SOCIEDAD › OPINIóN

La discusión que falta es la del Congreso

 Por Mónica Tarducci *

El feminismo ha colocado siempre los temas que involucran al cuerpo de las mujeres en el centro de sus luchas, discutiendo las supuestas verdades asociadas a la biología, como la naturalidad de la pasividad femenina o el instinto materno; se ha opuesto a la imposición de imágenes corporales imposibles de alcanzar y que atentan contra la salud.

Ha luchado por el derecho a una maternidad deseada y a un parto sin violencia, pero también por el disfrute de la sexualidad y el derecho a la anticoncepción y el aborto.

Sin embargo, después de casi cincuenta años del grito “mi cuerpo es mío” de la segunda ola del movimiento, seguimos sin una ley que permita a las mujeres un aborto legal, seguro y gratuito.

Es una demanda que en nuestro país ya estaba presente entre las feministas de los años setenta. Muchas veces se olvida que en la primera conmemoración del 8 de marzo, la del año 1984, cantábamos “Aborto clandestino/No es nuestro camino/Legalización/es nuestra decisión” y llevábamos pancartas y folletos sobre el tema. ¡Estamos hablando de hace treinta años!

A partir de allí fueron mesas y debates en jornadas como las de ATEM, de donde surgió, en 1987, la necesidad de una Comisión por el Derecho al Aborto, que se oficializó un año después, motorizada por nuestra querida Dora Colodesky, entre otras mujeres indispensables.

Ni hablar de los Encuentros Nacionales de Mujeres, donde los talleres sobre aborto a partir de 1995 dejaron de ser “autoconvocados” y se incorporaron formalmente a la programación y no dejan de estar presentes hasta el día de hoy, visibles además por el mar de pañuelos verdes que llevan las mujeres.

El 28 de mayo de 2005, en el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, se lanza la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito integrada por alrededor de 300 organizaciones de todo el país, que ya presentó dos veces un proyecto de ley en el Congreso.

La tenaz y persistente tarea de la campaña ha logrado imponer la demanda de nuestro derecho a decidir en la agenda pública; también, las modestas contribuciones de cada una de nosotras que acompañamos en todos los ámbitos en que desarrollamos nuestras actividades cotidianas. Como antropólogas, las CAF no dejan de proponer mesas en congresos, charlas y conferencias y de desplegar, en todo evento académico en el que participamos, una bandera de la campaña. Recuerdo particularmente un Congreso Internacional de Sociología, donde presentamos una ponencia con mi colega y amiga Deborah Daich, donde las participantes extranjeras no podían creer que no hubiera aborto legal en el país del matrimonio igualitario.

A pesar de los años transcurridos y de una cada vez mayor cantidad de reclamos y de instituciones que se suman a la lucha, como organismos de derechos humanos, sindicatos, universidades, entre otros, siempre se considera a las demandas de las mujeres como secundarias en la disputa política.

Lamentablemente, a pesar de que muchas mujeres de los partidos políticos se han unido frente a la violencia doméstica y sexual y frente a las leyes de cuotas, el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género siguen estando divididas en cuestiones de salud reproductiva, particularmente el aborto, donde prima la lealtad política a sus partidos. ¿Qué diputada o diputado, senador o senadora hoy hace del aborto un tema central de su desempeño como tal? ¿Cuántas veces nos ilusionamos en reuniones donde se nos prometió un apoyo que nunca llegó, un proyecto de ley que nunca se presentó?

¿Por qué los derechos humanos de las mujeres son menos importantes, por qué los llamados derechos sexuales y reproductivos constituyen la ofrenda a obsequiar, la moneda de cambio en las negociaciones locales e internacionales de nuestros gobiernos, en definitiva, lo que se puede postergar eternamente?

Como lo resume Luis Felipe Miguel, de la Universidad de Brasilia, si el aborto es dejado fuera de la política por quienes se dedican a ella, entonces pertenecería al ámbito de lo moral, territorio por excelencia de las iglesias. Y ya sabemos lo que eso significa.

* Colectiva de Antropólogas Feministas, UBA (En la Campaña).

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