EL MUNDO › CóMO SE VIVIó EL CERCO MILITAR RUSO EN UNA BASE DE CRIMEA

Tiros, paranoia y fútbol

Día tras día, un grupo de militares ucranianos se negaron a abandonar sus puestos dentro de la base de Belbek rodeada por fuerzas de Rusia, sin la ayuda del nuevo gobierno de Kiev. El peligro de un ataque se terminó disipando.

 Por Kim Sengupta *

Desde Belbek, Crimea

Justo después de las 8 de la mañana de ayer, el coronel Yuli Mamchuk llevó a alrededor de 200 de sus hombres a la colina de la base aérea en Belbek. Cantaron el himno nacional mientras marchaban detrás de sus colores de regimiento y la bandera de Ucrania flameaba por la lluvia y el viento. Veintiún minutos después, su camino fue bloqueado por las tropas rusas, que les ordenaron que dieran marcha atrás, antes de disparar sobre sus cabezas.

Los soldados ucranianos, que estaban desarmados, se detuvieron por un momento que resultó fugaz. A continuación, reanudaron su marcha. Un ruso gritó: “Deténganse o vamos a disparar a sus piernas”. El coronel Mamchuk pidió a sus soldados que se detuvieran y dio un paso adelante para negociar. Los hechos en este aeropuerto militar cerca de Sebastopol están marcados por la valentía y el desafío contra enormes dificultades. El coronel Mamchuk y su regimiento se atrevieron a decir “no” a la fuerza militar de Rusia. Día tras día, se negaron a abandonar sus puestos dentro de la base rodeada por fuerzas de Rusia, sin la ayuda del nuevo gobierno de Kiev. Su ejemplo ha sido seguido en todo el Estado, permaneciendo como espinas incómodas mientras el Kremlin cierra su puño sobre Crimea.

Estos no son sólo gestos simbólicos, la mayoría de las bases son de importante valor estratégico y por lo tanto de interés para los rusos. Belbek, por ejemplo, se puede utilizar para supervisar el corredor aéreo en Sebastopol, en el que está asentada la Flota rusa del Mar Negro.

La marcha de los soldados ucranianos estaba destinada a exigir la devolución de la zona alrededor de la base que los rusos habían tomado. Las 24 horas previas las habían vivido bajo amenazas repetidas de ataque por parte de los rusos. The Independent estaba en Belbek el día en que se conoció un ultimátum para que se rindieran, entregado por el teniente coronel Vladimir Mirnov, de la Flota del Mar Negro. Era una escena peculiar, jóvenes soldados inexpertos habían esperado un asalto de infantes marines, infantería y fuerzas especiales rusas.

Fuera de la puerta principal de la base, familias y vecinos de los que estaban dentro manifestaban su solidaridad. Dos vehículos de transporte militar aparecieron, pero se volvieron después de ver a los civiles reunidos. La fría noche de Crimea se fue consumiendo al lado de un fuego construido en la ruta. La gente estaba preocupada por lo que le esperaba. Cuando las 3 en punto se aproximaban, regresaron a la base; se esperaba un ataque a esa hora. “Yo estaba muy asustado, nunca estuve en una guerra y no estaba seguro de si iba a sobrevivir”, confesó Viktor Nikolovitch, de 20 años. Sin embargo, el momento de peligro pasó. Poco después del amanecer, el regimiento formó fila para escuchar al coronel Mamchuk decir: “Anoche nuestras esposas e hijos estaban en la puerta protegiéndonos. No nos unimos al ejército para ser protegidos por nuestras familias, por civiles. Debemos ser nosotros los que los protegen. Esta mañana vamos a marchar hasta allí y a mostrarles que somos soldados. No vamos a responder a sus provocaciones, pero vamos a reclamar la devolución de las piezas de esta base que han sido ocupadas por una potencia extranjera”.

Las conversaciones iniciales, que habían empezado después de que los disparos fueran despedidos, parecían ir bien. A diez ucranianos se les permitió entrar en el arsenal, los hangares y las torres de control. Las negociaciones continuaron en la ladera; los francotiradores rusos que estaban apostados hicieron subir un transporte de personal blindado y lo pusieron en las defensas del perímetro. Los ucranianos decidieron jugar un partido de fútbol.

“Bueno, no estábamos en condiciones de luchar contra ellos, tampoco queríamos irnos y el campo de fútbol era una de las pocas cosas en ese sector que no habían tomado”, observó el cabo Anton Kurlilenko. “Además, ha sido muy difícil, han sido días muy tensos, la gente estaba muy preocupada, por lo que era una buena manera de estar relajados. Hemos pensado en pedirle a los rusos que participen, pero no se veían relajados en absoluto.”

Las negociaciones, sin embargo, no iban tan bien a estas alturas. El coronel Mamchuk no pudo hablar con ningún oficial de alto rango de Rusia. Se conformó, en cambio, con negociar con el líder de un grupo de “autodefensa voluntaria” de la herencia rusa.

Si se trataba de un intento de de-saire y menosprecio, el coronel se negó a morder el anzuelo. Llegó una llamada al celular de Mamchuk del Ministerio de Defensa en Kiev. ¿Cuáles fueron las instrucciones? “Ellos sólo siguen pidiéndome que use mi propia iniciativa, que ha sido la norma desde que los rusos llegaron aquí.” “Todavía estoy esperando para hablar con un oficial de alto rango de Rusia”, agregó.

Los “voluntarios” de las autodefensas habían formado una línea delante de los rusos. Es difícil determinar si alguno era realmente un buen jugador. Grigori, un joven fornido, hizo alusiones a la “manipulación” de potencias extranjeras. Su visión de futuro era poco prometedora sobre la continua confrontación: “No hay vuelta atrás”.

El coronel Mamchuk, por su parte, había pautado nuevas conversaciones, probablemente seguido de otro ultimátum. ¿Cuánto tiempo puede continuar esta situación? “Sólo Dios sabe. Sólo tenemos que seguir adelante y no darnos por vencidos”, dijo encogiéndose de hombros, aunque su voz se mantenía firme.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Patricio Porta.

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Un grupo de pilotos ucranianos de la base Belbek, cerca de Sebastopol, marchaba ayer.
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