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Los ricos

 Por Néstor Restivo

Los libros de Osho, notable pensador indio fallecido en 1990, tras su expulsión de Estados Unidos, abundan en posturas muy críticas al capitalismo, al Papa o al matrimonio. Las observaciones a ésas y otras instituciones y sistemas (incluido el comunismo) son fuertes. Pero una que aquí interesa, a partir de la difusión esta semana de la nueva ostentación de riqueza que recopila Forbes entre los multimillonarios del planeta, incluidos argentinos, es un relato de Osho sobre Lao Tsé, otro extraordinario pensador, éste chino, quien viviera hace veinticinco siglos.

Osho narra que cierta vez el emperador le pidió al sabio que presidiera la Corte Suprema. “No soy la persona adecuada”, porque “el sistema es erróneo”, contestó Lao Tsé. Pero como el emperador insistió, probó en el cargo para mostrar su punto. El primer día le trajeron a un ladrón que había robado al hombre más rico de la ciudad, y tras escuchar el caso, Lao Tsé condenó tanto al ladrón como al rico a seis meses de cárcel. El poderoso millonario entró en ira. “Ciertamente –le dijo Lao Tsé– no estoy siendo justo con el ladrón. Usted tiene más necesidad de estar en la cárcel, porque ha acumulado tanto dinero para usted mismo, ha privado a tanta gente de dinero... Miles de personas están en la miseria y usted sigue acumulando más y más dinero. ¿Para qué? Por su propia avaricia está creando estos ladrones. Usted es responsable. El primer delito es suyo.”

Sigue el relato. “Antes de ir a la cárcel quiero ver al emperador”, reclamó el rico. Así fue, y lo convenció de deponer al juez supremo inmediatamente. “Hoy voy a la cárcel, mañana estará en la cárcel usted”, fue la frase con la que el rico convenció al Hijo del Cielo. El sabio Lao Tsé renunció al cargo, y le dijo a su emperador: “Intenté decírselo antes; no soy la persona adecuada. La realidad es que su sociedad, su ley y su Constitución no están en lo correcto. Necesita gente errónea para hacer funcionar este sistema erróneo”. La lección de Osho es clara: sólo una sociedad con distribución justa y equilibrada de la riqueza puede evitar robos, una sociedad –dice Osho– “donde todos tengan lo suficiente y nadie acumule innecesariamente sólo por avaricia”.

Carlos Slim, el hombre más rico del planeta según la lista que publicó Forbes esta semana, mexicano y dueño de la telefónica Claro en Argentina, tiene 73 mil millones de dólares, equivalente a toda la economía de países como Ecuador o Serbia o el triple del PBI de Paraguay o de Bolivia. Le siguen Bill Gates, fundador de Microsoft, y el español dueño de las tiendas Zara, Amancio Ortega. Y de Argentina –en una lista exclusiva para quienes tienen más de 1000 millones de dólares–, los Rocca, Bulgheroni, Eurnekian, Perez Companc y María Inés de Lafuente Lacroze.

Aunque siempre existieron los ricos, el neoliberalismo profundizó en estas décadas la desigualdad social y la acumulación de riqueza extrema en la cúpula superior, en grandes empresas y poderosas familias. El ranking Forbes es apenas la foto de un fenómeno contrario a la posibilidad de construir sociedades más equilibradas. Cuando los Estados buscan recuperar algunas prerrogativas, los ricos inventan todo para evadir o hasta cambian de nacionalidad para escapar al fisco. En la era Bush en EE.UU. se regresó a niveles de regresividad social casi idénticos a las del siglo XIX. América latina se empieza a destacar en la lista de ricos no sólo porque uno de sus hijos, un mexicano, la encabeza, sino porque son casi un centenar, entre los mil, quienes han escalado a ella. De Brasil, donde hace diez años gobierna un Partido de los Trabajadores, son la mitad de esos cien, que en los medios del establishment demuelen a Dilma Rousseff como antes intentaron con Lula. También avanzan los ricos árabes o los chinos, gobernados por un Partido Comunista y que seguramente recitan de memoria a Lao Tsé.

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