bebé. Entiende que el Walter que va a nacer está más cerca de él que del novio de Mar y es por eso que una tarde, al pasar a buscar un mueble por una juguetería, ve un sonajero en oferta y lo compra. Como no sabe qué hacer con él, lo guarda en la guantera de la camioneta. Siempre está por decirle a Mar que lo compró, pero se enreda en lo que el novio podría decir. ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién te lo regaló? Walter piensa que ella quizá no está preparada para inventarle una historia al sonajero, y entonces mejor esperar. Al tiempo, en una farmacia, mientras compra unos remedios, se anima y pide óleo calcáreo y un paquete de pañales para recién nacidos. Deja todo en una bolsita en la caja de la F100. Apenas lo hace, nota que el paquete de pañales es demasiado chico y le parece insuficiente, así que en cuanto ve una pañalera compra uno más grande, de 50 unidades, que viene en promoción junto a un bolso para bebés. Aprovecha y usa el bolso para guardar ahí todas sus compras de bebé. Con el tiempo suma un cochecito, una practicuna y una sillita alta con bandeja retráctil que sirve para apoyar el plato, los cubiertos, y comer. Envuelve los paquetes en bolsas negras y las ata al tubo de GNC para que no se muevan de un lado al otro de la caja de la F100.

El tiempo pasa hasta que un día Mar descubre esas extrañas bolsas negras.

–¿Qué tenés ahí? –pregunta.

–Nada, boludeces.

–A ver...

Mar se baja de la F100, que estaba parada en un semáforo, y se mete en la caja. Walter se precipita atrás de ella. Intenta detenerla pero es inútil. La sorpresa de Mar al ver todas esas cosas que compró Walter es una mezcla de espanto y alegría infinita. Y la primera reacción de Mar es llorar. Walter la consuela, la acompaña a la cabina.

–Ya vamos a ver qué hacemos con eso, ya vamos a ver –le dice mientras entran al telo.

Mar no puede parar de llorar. El llanto erotiza mucho a Walter y entonces cogen y cogen, casi sin pausa. La panza de Mar, con tanto coger y tanto llanto, parece bajar, irse, desaparecer. Walter y la propia Mar saben que no es así, que la panza está y que el pequeño Walter nacerá en pocas semanas. Pero a los dos les gusta ver y sentir esa hora cero del amor, esa hora sin panza y sin esas bolsas negras que Walter tiene en su F100.

A la semana siguiente, cuando Walter busca a Mar no la encuentra. Piensa que llegó tarde. ¿Tan tarde como para que ella no lo haya esperado? Le pregunta a otro de los empleados si la vio. El hombre es un gordo bastante simpático con el que alguna vez hablaron de motos. El gordo dice que sí y le entrega a Walter una nota firmada por Mar. La nota dice: “No vengas más.”

Walter se desespera. No sabe qué hacer. Va al baño. Se lava la cara. Se mira al espejo. Vuelve a lavarse la cara. Vuelve a mirarse al espejo. Una especie de calor impreciso le sube desde las puntas de los dedos de los pies hasta los muslos. El calor se queda ahí, fuerte, y arroja destellos al resto del cuerpo, como balazos. Walter ahora necesita una cerveza. Sale del baño a paso rápido y le pregunta al gordo si en la YPF venden cerveza.

–En el bar de la esquina –dice el gordo.

Walter se acoda en la barra del bar, que se llama bar pero tiene apenas dos mesitas y una barra para tres. Toma cerveza y whisky, alternadamente, hasta que no puede más y siente que alguien lo zamarrea un poco, agarrándole el hombro. Es el gordo. El gordo pide más cerveza y termina de emborrachar a Walter. Quiere que hable, que le cuente su historia con Mar, es obvio, pero Walter sólo vino al bar para tomar.

Al final el gordo se apiada de Walter y lo arrastra hasta la F100. Walter duerme ahí toda la noche y al día siguiente, algo recuperado, maneja rumbo a su casa. Necesita pensar, ordenar las cosas. No va a ir a lo de Mar a hacer ninguna escena. Como mucho, si va, es para dejarle en la puerta los regalos del bebé. Pero cuando está por hacerlo descubre que alguien robó las bolsas mientras él dormía. ¿El gordo? ¿Está embarazado el gordo?

La mañana es fresca. Típica mañana de otoño. Pájaros que gritan como serruchos. Pájaros que talan árboles. Pájaros con motosierra. ¿Por qué Mar va a ponerle Walter a su hijo? ¿Por qué dos Walter? Walter piensa que ella necesita dos Walter, o un Walter partido en dos. Medio Walter en el telo, medio Walter en su casa. Piensa, también, que todo debe tener que ver con haber visto a aquel hombre partido al medio en la YPF. Es como si Mar necesitara revivir todo el tiempo ese momento. Fue algo realmente importante. Un hombre así, partido al medio. Walter ahora sabe que los dos Walter son ese hombre del duna partido en dos.

Apenas llega a su casa Walter se da una ducha y toma una jarra de agua. Se siente mejor. Sabe que sus pensamientos perdieron un poco el curso. Pero no tanto, todavía pueden perderse un poco más.

Va a la ferretería. Como no tiene los regalos de bebé que podrían enhebrar su mundo junto a Mar, decide cortar por lo sano y compra una motosierra. Es la forma más fácil de partirse al medio sin pedir ayuda. Otra vez en su casa, mientras desarma lee las instrucciones de uso de la motosierra, piensa en cómo llevar adelante la acción. Tiene que ser un solo movimiento enérgico y veloz, no sea cosa de quedarse a mitad de camino. A la altura del abdomen no hay huesos, solo la columna, que debe ser fácil de cortar, piensa. Si la motosierra empieza el recorrido a esa altura y desde atrás, con fuerza, tiene que ser cuestión de un segundo, menos. Una vez que entendió el funcionamiento de la máquina, sale al patio a probarla. Ahí está el nogal. Y es otoño. Es buena época para podar un nogal como el suyo, algo desmadrado y gigante. Empieza. Corta ramas pequeñas. Luego pasa a algunas un poco más gruesas. Al final, ya es necesaria una escalera, sogas, pedirle a un muchacho que pasa si puede ayudarlo.

–¿Cómo te llamás?, ¿me ayudás?

El muchacho se llama Aníbal. Walter le ofrece pagarle un día de trabajo si lo ayuda y Aníbal se queda todo el día podando el nogal con Walter. Walter piensa en las nueces que va a dar el árbol el año que viene, ahora que está podado y que sus nuevas ramas van a ser nuevas y vigorosas. Aníbal parece contento de poder estar ayudando a Walter. Es un vecino. Walter, en un descanso, le ofrece trabajar con él, con los fletes.

–Bueno –dice el muchacho.

–Empezás mañana –dice Walter.

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Imagen: Rafael Yohai
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