CIENCIA › RADIOGRAFIA DEL BECARIO ARGENTINO

Juventud divino tesoro

El movimiento Jóvenes Científicos Precarizados aboga por mejorar las condiciones laborales de los becarios del país, no reconocidos como trabajadores.

 Por Federico Kukso

Puertas adentro de los institutos y universidades de ciencias del país, todos saben que para ingresar al mundo científico se entra por una sola puerta: la de los becarios. Se trata del primer escalón del sistema científico nacional, graduados recientes que una vez completado su doctorado se presentan a concurso para ingresar a la carrera de investigador científico del Conicet (categoría a su vez dividida en cinco niveles: investigador asistente, adjunto, independiente y principal). Según datos de la Secretaría de Ciencia y Técnica, para finales de 2005, había unos 9494 becarios de jornada completa y parcial dedicados a la Investigación y Desarrollo (en el Conicet, que financia alrededor del 40% de las becas para investigación otorgadas en el país, la cantidad de becarios aumentó un 146% en los últimos años). Pero a pesar de ser el futuro de la ciencia del país y de aportar frescura y nuevas ideas, la situación de los becarios es preocupante. “Los becarios no somos reconocidos como trabajadores y por ende no tenemos aportes jubilatorios, licencias por maternidad o por enfermedad, obra social, vacaciones pagas, ART, ni derecho a la indemnización por despido”, explica a Página/12 el biólogo Santiago Arnich que, junto a la bioquímica Luciana Pietranera, el biólogo Mauro Morgenfeld y otros 600 científicos jóvenes del país, conforman el movimiento Jóvenes Científicos Precarizados, organizado para luchar por la mejora de sus condiciones diarias de trabajo.

–¿Qué o quiénes son los Jóvenes Científicos Precarizados?

Santiago Arnich: –En principio, somos becarios del sistema de ciencia y técnica del país. Es decir, graduados universitarios que estamos haciendo un trabajo y una formación doctoral o posdoctoral en distintas instituciones como universidades o equipos estatales. Desde hace muchos años existen problemas, pero los JCP como tal estamos organizados desde 2005 a partir de una asamblea que se hizo en el Ingebi, el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular de la UBA.

–¿Hubo un hecho en particular que los juntó?

S. A.: –Sí, el reclamo por el retraso que había en cuanto a lo que cobrábamos por beca, que estaba un 50% por debajo de lo que era la canasta familiar en aquel momento. Por entonces, se cobraban alrededor de 900 pesos por beca. Ahí también surgieron los otros puntos de reivindicación que son: la democratización del sistema, por los plenos derechos laborales y por la reorientación de la política científica.

–Cuando ustedes estaban en la facultad, ¿tenían noción de la situación económica del joven científico?

Mauro Morgenfeld: –Yo nunca compartí la imagen idealizada que se tiene del científico...

–Asexuado, apolítico, ajeno a la realidad...

M. M.: –Exacto. Sí, fui haciéndome crítico de lo que es el trabajo científico. Siempre tomé al científico como un trabajador más, cosa que no muchos hacen, con características particulares pero no fuera de algo totalmente terrenal. Hay una idea de la actividad científica que está por encima de las cosas mundanas. Y cuando uno se gradúa e inserta en el sistema científico te chocás con una realidad. Por empezar, en la carrera el sistema castiga mucho a los estudiantes que tienen que trabajar.

Luciana Pietranera: –Hay muchos límites no sólo en los horarios sino también después, en la edad para conseguir becas, por lo que si a uno se le alarga el tiempo de la carrera después tiene muchos problemas para insertarse.

–Su eslogan es “investigar es trabajar”. ¿Por qué?

L. P.: –Porque no nos ven como trabajadores y es uno de los argumentos que sostienen la situación precaria de los becarios. Se dice que uno está estudiando, incluso después de doctorarse, porque las becas posdoctorales siguen siendo miserables. “No son trabajadores; son el champán de la sociedad”, una vez nos dijeron irónicamente.

M. M.: –Para mí eso se explica en cómo se organizó el sistema científico argentino. Siempre tuvo un aura aristocrática. En muchos casos, familias aristocráticas, así como tenían un militar, un sacerdote y un abogado, también tenían un científico. Tiene que ver además con la idea de que el científico no tiene necesidades materiales porque ya las tiene resueltas por otro lado y sólo se dedica a investigar por el conocimiento mismo. Y en vez de reconocer el trabajo, se plantea que tener una beca es un honor.

–¿Y qué proponen?

S. A.: –Suplantar la figura del becario por la del “investigador en formación”. Con respecto a esto, la diputada por Córdoba Norma Morandini presentó en la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto de ley que busca reglamentar esos derechos laborales de los becarios en base a un trabajo conjunto con la Comisión de Nuevo Régimen Laboral de los JCP.

–¿Cuánto cobra un becario doctoral del Conicet?

S. A.: –Algo así como 1800 pesos. Pero hay muchas otras becas donde se cobra mucho menos. Y ese sueldo está a la buena voluntad del presidente de turno.

M. M.: –No se acepta una relación de dependencia, pero sí exigen exclusividad. No hay aportes jubilatorios. Y esto puede extenderse hasta que uno llega a los 35 años.

S. A.: –Cuando se entra a la facultad estas cosas no se saben. Uno ingresa con la idea de que el científico es algo así como una persona superior en la sociedad. Sin embargo, en los últimos años esto está empezando a cambiar y se está cuestionando el cientificismo. Dentro de los derechos elementales negados están el aguinaldo y la jubilación. Frente a movilizaciones las autoridades nacionales se han visto obligadas a determinado tipo de concesión. Lo que queremos es que se reconozca la relación de dependencia y para eso se elaboró un reglamento para un régimen laboral para investigadores en formación, figura que reemplazaría a los actuales becarios. Eso es lo que estamos planteando ahora.

–¿Y cómo se hace para mantener el entusiasmo en sus investigaciones con estas deficiencias coyunturales?

M. M.: –Hay gente que nunca termina de graduarse porque cuando ve cómo va a vivir entra en crisis. Otros se gradúan pero no entran al sistema científico. Y otros son absorbidos por el sistema privado o se van al exterior.

–Se suele decir que la ciencia argentina es una ciencia reproductivista y no una ciencia innovativa. ¿Qué mirada tienen ustedes desde adentro?

S. A.: –Acá muchas veces se reproducen líneas de investigación que le son útiles a Estados Unidos. El científico debería observar y resolver los problemas que tiene a su alrededor. Esa es su función. La Argentina tiene sus problemas propios.

M. M.: –Eso lo impulsa este sistema científico feudalizado. Es extremadamente jerárquico. Se castiga la innovación y se premia la inercia de lo viejo. Debería haber consejos directivos que decidan qué hacer en cada uno de los institutos.

S. A.: –Sí, hay una idea de que un becario es una persona que va a estar cuatro años en un instituto y que después se va a ir al exterior. Nosotros queremos cambiar eso: queremos investigar para el país, en el país.

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Santiago Arnich y Paula Bey, biólogos y miembros de los Jóvenes Científicos Precarizados.
 
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