ECONOMíA › EVOLUCIóN DE LA BALANZA DE PAGOS

¿La vuelta de la restricción externa?

La crisis financiera internacional y la fuerte caída de los precios de los commodities generan interrogantes sobre la sustentabilidad del modelo económico. Los especialistas formulan recomendaciones para no caer en déficit en el mediano plazo.

Producción: Tomás Lukin


Prebisch lo dijo

Por Carlos Bianco *

Hace ya casi sesenta años, Raúl Prebisch mostraba cómo los países periféricos se perjudicaban por el deterioro secular de los términos de intercambio como consecuencia de la fuerte caída de sus precios de exportación en la fase menguante del ciclo económico. En la actualidad, la entrada en una nueva fase menguante –quizás extremadamente menguante–, como consecuencia de la crisis con epicentro en los Estados Unidos, ha devuelto a la escena local a los viejos fantasmas de la restricción externa, desplazada con éxito desde 2003.

En efecto, en los últimos meses se asiste en la Argentina a dos fenómenos que estarían acercando la desplazada restricción externa. El primero tiene que ver con la reducción del superávit de cuenta corriente, que en el segundo trimestre de este año fue de algo menos de 900 millones de dólares, contra los aproximadamente 2400 millones para el mismo período del año pasado. Esta reducción es consecuencia, fundamentalmente, de la caída del saldo comercial en bienes, que pasó de un superávit trimestral en 2007 de cerca de 4 mil millones de dólares, a uno en 2008 de “sólo” 3 mil millones, con un crecimiento de las importaciones a un ritmo bastante más acelerado que el de las exportaciones (50% versus 28%). El segundo se refiere al cambio de signo de la cuenta financiera, que pasó de un superávit de casi 5300 millones de dólares en el segundo trimestre de 2007 a mostrar, para el mismo período de 2008, una salida de capitales de más de 3500 millones. Este déficit financiero se explica por la exponencial aceleración de la formación de activos externos por parte del sector privado no financiero, que alcanzó en dicho período los 4700 millones de dólares, al tiempo que el sector público no financiero y el BCRA fueron receptores de capitales externos por casi 1200 millones.

Esta doble señal de atención se ve tanto más alarmante en vistas de los posibles efectos de contagio que se sucedan ante la crisis mundial. Al menos en un primer momento, para el caso argentino, esos efectos llegarían fundamentalmente por el “canal comercial”, con unos menores precios de los commodities de exportación y una demanda externa bastante menos dinámica. No obstante, por el “canal financiero” también se harían presentes algunos “coletazos” de la crisis: aceleración de la fuga de capitales en un nuevo “vuelo hacia la calidad” y mayores costos de financiamiento, tanto para el endeudamiento público como para las inversiones productivas privadas.

Ante este contexto, el Gobierno nacional ha decidido encarar una estrategia más enfocada a evitar los problemas provenientes del “canal financiero” que del “comercial”. A este respecto, los recientes anuncios de pago de la deuda al Club de París, de reprogramación de los vencimientos de los Préstamos Garantizados y de canje de los holdouts pendientes desde la renegociación de deuda en 2005, pueden ser entendidos como un guiño a los “mercados financieros” de modo de ganar confianza y obtener así el financiamiento externo necesario en un futuro próximo caracterizado por vacas más flacas (en rigor, menos gordas) e importantes vencimientos de deuda. Sin embargo, el aumento del índice del riesgo país de los últimos días y la citada aceleración de la “fuga de capitales” muestran la escasa efectividad de estas medidas ante un mercado financiero internacional que se mantendrá mucho menos líquido que en el pasado reciente.

En vistas de las sombrías perspectivas futuras de los mercados internacionales, quizá sea más provechoso sesgar la intervención del Estado hacia el “canal comercial”; es decir, mantener y profundizar las mejoras de competitividad logradas desde la devaluación. A ese respecto se hace imprescindible mantener el tipo de cambio real en los niveles competitivos de los últimos años, de modo de asegurar no sólo mejores condiciones para la exportación sino también para la sustitución de importaciones, particularmente en aquellas industrias de trabajo intensivas que están teniendo severos problemas de competitividad ante la apreciación real del peso de los últimos meses.

Por otra parte, será necesario también hacer un uso más inteligente y discrecional de la política comercial, revisando aquellos aranceles que puedan elevarse hasta los niveles “consolidados” en la OMC, y aprovechando las “zonas grises” y los intersticios de política no regulados aún por el sistema multilateral de comercio. Por último, quizá sea ya el momento de pensar en un plan nacional de desarrollo mejor definido y más consistente, con intervenciones estatales mejor articuladas, en búsqueda de una especialización productiva y comercial más virtuosa, basada en una producción industrial de mayor valor agregado y contenido tecnológico, y en la creación de puestos de trabajo con salarios crecientes, condiciones ineludibles para el desarrollo de la Nación. Lo dijo Prebisch hace ya casi sesenta años.

* Investigador del Centro Redes, la UNQ y el Cenda.


Causas del desequilibrio

Por Andrés Asiain *

Hace poco más de un año fallecía Marcelo Diamand. Este ingeniero, tras su experiencia como industrial, estudió la economía argentina para explicarla a sus compatriotas, especialmente a los economistas y a sus colegas empresarios. Señalaba que, dada la estructura de nuestra economía (en su tiempo una industria que requería elevadas importaciones pero no generaba suficientes exportaciones), el crecimiento tendía a generar desequilibrios externos que obligaban a interrumpirlo. Este fenómeno se suele conocer como de restricción externa.

El cambio de régimen a partir de la gestión de Martínez de Hoz no eliminó ese limitante. Por el contrario, las crisis externas cobraron mayor frecuencia y violencia. Su causa dejó de ser la falta de divisas para abastecer de insumos y bienes de capital a la industria, propia de la etapa anterior. Ahora se pasó a necesitar dólares para cubrir los vencimientos de la deuda externa o la fuga de capitales. El temor a una corrida que dispare el dólar llevó a muchos gobiernos a aceptar las políticas impuestas por la banca acreedora con la esperanza de conseguir financiamiento externo. La experiencia del gobierno de la Alianza es un buen ejemplo de los peligros que encierra esa opción.

Más de seis años de crecimiento junto a una importante acumulación de reservas internacionales con relativa prescindencia de los mercados financieros externos, llevó a muchos a pensar que Diamand podía descansar en paz. Sin embargo, los recientes temblores en la economía de Estados Unidos y sus posibles repercusiones hacen que sea prudente preguntarse si ello es así. ¿Podemos seguir creciendo en el actual contexto internacional sin chocarnos con la restricción externa? ¿Qué pasa si se acentúa la falta de financiamiento externo? ¿Qué sucede si se profundiza la caída en el precio de los commodities?

En la actual etapa de crecimiento la fuente principal de divisas de la economía es el comercio exterior. Si bien el superávit comercial fue siempre elevado entre el 2002 y el 2008, sus causas cambiaron a lo largo del período. En un primer momento primó la contracción de las importaciones generada por el bajo nivel de actividad y de inversión de que se partió. Luego, si bien las importaciones comenzaron a crecer rápidamente, se las pudo compensar por el incremento en las cantidades exportadas. Ya llegando al presente, la aceleración de las importaciones fue financiada por el súbito salto del precio de nuestras exportaciones. Así, si los precios de nuestro comercio exterior fueran los de 2002, en lugar de un superávit comercial de 4900 millones de dólares para el primer semestre de 2008 tendríamos un déficit de 3560 millones de dólares. A eso hay que sumar el impacto indirecto que podría generar la caída del precio de los commodities sobre nuestras cantidades exportadas. Hay que tener en cuenta que gran parte de nuestros mercados se encuentra en el tercer mundo, cuya actual etapa de crecimiento se sustenta principalmente en el alza del precio de sus exportaciones.

Otro componente determinante de la evolución del balance de pagos son los movimientos de capital. Al respecto cabe decir que en los últimos cuatro trimestres, el sector privado no financiero ha fugado al exterior 16.000 millones de dólares aproximadamente. Si bien con los actuales niveles de reservas y de saldo comercial ello no representa un gran peligro, en otro contexto puede ser desestabilizador. Otra fuente de demanda de divisas de la que poco se habla son las utilidades y dividendos girados al exterior por las empresas transnacionales. Como ejemplo de su magnitud tengamos en cuenta que sólo YPF giró el primer semestre de 2008 unos 1400 millones de dólares por dividendos. Eso equivale a una quinta parte del saldo comercial de nuestra economía en ese período.

Respecto del pago de intereses por las deudas externas, si bien el canje disminuyó su monto devengado, por el otro lado regularizó su pago. Las sumas a pagar son crecientes a partir de este año y el contexto externo no es favorable para su refinanciamiento por más que se pague al Club de París y se le ofrezca entrar al canje a los holdouts. Cabe al respecto preguntarse sobre los beneficios del actual acercamiento a los “mercados financieros” cuando se encuentran en pleno temblor. La crisis de 1929 fue descargada parcialmente sobre la periferia mediante el deterioro de sus términos de intercambio. En Argentina se llevó puesto a Yrigoyen y trajo el pacto Roca-Runciman donde para mantener las ventas de carne a Inglaterra nuestros exportadores no dudaron en rematar la Nación. Esperemos que la historia no se repita.

* Profesor e investigador de la FCE-UBA y Conicet.

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