EL MUNDO › OPINIóN

Guerrillero de pensamiento

 Por Alfredo Serrano Mancilla *

Un niño cualquiera. Buen alumno. Hijo de maestro. Buscador de vidas. Deseo de ser pintor. Militar por querer ser beisbolista. Guerrillero de pensamiento cuando ya era militar. Bolivariano por obsesión. Rescatador de próceres (Zamora y Maisanta). Profesor de Historia. Echador de cuentos. Cristiano en base a la Teología de la Liberación. Cantante en sus ratos libres. Tan inteligente como divertido. Soñador compulsivo. Quijote del Caribe. Político atrevido. Conciliador de táctica y estrategia en la toma de decisiones. Chávez siempre es Pueblo. Inventor de Revolución. Esto es Chávez, y mucho más. Un lector incansable y pluridisciplinar de Gramsci, Marx, Lenin, el Che, Nietzsche, Rousseau, Plejanov, Paul Claval, Chomsky, Victor Hugo, Mariátegui, Varsavsky y Simón Rodríguez. Tan capaz de aprender de lo más elemental de la Enciclopedia Quillet como estudiar la complejidad de las transiciones, cuando fue estudiante de la maestría de Políticas Públicas acudiendo a Duverger. Fue influido de lo mejor de los proyectos nacionales populares en América latina, con Torrijos en Panamá, Alvarado en Perú o Torres en Bolivia. Rescató el término del Sur cuando Nyerere (presidente de Tanzania) publicó Desafíos para el Sur en 1991 a pesar de pasar inadvertido para la mayoría de los intelectuales de la izquierda. Supo aprender de economía revisando Economía y subversión y La economía del fraude inocente de Galbraith. Tan amigo de sus amigos, de Fidel, Evo, Mandela, Correa, los Kirchner, como enemigo de Bush, Uribe y Aznar.

Sí, todo eso es Chávez, y por eso y mucho más, después de un año, todos nos acordamos de Chávez como el gran revolucionario del siglo XXI que no sólo liberó a Venezuela, sino que fue arquitecto de una nueva región, más independiente y emancipada, más unida. Chávez entendió desde siempre que no había revolución nacional sin transformación supranacional. Y en eso se empeñó desde el minuto uno de juego. El sabía que “la historia se puede y se debe planificar”, y por ello, se dedicó a forjar una alianza regional que entendiera que “la economía debe estar al servicio de la política”. Sabía que “la integración de nuestros pueblos y gobiernos es una cosa muy seria para dejársela sólo a los técnicos”. Así rechazó los tiempos de la pospolítica; así inició el ALBA, la Unasur, la Celac, y puso punto final a “los acuerdos de libre coloniaje a favor del comercio con justicia”.

Tumbado el Muro de Berlín, y cuando pocos creían que el capitalismo podía tambalearse, Chávez quiso luchar por “el apetito por lo imposible en plena utopía neoliberal” teniendo siempre en cuenta que “los hombres hacen la historia con las condiciones que la realidad les impone”. Y así fue cuestionando que “una democracia sin la participación de un pueblo no es democracia”. Resignificó el sentido de la democracia porque siempre creyó que “no es posible hablar de democracia cuando ésta empobrece a la mayoría y enriquece a la minoría”. Denunció que “la costumbre del neoliberalismo salvaje es tratar al pueblo como mendigo” y, por tanto, siempre apostó a que “para acabar con la pobreza, hay que darles poder a los pobres, para que ellos sean los protagonistas de la lucha contra su pobreza, sólo ellos, los pobres”. Sin complejos, puso en el horizonte el socialismo, un socialismo nuevo, el de Venezuela, sin copiar-pegar.

Ahora, con todas sus citas y acciones, es el momento de futurizar a Chávez para que, como él mismo decía, parafraseando alguna cita en el Oráculo del Guerrero, “no envaines tu espada después de una batalla, porque mañana llega otra”. Ahora Venezuela necesita más que nunca del legado programático político de Chávez frente a los intentos golpistas: democracia y paz frente a los intentos de desestabilizar y derrocar el orden constitucional. Chávez, un año después, sigue siendo el eje central de la política venezolana a pesar de los infructuosos intentos de borrarlo de la Historia.

Hace años, Chávez, burlándose ingeniosamente de aquel “La historia me absolverá” de Fidel Castro, le dijo: “A mí, la historia me absorberá”. Y así fue. Hoy, Chávez sigue vivo en la historia y en el pueblo.

* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico (Celag).

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