Nunca hubo tantas fórmulas partidarias rivalizando, ni tanta competencia despiadada en el interior de cada una de ellas. En tiempos aciagos como los nuestros la realidad parece atomizarse. Social y políticamente hablando se asiste a reacciones nucleares en cadena. Se dividen y multiplican candidatas y candidatos, proyectos de país, estocadas entre líderes y lideresas contra propios y ajenos. Amenazas de “dinamitar el sistema económico” de la oposición, como propone desde sus postrimerías un neoliberalismo vulgar y violento, que clava -como quien no quiere la cosa- una espada de odio en el corazón de la población más vulnerable.

La incertidumbre actual traspasa fronteras de derecha, de centro y de izquierda. ¿Por qué será que quienes pontifican que estas tres categorías ya no rigen, por lo general, son de derecha?, ¿o son traidores a las políticas populares y “borran” su culpa negándola? Tal como decía Arturo Jaureche “Los argentinos se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha”. Yo era muy joven cuando lo escuché decir eso (que también dejo por escrito) y no alcancé entonces a dilucidar lo certero de su proposición. Hoy veo que otres sobrevivientes de aquella época de solidaridades sociales viraron hacia posturas liberales, individualistas y antiderechos e, indefectiblemente, exclaman: no hay derecha, ese concepto caducó.

Hasta comienzos del siglo XX, las relaciones políticas se podían pensar -metafóricamente- desde la física newtoniana. Choque de fuerzas, acción y reacción, equivalencia, relaciones analógicas. La ciencia conoce, explica y predice, se decía, sus proposiciones son certeras. Actualmente habría que acudir a la física cuántica -como marco teórico- para vislumbrar mínimamente una interpretación de la realidad social.

¿Qué son los cuantos? Paquetes mínimos de energía cuyas trayectorias son imprevisibles, carecen de determinismo, solo probabilidades. Atomización, incertidumbre, giros inesperados. En cuántica no hay certezas, sino caos, sistemas alejados del equilibrio, inciertos como la vida. El accionar de una partícula no se puede predecir, ¿y el de entidades humanas se puede, acaso? Los movimientos políticos y las arbitrarias trayectorias de sus referentes, ¿no son similares al accionar fortuito de las partículas cuánticas?

La política es el arte de construir diagnósticos falsos y luego aplicar los remedios equivocados, sentenciaba Groucho Marx. El humor, por momentos, imita a la realidad y la poesía la predice. John Donne, en el siglo XVI, señala que sus contemporáneos proclaman sin reparos que este mundo está agotado y buscan novedades en los planetas y en el firmamento; ven entonces que todo se pulveriza en átomos, todo está destrozado, no hay coherencia. Pero en esa misma época se desarrolló la física moderna. Hasta Immanuel Kant creyó que la mecánica newtoniana lo explicaba todo y que sus leyes predictivas regían el universo.

Sin embargo, en los propios laboratorios experimentales comenzaron las irregularidades. La previsión y el orden predictivo de la física newtoniana le dejó paso a la indeterminación azarosa de la física cuántica. Posibilitó la bomba atómica, por ejemplo, y entronizó la incertidumbre que reina en la cuántica y, de modo desenfadado, en la política. Sus rumbos son impredecibles. El principio de incertidumbre es la base científica para la construcción de la bomba atómica, en física, y para expandir inseguridades y angustias personales y colectivas, en política. Vivir es estar al acecho.

Ya no se debate si el cambio positivo se produciría por revolución o por reforma; por la fuerza o por competencia legislativa; se discuten cargos mientras el cambio se produce por un encadenamiento catastrófico de factores imprevisibles conectados. Los comicios ya realizados en varias provincias muestran leones encolerizados que pronosticaban arrasar, pero que (fuera de Tik Tok) se están desinflando. Las hojas de la certeza son barridas por la incertidumbre.

Quizá uno de los atractivos de la política sea lo imprevisible de los resultados. Y así como hay candidates que nos desconciertan cada dos por tres con algo imprevisto (comer sapos le decimos), también les votantes secreteamos nuevas sorpresas para estas desconcertantes elecciones. Antes nos cobijábamos en nuestros nichos políticos comunitarios porque nos garantizaban ciertas seguridades newtonianas; hoy no se sabe bien cómo funciona esta política cuántica, esta democracia sometida -como la vida misma- al azar, la arbitrariedad y la incertidumbre.

El espectro de la falta de certezas agita el imaginario posterior al covid seguido de una guerra entre potencias, en un clima de inestabilidad económica globalizada, añadida a las inseguridades propias de cada país, tal como se manifiesta en las estrategias electorales actuales de diferentes ideologías. Imprecisas, haciendo hincapié -a veces- más en las rivalidades y enconos personales o sectoriales que en los proyectos-país.

El ya perimido ideario moderno construía utopías que al menos daban esperanza, en cambio, el actual proyecto neoliberal es cínico: anuncia sus recortes de derechos y dinamitaciones y parece seducir con la incertidumbre. No olvidar que en la Lotería de Babilonia al principio todos ganaban, pero el juego resultó aburrido, hubo que introducir la posibilidad de perder -la incertidumbre- para hacerlo atractivo.

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El fantasma de la incerteza proviene así mismo de datos duros que brindan las ciencias formales, naturales y sociales, también la experiencia. Se registran pérdidas irreversibles en la naturaleza -que sigue siendo violada- y atropellos al bien común. Les buitres del litio, les derrochadores de energía, les invasores de reservas naturales, la represión feroz, les privilegiades quitando derechos a les marginades, les femicidas, les pedófilos y toda la usina de incertezas que nos esperan a la vuelta de la esquina. Presiones sobre la comunidad, odio por les diferentes, temor a los ajustes. Incertezas. Un mundo determinista sería aburrido, pero uno demasiado impreciso puede tornarse duro. Parangonando a Spinoza: mucho se investigó sobre la certeza, la verdad, la valentía -o temeridad- de enfrentar lo azaroso, pero ¿acaso alguien sabe cuánta incertidumbre puede soportar un cuerpo?