EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

De opereta

 Por Luis Bruschtein

Hay una situación y una foto. La primera es el rechazo del Presupuesto, algo inédito en democracia. La foto es el piñazo de Graciela Camaño a Carlos Kunkel. La foto es la ilustración del rechazo, es una consecuencia y también su violencia. Y el protagonista central de esa situación no es ninguno de los que salen en la foto, ni la Presidenta que mandó el proyecto de ley rechazado. La protagonista principal es Elisa Carrió, cuyo estilo llevó el debate a la degradación violenta de esa piña.

No se entiende bien la forma en que los radicales y el resto de la oposición fueron arrastrados por Carrió a esa estrategia del rechazo sin debate ni negociación. Al oficialismo no se le movió un pelo porque se había dado cuenta de que el descrédito de esa actitud era para la misma oposición. Entonces esa estrategia derivó en las denuncias, con la precariedad de un golpe de timón sobre la marcha: lo importante era que el escándalo contra el Gobierno fuera más fuerte que el descrédito de la oposición.

Pero esa estrategia de denuncias a la que en un primer momento se sumaron también las otras agrupaciones opositoras, además de rudimentaria por la ausencia de pruebas y la baja credibilidad de los relatos, tenía una característica llamativa: la presión por la denuncias provino de la Coalición Cívica, pero ninguna de las diputadas que se prestaron a regañadientes al juego eran de esa fuerza política.

Se creó entonces una situación paradójica: las denunciantes estaban reacias para hablar y los que hablaban con los periodistas eran los de la Coalición. Patricia Bullrich decía que eran decenas de diputados los que habían sido presionados de una u otra manera, pero sólo designaba con nombre y apellido a las únicas dos que habían aceptado reconocerlo, Cynthia Hotton, cercana al cobismo, y la radical Elsa Alvarez.

Entonces, los periodistas les preguntaban a ella y a otros miembros de la Coalición: “¿Ningún diputado de su bloque fue presionado?”. Y la respuesta fue todas las veces del mismo tono: “¿Nuestro bloque?, no, para nada, ellos saben con quién tratan”. Estaban enlodando a las mismas diputadas a las que habían convencido para hacer la denuncia. El bloque de la Coalición no había sido presionado porque no sería objeto pasible de presión. En cambio, los demás, sobre todo los radicales, sí. Y los radicales entraron por el aro con la ingenuidad de un parvulario, aceptando de hecho que su espacio era el potencialmente más corruptible.

Dentro del bloque del radicalismo había varios legisladores que no estaban de acuerdo con la estrategia del rechazo que impulsaba Carrió y planteaban la posibilidad de aprobar el proyecto en general y establecer los desacuerdos en la votación en particular. Una discusión similar se producía entre diputados del socialismo. Ayudado por las tapas de Clarín, que amplificaban las denuncias sin pruebas, el golpe de efecto de-sarticuló cualquier posible cambio de radicales o socialistas.

Antes, Carrió había denunciado como delito de lesa humanidad que el radicalismo negociara el quórum con el oficialismo. “Van a hacer la Gran Jaroslavsky”, ironizó, al tiempo que descargaba más artillería sobre sus ex correligionarios. Las diferentes vertientes radicales se unificaron después para desagraviar al caudillo entrerriano, pero quizá tendrían que haberlo hecho también con su bloque, cuya imagen quedó maltrecha con el escándalo impulsado por Carrió.

El escándalo no fue espontáneo y terminó más como opereta que como operación. En la previa de todas las sesiones importantes hay conversaciones, llamados o versiones como las que se verificaron para el debate del Presupuesto. Se comentan en los bloques, algunos se quejan, pero todos saben, incluso los que se quejan, que forman parte de las reglas de juego de la actividad parlamentaria. No las descubrieron en este debate. Por eso, más que espontáneo, el escándalo de las denuncias fue un recurso muy claro de la Coalición Cívica para orientar el debate según sus objetivos. Hotton fue físicamente presionada por Patricia Bullrich para interrumpir al diputado de la Coalición que tenía uso de la palabra. Este diputado ya había arreglado que cedería parte de su tiempo a Hotton. La maniobra fue tan clara que es difícil entender que el radicalismo se dejara llevar de la nariz. El grupo de Solanas, siempre expectante de lo que hace Carrió, fue el único que intentó sumarse tímidamente a la maniobra. Ante el riesgo de aparecer como menos anti K que la chaqueña, incluyó rápidamente otra denuncia de su secretario legislativo, Mario Mazzitelli. Más ingenuos todavía: en el relato de Carrió, ellos también se convertían así, y por decisión propia, en un bloque potencialmente corruptible frente a la incorruptibilidad de la Coalición Cívica, que era la que denunciaba sin haber recibido ningún llamado. Los radicales y los de Solanas fueron los únicos que, por lo menos públicamente, recibieron llamados telefónicos del oficialismo ofreciéndoles “cosas”. Cuando advirtió el trasfondo de la maniobra, el grupo de Proyecto Sur se apresuró a hacer de perdonavidas y anunció que no presentaría la denuncia.

De alguna manera, los grandes medios más algún abogado denunciero –que publicita así su estudio– y el bloque de la Coalición le impusieron una estrategia al resto de la oposición, provocándole así una nueva crisis parlamentaria. En el último acto, el radicalismo trató de retomar la dirección de sus acciones y le pidió al Gobierno que incorporara el Proyecto de Presupuesto 2011 para sesiones extraordinarias. Intentó seducirlo sugiriendo que daría quórum para iniciar el debate tal cual era su disposición inicial antes de ser arrastrado por la estrategia de tierra arrasada de Carrió. Pero el Gobierno ya tiene la experiencia de lo ocurrido con el Presupuesto, frente a una oposición que rápidamente se deja conducir por Carrió. Difícilmente vuelva sobre sus pasos.

Si los opositores se preparaban para hacer una demostración de fuerza y rechazarle el Presupuesto al Gobierno para imponerle otro, eligieron un mal momento y lo que debía haber sido costo para el oficialismo se convirtió en un duro golpe para la imagen de la oposición. Tenían razón los sectores que dentro del radicalismo, el socialismo y hasta el PRO planteaban otro curso de acción.

En ese contexto, el hecho patético de la piña de Camaño a Kunkel, que tanto festejó Mauricio Macri, el hombre de la nueva política, es nada más que la consecuencia de la estrategia de Carrió de vale todo contra el Gobierno. Una estrategia que lleva a la degradación de la política. Pero los que se degradan son mayormente los que la practican, porque el vale todo nunca puede ser aplicable en ninguna situación. La oposición que festeja el puñetazo termina defendiendo a Luis Barrionuevo y la operación se convierte en opereta.

Carrió surgió a la luz pública a mediados de los noventa, anunciando nuevas formas de hacer política, y construyó su prestigio durante el menemismo sobre una imagen ética. Finalmente se subió a ese pedestal, construyó un partido a imagen y semejanza de ese crédito que había ganado en la sociedad y hasta los dirigentes de su partido se circunscribieron a ese libreto. Un libreto del que abusó. Convirtió la denuncia honesta de aquellos principios en puros golpes bajos y denuncias efectistas sin pruebas, siempre orientadas según su interés político personal.

Sus anuncios proféticos apocalípticos podían ser un estilo político y su oposición al Gobierno, una actitud legítima, pero el denuncismo recurrente, sin pruebas y siempre con un fin que se acomoda a sus intereses políticos, se convierte en funcional a la corrupción, ya que las denuncias verdaderas pierden credibilidad en la maraña de sus permanentes denuncias incomprobables. En esa pirueta de su carrera termina en las antípodas de donde estaba cuando empezó. Usar una denuncia falsa o forzada sólo para su interés es una forma de corrupción de la política, no hay fiscal de la República y menos un bronce para la historia.

Patricia Bullrich lo reconoció: “Si no lo hubiésemos denunciado, no ganábamos la votación”. Exagera, porque la votación no estaba en riesgo para la oposición, pero reconoce que la denuncia fue una operación. Y lo que logró no fue ganar la votación, sino presionar al resto de la oposición para que se sume a la estrategia de Carrió. Una estrategia que consiguió, al igual que con el 82 por ciento móvil, que en una situación desfavorable, el Gobierno perdiera sin pagar costos e hiciera lo que se había propuesto: un ejercicio todavía más discrecional del Presupuesto, también sin pagar costo. En toda esta comedia de enredos, el único trofeo que le quedó fue la trompada de Graciela Camaño a Carlos Kunkel. Una forma de violencia que la oposición legitima si no sanciona a la agresora. Lo que hizo Kunkel fue solamente recordar lo que había dicho Luis Barrionuevo en primera persona de que no había que robar por dos años. En ese sentido fue mucho menos ofensivo que la falsa acusación que había urdido Carrió contra el oficialismo y que Camaño estaba apañando. Siguiendo esa lógica, el oficialismo tendría que andar a los cachetazos con los que hicieron esas denuncias. Sería la forma de hacer política que promueven varios sectores de la oposición al convalidar la impunidad de la presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados.

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