EL PAíS › LILA PASTORIZA, SOBREVIVIENTE DE LA ESMA, REFLEXIONA SOBRE LA SENTENCIA A LOS REPRESORES DE ESE CENTRO CLANDESTINO

“Fue un día de justicia”

Las sensaciones al escuchar la condena. El recuerdo de sus compañeros y la satisfacción por haber cumplido con un mandato. Los represores, iguales y diferentes. La necesidad de sancionar estos crímenes.

 Por Victoria Ginzberg

Lila Pastoriza vuelve al predio donde funcionó la ESMA casi todos los días. En su caso, no es una frase simbólica, sino literal. Dedicada desde hace años a las políticas sobre la memoria, trabaja en el ente público que coordina el Espacio para la Memoria y Promoción de los Derechos Humanos que funciona ahora en el terreno del centro clandestino de detención. El Casino de Oficiales, donde estuvo secuestrada, trata de no pisarlo: “Ese lugar está habitado por mis compañeros. Yo no veo una pared, un rincón, veo gente”. En cambio, dice, busca poner en ese sitio de muerte algo de vida. El miércoles escuchó las condenas a los 16 represores en la calle, en la pantalla gigante que se instaló en la puerta de los tribunales de Comodoro Py. “Sentí una gran emoción que todavía me dura, porque de alguna manera era cumplir con un mandato que nos habíamos dado: que el que saliera tenía que hablar, que denunciar, hacer que haya una sanción. Cuando fuimos liberadas con Pilar Calveiro salimos en un avión y recién a las dos horas de vuelo dijimos ‘estamos libres’ y empezamos a abrazarnos y a saltar. Era una sensación de irrealidad, de ‘estamos soñando’. Y con el fallo fue una sensación parecida”, cuenta.

–¿Cuál es su conclusión sobre el juicio?

–Fue un día de justicia. Como sobreviviente tengo satisfacción por poder cumplir el mandato hacia los compañeros, el compromiso con una generación que quiso transformar al país. Los desaparecidos, a quienes los represores buscaron borrar hasta de la historia y del recuerdo, son los que sustentaron las luchas de estos años. Y hoy están más presentes que nunca. Además este juicio tuvo muchas dificultades. Y lo de la ESMA tiene una llegada al conjunto de la población muy fuerte y uno se pregunta por qué.

–Sí. ¿Por qué?

–Debe haber multitud de factores. Tanto en la etapa de la dictadura como en la lucha por la impunidad la ESMA siempre tuvo un lugar muy emblemático y, paradójicamente, creo que no es representativa de lo que eran los centros clandestinos. Al contrario, tiene muchas singularidades. Además de la cantidad de víctimas que pasaron por allá, creo que influye que los miembros el grupo de tareas de la Marina lograron convertirla en una maquinaria de aterrorizar a la sociedad. Creo que ellos se planteaban que la ESMA asustara. Por un lado, instalaron un centro clandestino como ese en un lugar de tanta visibilidad y circulación... el camino que hacían las caravanas de coches al Casino de Oficiales, que era donde llevaban a los detenidos, es detrás de la reja paralelo a la calle, es muy visible y entraban por la puerta del frente.

–Negaban lo que hacían pero a la vez lo mostraban y querían que se sepa.

–Sí, eso ocurrió en todos lados. Era acá no pasa nada, no hay nadie detenido, pero había operativos espectaculares. A muchos, cuando caímos en la ESMA, nos preguntaban “¿cuál es el lugar que más miedo te da?”. A mí me preguntaron “¿cuál es el lugar que más miedo te da? ¿dónde crees que estás?”. Yo no tenía ni idea de dónde estaba pero el lugar que más miedo me daba, y lo dije, era la Escuela de Mecánica de la Armada. Ellos querían que se tuviera miedo a la ESMA. Al grupo represivo le habrá jugado muy a favor en un momento pero después le jugó en contra. Como muchas de las maniobras que hicieron de “cierta audacia”.

–Como liberar más personas que en otros centros...

–Absolutamente. La ESMA es la que más denuncias tiene, de lejos. Es la que más sobrevivientes tiene. Hasta uno puede pensar en una cierta omnipotencia del GT3.

–¿Cómo vivió el momento del fallo?

–Es muy contradictorio. Por un lado sentí una gran emoción que todavía me dura, porque de alguna manera era cumplir con un mandato que nos habíamos dado: que el que saliera tenía que hablar, que denunciar, hacer que haya una sanción. Cuando fuimos liberadas con Pilar Calveiro salimos en un avión y recién a las dos horas de vuelo dijimos “estamos libres” y empezamos a abrazarnos y a saltar. Era una sensación de irrealidad, de “estamos soñando”. Y con el fallo fue una sensación parecida.

–O sea que fue como su segunda liberación.

–Y... algo de eso debe haber. Pero junto con esa emoción hay una tristeza flotante. Me pasa todas las veces que escucho una sentencia, no me da alegría, no es la palabra, porque aparecen todos los rostros, todos los nombres, toda la gente, todo lo que se perdió en términos de compañeros. Pero en el plano político y social creo que esto no puede no tener una sanción legal, no puede desde el punto de vista de que no hay sociedad que se pueda construir de manera democrática sobre la base de la impunidad de crímenes de este tipo cometidos por el Estado. Si esto no tiene sanción, ¿cómo vas a sancionar a quien se robó un banco? Fueron condenados quienes secuestraron, torturaron y asesinaron clandestinamente a miles de personas durante una dictadura que implantó el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina, en palabras de Rodolfo Walsh. No hay excusas ni argumentos (la “guerra”, el accionar guerrillero, el gobierno de Isabel Perón, el descalabro del país, etc.) que puedan justificar los crímenes atroces que se perpetraron con el poder del Estado.

–¿Qué le pasa al volver a ver a los represores?

–No los conocí a todos, recuerdo a algunos. Los vi el otro día por la pantalla, porque estuve afuera, y los vi en el inicio del juicio. Vi más directamente cuando declaré a (Juan Carlos) Rolón y a (Ricardo Miguel) Cavallo. A Cavallo prácticamente no lo conocía. A Rolón sí lo había visto en la Pecera. Y la verdad es que me resultó una situación medio insólita, pero no me suscitó nada en especial.

–¿Por qué insólita?

–Eso de que me preguntaran a mí cuándo lo había conocido a Rolón. Me parecía insólito que el imputado fuera él. Eso de estar en un tribunal y que te preguntaran si lo habías visto al señor o no lo habías visto...

–¿Era como que no podía creer que él estuviera ahí?

–Yo lo podía creer, pero era raro, eso de que estuviera Rolón ahí, que para nosotros era Juan, distinto, además, físicamente, estaba cambiado.

–¿Cómo tomó lo de las absoluciones porque, por ejemplo, a Rolón lo absolvieron?

–No soy una experta en el juicio, pero se sabía que había posibilidades de que lo absolvieran porque aparentemente en esa época no estaba. Pero fue absuelto específicamente por las víctimas de la Santa Cruz y Rodolfo Walsh. El está implicado en otros casos. Y también lo vi al Tigre (Acosta), igual a sí mismo, absolutamente igual. Pero lo vi a través de la pantalla. El Tigre es un personaje clave en esta historia.

–¿Lo ve y qué piensa?

–Me parece el mismo de siempre, incluso cuando leía en el diario algunas cosas que él decía, me lo imaginaba diciéndolas. Era un tipo que vociferaba, decía las cosas más increíbles del mundo. Yo tuve un tremendo escándalo con él apenas me pasaron a la Pecera (donde hacía trabajar a los secuestrados) porque había salido mi nombre en una lista, en una solicitada de desaparecidos. Hacía poco que yo estaba en la Pecera, venía de Capuchita. El me armó un escándalo espantoso porque sostenía que yo no estaba desaparecida y que por qué yo había aparecido en esa lista si no estaba desaparecida. Gritaba, gesticulaba...me decía “si vos no estás desaparecida, estás acá” y yo trataba de explicarle que yo, para la sociedad y desde el punto de vista legal, estaba desaparecida. Se puso como loco. Después, los demás, me decían que no tenía que enfrentarlo. Era muy arbitrario, muy loco, una persona terrible, sin ningún tipo de límites. Después estaba Astiz, a quien yo conocí bastante por circunstancias casuales. Yo estaba detenida junto con Mario Galli, que era un ex marino que había sido compañero de la misma promoción, estábamos los dos en un cuartito en Capuchita y Astiz iba mucho a hablar con él y conmigo. La noche que yo caí, él estaba de oficial de guardia y se vino a charlar conmigo.

–¿Y de qué hablaban?

–Y...de la vida. Yo trataba de explicarle que no tenía nada que ver con la subversión, qué sé yo. No me acuerdo lo que hablábamos. El era muy joven. Yo estaba bajo disposición del SIN (Servicio de Inteligencia Naval) no del GT, era la primera noche, la etapa de los interrogatorios y apareció un muchacho con una remera blanca que parecía un jugador de tenis. Me acuerdo que le dije “¿vos quién sos, el sobrino de alguno de estos tipos? El me dijo que no, que era teniente de navío... El siempre tiene sus personajes. En otra época por ahí tenía que ver con el guerrero, y ahora fue el que se pone la escarapela, el que se ríe, el sarcástico. Siempre pienso que no hay otra salida para personas que participaron en estas cosas que alguna vez puedan reflexionar y puedan pensar, pensar en cómo llegaron a hacer este tipo de cosas y qué es lo que hicieron. No sé si tienen conciencia realmente. Incluso me cuesta imaginarlos tirando gente de los aviones. Es una de las cosas que no puedo pensar. Nosotros pensábamos que algunos de ellos estaban en crisis, algunos no, por ejemplo El Tigre no estaba en ninguna crisis. Pero después de todos estos años se fueron galvanizando en la defensa en lo que habían hecho y nunca nadie se arrepintió de nada.

–En principio va a haber por lo menos otro gran juicio sobre la ESMA. ¿Volver a declarar es cansador, abrumador?

–Es cansador. Cada vez que uno declara se revive todo. No es que sea más fácil. Uno puede pensar que como declaraste muchas veces estás canchero y yo siento que es más difícil, porque a medida que vas horadando esta historia vas descubriendo más cosas y las vas viendo desde otro lugar. Cuesta más. Pero parto de que nosotros tenemos el privilegio de haber salido vivos de ese lugar y de haber llegado a una situación en la que esta historia se está discutiendo y juzgando. Es importante tratar de entender cómo fue posible que pasara lo que pasó, las condiciones que lo posibilitaron, cuál era el marco político económico pero también lo que la sociedad tenía incorporado como natural. No es como algunos dicen que estamos en el pasado, es algo que tiene mucha vigencia. Entonces, si tenemos que declarar diez veces más, lo vamos a hacer. El problema no es ese, sino que si esto se dilata mucho hasta socialmente puede haber una fatiga. Creo que hay que buscar los mecanismos para hacerlo lo más rápido posible.

–¿Es como se dice, que el fallo es “reparador”?

–Los fallos de este tipo son muy reparadores para nosotros, para los familiares y para la sociedad. Una periodista me preguntó si creía que esto cerraba el tema. Me quedé sorprendida. Creo que no lo cierra porque faltan juicios, pero el hecho de que haya justicia es una garantía de que pueda tomarse cierta distancia de la cuestión, que deja de ser un nudo beligerante, puede haber cierta paz, no sólo en general sino dentro de cada uno. Me decía mucha gente que el otro día se me veía como aliviada. Además, durante este juicio y otros que se realizan en esta etapa se pudo hablar de una serie de temas que, en otro momento, como en el Juicio a las Juntas –y yo reivindico su importancia– era más difícil. No sólo se habló de la militancia sino también, por ejemplo, de la condición en la que estábamos no- sotros, qué pasaba con las personas ahí adentro. A partir de 2003, las medidas que el Gobierno fue tomando permitieron que uno se sintiera más confiado, como que había por fuera de nosotros mismos, pero no sólo en el Gobierno sino también en la sociedad, una recepción distinta. Y creo que éste y todos los fallos de los juicios son para la sociedad en su conjunto y no tienen dueños.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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