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La integración es lucha de ideas y Chávez aporta unas cuantas nuevas

Propuestas como el Gasoducto Sudamericano, el Bono del Sur o el Banco del Mercosur son desafíos al modelo económico imperante bajo el cual se desarrolló el bloque regional. Y al cual le fue funcional. Cambian los integrantes. ¿Cambian los objetivos?

 Por Raúl Dellatorre

¿Qué gana el Mercosur con el ingreso de Venezuela? La pregunta es formulada prácticamente de continuo por estos días en los ámbitos económicos y respondida en cien formas diferentes. Según los intereses de quien responda, según la escala de valores y los objetivos de quien lo evalúe. Lo que no escapa a nadie es que la presencia de Hugo Chávez en las cumbres presidenciales del Mercosur les imprimirá una nueva dinámica a las discusiones en el seno del bloque. Esto ya pudo percibirse en la misma reunión del martes pasado en Caracas, para la firma del Protocolo de Adhesión, en la que cada presidente pareció buscar radicalizar su discurso tradicional. Pero no sólo fue el tono lo que se elevó. También lo fue el contenido. A juzgar por lo dicho en ese encuentro, hoy hay un Mercosur más ambicioso, más frontal. Con más decisión política, podría resumirse. La “diplomacia petrolera” de Chávez, que otros denuestan pero sin condenar otras “diplomacias de los misiles”, ahora está al servicio del Mercosur. ¿Será así? ¿Y eso es bueno o es malo? Depende de dónde se lo mire, pero no se discute que se trata de una herramienta poderosísima. El Bono del Sur, el Gasoducto Sudamericano e incluso el por ahora simplemente esbozado Banco del Sur son, ya desde ahora, su consecuencia.

Nadie lo dijo así, pero de una manera u otra cada uno de los mandatarios de los países socios respondió a la pregunta formulada al principio con sus propios argumentos. Como intuyendo, en definitiva, que era el interrogante del momento. Kirchner transmitió la visión del gobierno argentino sobre el efecto de este ingreso. Ve, hacia delante, al Mercosur convertido en “un interlocutor fuerte en el orden mundial”. Pero también lo ve como un instrumento para alcanzar las metas sociales pendientes en la región: la eliminación de la pobreza y la indigencia, la igualdad y el pleno ejercicio de la ciudadanía, según enumeró. “El mercado y el comercio libre no nos garantizan nuestro desarrollo”, recordó. Y abogó por la transformación del bloque regional en algo más que un ámbito de negocios para las grandes empresas. “Necesitamos construir el Mercosur de los pueblos”, proclamó.

El fervor por un Mercosur independentista también afloró en el discurso de Luiz Inácio da Silva, Lula. “No les tenemos miedo a las divergencias, le tememos a la opresión que, por muchos años, tuvo sumergido a nuestro continente”, fue la frase con que remató un reclamo por contactos más directos, más llanos, más frecuentes entre los países miembros. Y les recordó que hace apenas cuatro años, cuando todavía ninguno de los actuales mandatarios de los cuatro países integrantes originales del Mercosur estaba en su actual cargo, el bloque regional parecía encaminarse por una vía muerta. “Unos parecían privilegiar la relación con Estados Unidos, otros miraban hacia la Unión Europea”, repasó. “Por barreras ideológicas, por incomprensiones varias, la región había dejado solo a Chávez y a Venezuela”, señaló. La firma del ingreso de Venezuela al Mercosur, dijo, “es cumplir el sueño de millones de habitantes de nuestros países (...) y no está lejos el día en que estemos en La Paz celebrando la entrada de Bolivia al Mercosur”.

“La integración es también una lucha de ideas”, había dicho previamente Kirchner, en una de las formulaciones quizás más desafiantes contra el modelo económico dominante y que pasó casi desapercibida. Desafío que de alguna manera recogió Nicanor Duarte Frutos, quien desde su lugar de presidente del país más humilde del bloque definió con audacia que “impugnamos la regla fría del capitalismo; si unos crecen y otros se estancan, si unos se industrializan y otros están condenados a vivir de la venta de sus productos primarios, entonces estamos ante una expropiación. Expropian nuestra fuerza de trabajo, los valores de nuestras materias primas, nuestros recursos. No repitamos el mismo modelo en América del Sur si queremos que el Mercosur se fortalezca. (...) Necesitamos no sólo un arancel externo común, necesitamos un proyecto común, tener un sentido común de la historia”, proclamó el presidente paraguayo.

En veinte años de existencia, el bloque regional fue consolidando un espacio comercial en el que las grandes multinacionales encontraron atractivos para instalarse pagando menos impuestos, atendiendo a costos subsidiados los mercados locales e, incluso, recogiendo alguna ventaja adicional cuando exportaban aunque más no fuera una pequeña porción de su producción hacia fuera del bloque. Mercosur fue un excelente negocio para estas firmas (automotrices, siderometalúrgicas, alimentarias principalmente), que se reflejó en sus resultados económicos y en las cifras de intercambio comercial entre los socios de la región.

Pero ello no fue sinónimo de mayor desarrollo regional, ni de articulación de cadenas productivas entre los países socios, que era lo esperado. No, porque mientras se iba consolidando un modelo de apertura comercial, concentración económica y exclusión social en el mundo (conocido como neoliberalismo), Mercosur no fue la barrera de defensa de las economías nacionales ante ese embate sino –por el contrario– la herramienta de adaptación de las economías de la región a ese modelo imperante que llegaba. “Si van a hacerlo, háganlo acá”, podría figurarse que decía el cartel en la puerta de entrada del Mercosur, para ser leído por los grandes capitales.

A juzgar por el contenido de los discursos antes aludidos, se estaría abriendo una nueva etapa. Al fragor de las consecuencias sociales de dos décadas largas de capitalismo sin máscaras falaces, producto en algunos casos de duros procesos de construcción o simplemente de la desesperación en otros, la región fue mutando el color de sus gobiernos. Rara combinación ésta en la que, sobre un escenario, el discurso del representante del combativo Frente Amplio uruguayo resulta el más moderado, como ocurrió este martes en Caracas. Y no es sólo el discurso, sino que en los hechos concretos empiezan a aparecer acciones económicas que denotan la existencia de una nueva visión estratégica, con una activa participación directa de los Estados. El Gasoducto Sudamericano, un sistema de conexiones que garantizaría el suministro de gas natural a prácticamente toda la región, es un ejemplo. Romper el estrangulamiento energético puede resultar, si no ahora en muy poco tiempo, un símbolo de soberanía económica inigualable. La propuesta denominada Bono del Sur, en la que dos países (Venezuela y Argentina) combinan sus ricos recursos naturales en un caso (petróleo venezolano) con las necesidades financieras de otro (Argentina) para que así el primero obtenga a más baja tasa el dinero que va a utilizar el segundo, es claramente un intento de romper la lógica de dominación de los mercados financieros. Por ahora son Argentina y Venezuela los socios del emprendimiento, pero muy pronto se extenderá con la intervención del Bandes de Brasil, o el BICE y el Nación de Argentina, para facilitar el financiamiento para Uruguay o Paraguay, por ejemplo. Un embrión, o “preinicio”, como lo llamó Kirchner, de un banco regional que pueda independizar las necesidades de estos países del sometimiento que imponen los capitales financieros y los organismos internacionales que los auditan.

Es como para seguir con atención los pasos que se vayan dando de aquí en más. Más ideas se necesitan, porque con ellas se dará la batalla, si es que los gobiernos de la región definitivamente la asumen.

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Imagen: EFE
 
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