EL PAíS › LAS FANTASIAS, LAS PROYECCIONES, EL PLACER LUDICO DE ESPECULAR EN EL CASO DE NORA DALMASSO

Sobre ratones y sanciones morales

En el centro mismo del impacto en los medios del asesinato en Córdoba está el sexo: las prácticas “raras”, las fantasías, las sanciones moralizantes sobre lo que supuestamente se hacía, el rol de un marido “victimizado” o perdonador. Las razones de la explotación mediática y los porqués de una fascinación con detalles escabrosos, de clase y de poder.

 Por Cristian Alarcón

La voracidad por el lado sexual del crimen, la construcción de relatos basados en los viejos escándalos mediáticos sobre prácticas sexuales “raras”, una víctima culpabilizada por violar las normas del patriarcado, un marido victimizado desde su posición de perdonador de pecados femeninos reservados a los hombres, una mujer que se mimetizó con la promiscuidad masculina en su búsqueda de satisfacción donjuanesca, un supuesto implícito de que las clases altas se colocan por encima de la moral promedio, la actitud lúdica del público que juega a armar hipótesis para el guión para un thriller erótico... Esos son algunos de los ejes que surgen en cuatro entrevistas con intelectuales que siguieron desde las páginas rojas el caso que concentra la atención del morbo popular y masivo.

“Los medios arman una escena de escándalo sobre los materiales que ellos mismos han producido en los últimos 25 años sobre la sexualidad pública y privada, que ha exhibido no como experiencias sino como espectáculo”, dice Silvia Delfino, del Area Queer de la Universidad de Buenos Aires. “Está tan naturalizado el asesinato ligado al sexo en mujeres de todas las edades que el ingrediente para que sea escandaloso es la pertenencia a una clase social determinada y que era una familia tradicional”, se espanta la psicóloga y sexóloga Claudia Groisman. “Una innovación tendría que ver con arreglos o acuerdos que una pareja pudiera eventualmente establecer para tener experiencias sexuales por fuera de la unión, pero me parece que la búsqueda desesperada de experimentación sexual no es precisamente un camino de liberación”, apunta la psicoanalista Irene Meler. Y la escritora Elsa Drucarof se plantea: “Quizás es un brillante asesinato que tapa todo con el ingrediente sexual, pero hacia afuera lo que aparece como significación es un cuerpo de puro goce, con las posibilidades de hacerlo todo y que murió por ese exceso”.

–Siendo tan comunes los asesinatos de mujeres ligados a lo sexual, ¿cómo explica la extraordinaria repercusión mediática del crimen?

Claudia Groisman: –Los medios están más interesados en los detalles de su vida sexual que en los asesinos, y por eso la muerte intencional de una persona pasa a segundo plano. Aquí llama la atención el escenario, un lugar supuestamente exclusivo y cerrado; los personajes: una familia tradicional, padre, madre e hijos. Y lo otro es que Nora Dalmasso era una mujer poderosa, activa, manejaba, administraba, donaba. Era mayor en edad a su marido buen mozo. Para la mirada del sentido común “traiciona sexualmente a un hombre más joven que ella”. Luego se autorizaba conductas “propias” de los hombres. Transgredió todo lo que el sistema patriarcal dice que tiene que ser la mujer. El patriarcado esto no lo perdona. Los medios son la voz más manifiesta del patriarcado, además de que se copian unos a otros. Nora es un personaje para “no ser víctima”. La lectura es: “Con ese tipo de vida, ¿que querés?” Está naturalizada la muerte en una mujer que tiene sexo con muchos, por eso a las prostitutas cuando las matan nadie eleva la voz, y por eso esta mujer está colocada en el lugar de prostituta, como si tener relaciones con distintas personas no pudiera ser patrimonio de las mujeres, y de las mujeres casadas.

–¿Por qué cree que el abordaje es de este tipo?

Silvia Delfino: –Los medios parten de la historia de familia y pareja tradicional monogámica, reforzada por la posición pública que toma el marido. El límite de la lectura de los medios es que nadie puede imaginar una relación no tradicional, donde tras 20 años de relación hay un acuerdo, como ya hemos leído tantas veces en la novela del siglo XIX. De hecho esta versión aparece en los diarios dirigidos a empresarios: “¿Deberían preocuparse los golfistas?” Y contestan: “En realidad no, porque no hay nada que ignoren”. Los medios arman una escena de base melodramática que en vez de mencionar la investigación respecto al asesinato, empiezan a discutir y hasta a inventar situaciones respecto de las prácticas sexuales de quienes estaban en la escena. Al punto de que incorporan todas aquellas figuras que en los últimos años, sobre todo durante el menemismo, fueron parte del escándalo que los medios producían sobre prácticas sexuales. Sólo como un ejemplo, las prácticas swinger resultan más una preocupación de los medios que de los públicos, porque desde todo punto de vista es un tema viejo.

–A Nora Dalmasso las fuentes citadas como peritos la nombran como una mujer transgresora. ¿Cómo cree que opera la transgresión en este caso?

Irene Meler: –Ha sido una transgresión a imperativos ancestrales que las mujeres contemporáneas vienen desafiando con más éxito que esta pobre mujer, porque me parece que la cuestión no está tanto en la transgresión sino en la innovación. Da la impresión de que se mimetizó con la conducta promiscua tradicional para los hombres, dedicándose a la experimentación erótica. El problema es que las mujeres somos más vulnerables, física y socialmente, porque somos vulnerables a la censura cuando contravenimos tradiciones de larga data que no dejan de tener efectividad. Como modelo innovador en cuanto a la sexualidad no creo que la promiscuidad masculina sea un modelo deseable para universalizar. No me parece que la liberación sexual vaya por el camino de la mimesis con la promiscuidad masculina.

–Se ha subrayado hasta el hartazgo que es el crimen de una empresaria...

I.M.: –Hay un supuesto implícito de que las clases medias altas o altas se colocan por encima de la moral promedio. Es decir que poseer bastantes recursos coloca a las personas por fuera de las regulaciones oficiales. Que la moral es para los giles, o para los pobres, y que en todo caso los ricos la pueden transgredir, basado en una experiencia masculina. Se insinúa que la pertenencia de clase le ha permitido colocarse por encima de las regulaciones tradicionales, parte de una subcultura de clase. La prensa parece funcionar en base esta hipótesis. Al saberse que las transgresiones económicas pequeñas son más penadas que la corrupción política o las grandes estafas, que logran realizar operaciones económicas impunes, se piensa que esto es igual en lo sexual.

Elsa Drucarof: –El crimen inmediatamente entra en algunos géneros que andan circulando como el del thriller erótico, y cala en el viejo lugar común de que los ricos aunque tengan lujo en realidad son infelices, corruptos, que debajo de que lo que brilla hay una cloaca. Esto aparece en el relato del melodrama en el que la chica pobre tiene una familia éticamente perfecta y la rica es un nido de serpientes. Pero claro que un ingrediente literario clásico es el de la vida de los ricos que siempre es de un gran atractivo. El caso es una posibilidad de mirar la revista Caras, y ver mucho más que la foto: mirar cómo es su sexualidad, cómo gozaba, con quiénes. Hay un tratamiento bastante jocoso del crimen, la gente sonríe con este caso. Ya debe haber varios pensando en hacer un buen guión.

–¿En qué lugar queda la figura del marido según los relatos que se divulgan sobre él?

C.G.: –El tomó un lugar “inteligente” para los medios, que es no aparecer como víctima de la infidelidad, sino como el dios que perdona. El en todo caso cuestiona a los amigos que transgredieron un código. A ella no la toca, sino que la pone en el lugar de loca. Como alguien que no se puede controlar. La sospecha que surge desde el público y que lo pondrá en evidencia viene porque no aparece conmovido, como alguien que se desayuna de algo que lo sorprende y que puede ser vivido como una traición, aparece calmo como agua de tanque. Me llama la atención la desafectivización. El dice que ella le reclamaba que no era mimoso, que no era cariñoso. Es llamativo que alguien que se ve sorprendido porque su compañera de veinte años lo ha “engañado” no solamente con varios hombres, sino con varios amigos íntimos de la familia, no halla estallado en cólera, en celos.

–¿Qué ve en la actitud pública que asume el viudo?

I.M.: –Es lógico que quiera salvar la respetabilidad social y profesional. Para él esto es extremadamente destructivo. Esto fue un intento de evitar que toda su vida se destruya, cosa que puedo comprender perfectamente. Busca ubicarse por fuera de la dinámica familiar que dio lugar a este hecho y que se ubica en el lugar de la salud mental y la respetabilidad, y ubica la patología en la difunta. Pero me parece una estrategia comprensible dada la situación. Tampoco se le puede pedir a él que haga una especie de autoanálisis público.

C.G: –Es grave, pero la víctima parece ser el marido. Eso es lo que se presenta. El, engañado por ella, por los amigos íntimos. Es engañado por las amigas que saben más de lo que dicen. El es un pobre médico que vuelve a partir del lunes a seguir trabajando como siempre. Me llama la atención que los medios no hayan investigado la vida sexual del marido. Me pregunto por qué los medios no han pensado que ella tenía una vida sexual con otros porque quizás la vida sexual con su marido no era tan satisfactoria. ¿Por qué no pensar que, todo lo contrario, ella llevaba una cruz por dentro sabiendo que el marido se iba por su lado y que ella lo cubría?

–¿Cree que hay algo que aporte realmente al cubrimiento de la noticia en los datos sobre las relaciones sexuales de la víctima?

S.D.: –No hay ninguna razón de periodismo de investigación que requiera referirse a las prácticas sexuales de quienes están en una escena de crimen ni de quienes rodean a los protagonistas. Incluso cuando se tergiversan fuentes refiriéndose sistemáticamente a que el crimen tuvo una raíz sexual. Por otra parte, los medios, en este mismo período, han focalizado la preocupación por el drama en la clase media acomodada reservando los problemas de los pobres para la crónica policial de criminalización. De hecho en este tipo de escenificación jamás aparece la regulación a través de Códigos Contravencionales o edictos destinados a controlar y reprimir el espacio público. Así resulta lógico que hace dos semanas insistan con que se trata del crimen de una empresaria cuando en realidad la víctima era la empleada de una empresa familiar.

E.D.: –Lo cierto es que la sexualidad femenina en una cultura como la nuestra produce un abismo, una tremenda curiosidad. Lo más picante que se puede decir de una mujer es con quién se acuesta. La biografía de Rosa Luxemburgo comienza diciendo que era una mujer fea. Y que tuvo sólo dos grandes amores. Esta mujer, Nora, es puro cuerpo. Hasta la forma en que murió es puro goce desatado y esto se monta sobre la visión tranquilizadora de la culpa de la víctima. El mensaje es: “Los que pueden hacer todo eso se mueren”. Y el prejuicio sobre lo perverso del infinito placer. Se juega el resentimiento social, esto de que parecía de treinta teniendo cincuenta. Me llamó la atención que la frase en negrita era que aparentaba mucho menos de la edad que tenía. Si lo primero que se cuenta en los grandes medios es eso, pareciera paradójicamente que no es exactamente una mala noticia. ¿Vamos a decirlo de una manera dolorosa? Es una noticia disfrutada, acá hay algo festivo y lúdico que invita a todo el mundo a jugar con hipótesis sobre lo que pasó, cómo pasó, por qué.

–¿Qué se puede leer en la escena del crimen desde el punto de vista de una sexóloga?

C.G.: –Las escoriaciones en vagina y ano, más allá de una sexualidad vehemente, podrían ser una marca venganza, de alguien que quiere dejar esa marca. Es marca, es una firma. El mensaje es: “Te lo dedico, querida Norita, total es la firma de lo impune”. Me llama la atención que se piensen dos personas o más en la escena de sexo, y que no haya nada fuera de lugar. Imagino que en un asesinato algo se mueve, algo se cae. La resistencia, a menos que sea con un arma de fuego que inmoviliza, deja huellas. Por eso para mí fue una violación. Y ella está prolijamente plantada. No se entiende todo ese orden. Si aun con sexo no demasiado voluptuoso la escena en la cama es evidente, si hay una práctica vaginal y anal, hay mucho más movimiento.

–¿Cómo ve usted la imagen que da la familia de Nora?

C.G.: –Es presentado como una escenografía de la obra de teatro pero sin el texto ni el subtexto; es todo cartón pintado. ¿Por qué no pensar en nuevos contratos al interior de la familia? Cada vez encuentro más casos de éstos. De que cada uno tiene relaciones consentidas por ambos miembros con tal de que no se cuente. Es sumamente común. ¿Que hay muchísimas mujeres que aceptan la bisexualidad de sus maridos? Es más común todavía. Incluso en muchos casos esto está planteado desde el inicio. Los dos quieren una familia, hijos y quieren que la sociedad no los moleste, entonces tienen pactos al interior.

–Usted habla de los materiales con los que los medios arman. ¿Cuáles serían en este caso?

S.D.: –Los medios arman un paralelo de clase con amas de casa desesperadas porque hablan de un country, que en realidad no lo es, sino que es un barrio especial de la ciudad. Ese paralelo ignora el funcionamiento político de muchas ciudades, donde su escala no se mide en términos de cantidad de población sino de influencia económica en los mercados locales y globales. Esto es un traslado, una transposición directa. Río Cuarto es una ciudad rica, con un gran potencial agropecuario, que tiene una conexión más con el mundo que con la Argentina; es una ciudad global, más que una ciudad pensada en lo local. Tiene tal impulso económico que más que vivir su escala con el resto de la argentina, lo hace con otras ciudades globales. Se trata paralelamente de una zona de frontera en la circulación de bienes, objetos o personas en la ilegalidad. Una ciudad de estas características intentará de todas las maneras negar que un crimen como éste, por su condición de privado, tiene alguna relación con la trama social local. La fiesta en este caso no sería solamente un síntoma de liberalidad del lugar, sino de expresión local del poder global, que se ha instalado en la ciudad a través de una economía que los ha translocalizado.

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